Agirrezabala se viste de héroe y los consejos de Simón antes de los penaltis
El segundo portero del Athletic paró un penalti en la tanda final y a despejó de forma milagrosa un tiro de Muriqi en el minuto 113'
Julen Agirrezabala se vistió de superhéroe anoche en Sevilla. Cuando las piernas les temblaban a la mayoría de los que estaban en el campo, el ... segundo portero del Athletic, de 23 años, respondió con creces. Como si llevase los guantes de un veterano, se estiró en el minuto 113' y sacó con el extremo de su mano el cabezazo de Muriqi, que los aficionados bermellones ya cantaban en la grada.
El tiempo pasó y el partido se fue a los penaltis. El campeón se iba a definir desde los once metros. Y entonces fue cuando el joven Julen Agirrezabala contó con la ayuda de Unai Simón. El guardameta rojiblanco, acostumbrado a las grandes noches en el fútbol y a la presión de una tanda de penaltis, se acercó a su compañero y le tranquilizó. Le dio unos cuantos consejos y Agirrezabala se marchó a su portería.
¡¡Y RESPONDE MURIQI!!
— RFEF (@rfef) April 6, 2024
Gran cabezado que despeja Agirrezabala.
🆚 @AthleticClub - @RCD_Mallorca | 1-1 | 113'
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La tanda de penaltis es siempre como deshojar una flor. Las aficiones se tragan las uñas. Casi lloran sin saber aún si es de alegría o decepción. Cara o cruz. Pétalo. Me quiere; no me quiere. Julen Agirrezabala se agranda bajo los palos. Araña. Hace mucho, la Real Sociedad le descartó por pequeño. Pero creció y eligió ser del Athletic, el viejo rey de Copas. Y ahí estaba, frente al pelotón de fusilamiento rival. Acertó y paró el lanzamiento de Morlanes. Vio cómo fallaba Radonjic y, por fin, asistió al penalti que su compañero Álex Berenguer convirtió en el título número 25 en este torneo que el Athletic siente como propiedad propia. Cuarenta años después, Agirrezabala, Berenguer y sus compañeros, sobre todo, Nico Williams, pasaron la historia del Athletic a limpio. «Hemos hecho algo grande», dijo el pequeño de los Williams, el jugador de más peso de la sufrida, emotiva e inolvidable final ante el Mallorca.
En el fútbol hay momentos mágicos. Breves pero eternos. Como cuando en 1984, en el minuto 12 de aquella final de Copa ante el Barça de Menotti y Maradona, Endika ablandó un pase de Urtubi y le marcó a Urruti el gol que valió el hasta ayer último título del Athletic en este torneo. Endika ingresó en el Olimpo rojiblanco. Su apellido está desde entonces escrito en mayúsculas. Como desde ahora los de Agirrezabala, Berenguer, Nico Williams...
El Athletic es un club de leyendas: Belauste, Pichichi, Gorostiza, Gainza, Zarra, Iribar, Uriarte, Rojo, Dani... Y de jugadores que, cosas del destino o la fortuna, estuvieron en el lugar y el momento exactos para convertirse en héroes de la afición. La mayoría de los hinchas rojiblancos o no habían nacido en 1984, cuando se ganó el último título, o no tenían edad para recordarlo. Saben de la gabarra de oídas, por el relato de sus padres y las imágenes grabadas de aquel gentío que hacía de zócalo en las dos orillas de la ría. Los más jóvenes tenían nostalgia de algo que no habían vivido y que vivirán el jueves. Fiesta.
El Athletic es eso, una devoción. Su gente, su pueblo. La idea romántica de que un chaval de tu barrio puede, con talento y esfuerzo, llegar un día a vestir esa camiseta que ha llenado Sevilla y Bizkaia entera. Esa segunda piel que estos días parecía la primera. Ir en familia al fútbol o vivirlo juntos desde casa, o en San Mamés, o en La Cartuja, forma parte de la memoria colectiva de este club. Un lazo genealógico.
Y allí, en La Cartuja, había una cita con la historia. Tras cuatro décadas y unas cuantas finales perdidas, tocaba desempolvar el palmarés. Eliminar ese doloroso y viejo callo. La noche sevillana ponía el marco. La ciudad, como presume, tenía un aroma especial. Olía a rojo y blanco. A este Athletic que disfruta de una nueva generación sin complejos a la que le brilla el colmillo. Ambiciosa. La de los hermanos Williams, Sancet, Guruzeta, Vesga, Galarreta, Prados, Vivian...
En la grada mandaba la afición del Athletic, vestida de etiqueta. Con su camiseta. Abajo, en el césped, esperaba un rival de cemento. El Mallorca: un equipo que no se complica. Para no perder el balón, lo aleja de su área. Y luego pone toda su pólvora en dos delanteros, Muriqi y Larin, fuertes y altos. Buscan jugadas a balón parado. Un saque de esquina se tradujo en tres ocasiones consecutivas. La tercera fue a pies de Dani Rodríguez. En el área, en medio de ese avispero, mantuvo la calma. Se colocó el balón y con él dibujó una curva que supuso el 1-0. Manos a la cabeza de los seguidores rojiblancos. ¿De nuevo la maldición copera?
El Mallorca se adelanta
Dani Rodríguez cuadra bien con el Mallorca. Está vaciado en el molde que ha fabricado su entrenador, Javier Aguirre. Viene del fútbol anónimo. De Tercera y Segunda. Es gallego, de Betanzos. Pasó por el Conquense, el Racing de Ferrol, el Racing de Santander y el Albacete antes de fichar por el Mallorca y debutó con 31 años en Primera. Durante casi toda su carrera ni soñó con una final de Copa. Por un momento, la acarició.
El Athletic notó el golpe.
Hasta que Nico Williams, que sólo tiene 21 años, se conectó con Yuri y Galarreta y le puso electricidad a su banda. Más veloz y hábil que los que le defendían, fue la referencia. Antes del final del primer tiempo marcó un magnífico gol... en fuera de juego. Anulado. La grada rojiblanca tragaba saliva. El Athletic ha ganado 24 títulos de Copa, pero ha perdido 16 finales, cinco de ellas desde 2009. El equipo de Valverde se fue al descanso convencido de que Nico tenía la llave, la tecla que había que pulsar para cambiarle el rumbo a la historia de este torneo.
Así fue. La vida de los hermanos Williams es una carambola. Sus padres, Félix y María, salieron de Ghana para buscarse la vida en Reino Unido. Les convencieron de que fueran a España. Más barato. Más peligroso el viaje. Saltaron la valla de Melilla y, gracias a Cáritas, acabaron en Bilbao. Iñaki nació unos meses después en el hospital de Basurto, a dos pasos de San Mamés. Nico vino después. Y Nico, siempre él, dio el pase que Sancet transformó en el empate. Alivio total. Adiós al sudor frío. Volvía a elevarse la temperatura. Ebullición. La hinchada rojiblanca conectó el sistema de ventilación con su aliento. Antes, eso sí, Agirrezabala había salvado una ocasión del canadiense Larin que pudo haber decantado la final.
El partido tenía a Nico como eje. Chorreante de trenzas. Ágil. Con filo. Ya era el gran protagonista. Mediada la segunda mitad, cuando falta aire y los jugadores han quemado buena parte de su provisión de cartuchos, la afición rojiblanca se echó al equipo al hombro. Enchufó el molinillo de miles de bufandas. Aire. En Sevilla y en Bizkaia. En La Cartuja y en San Mamés. Todos de la mano. A por ellos. La final era un combate con dos púgiles pendientes de dar el golpe definitivo. Pudo darlo Vivian, pero su disparo ya en el descuento lo despejó Greif, el último guardián del Mallorca.
Merecía el triunfo
Agotados todos los jugadores, la final se volvió una cuestión de voluntad. El Athletic flotaba por encima del rival. Merecía el título. Nico Williams seguía rajando su banda y desmontando defensas. Muniain pudo anotar de falta. Y Agirrezabala paró al borde del final un cabezado con veneno de Muriqi. Era la antesala de la tanda de penaltis.
Ya no quedaban uñas que morder. Lágrimas contenidas. El Mallorca le había eliminado así a la Real Sociedad. Su portero, Greif, decían que era un pulpo. Pero fue Agirrezabala el primero que detuvo un lanzamiento. Y Berenguer, el navarro fichado del Torino, se encargó de ejecutar al Mallorca y descorchar una alegría inmensa, tanto tiempo esperada por una afición paciente y única que saltó, gritó y se abrazó con la fuerza del que sueña tanto con una noche así que coloca a Agirrezabala, Berenguer y Nico Williams entre las leyendas del Athletic.
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