Seres sumergibles
Incluso sin llover puedes en fiestas espabilarte por el método de inmersión
Apenas han comenzado las fiestas, pero se intuye que la atracción estrella del Txikigune es aquella en la que, acertando con una pelota en una ... diana, puedes sumergir a un congénere en un receptáculo de agua. Es una de esas cosas que veíamos en las ferias de las películas y se entiende que al congénere sumergible lo conoces, o sea, que es tu hermano, tu primo o un amigo: alguien que se ha quedado en bañador voluntariamente. Se entiende también que ambos tenéis, no sé, diez años. En el Txikigune se observa con rigor todo lo referente al derecho de admisión.
Hay que reconocerlo: los chavales se lo pasan en grande con lo del pelotazo y la inmersión. La verdad es que el juego lo tiene todo. Esa mezcla de puntería y perversidad. Otra cosa es que uno no sepa desde cuándo los niños pueden disfrutar tanto en Semana Grande. Recuerdo las fiestas de mi infancia y apenas identifico actividades pensadas para los menores de edad. Estaban las barracas, claro. Y uno siempre podía escaparse a la sokamuturra del Arenal, los conciertos de Unamuno o la guerra de banderas del Ayuntamiento, con la intención de divertirse un rato entre vaquillas, punkis o antidisturbios. Eran otros tiempos. Tus padres no te reñían si volvías con una citación, una cornada o la cadena de un piesnegros a modo de souvenir.
Hoy sin embargo parece que los padres acompañan a sus hijos en todo momento, la mayoría de las veces con intenciones fotográficas, pero a veces con intenciones aún peores, qué sé yo, educativas. La Semana Grande se ha tranquilizado. La ciudad envejece, se acomoda. Pronto veremos cómo en el desfile de la Ballena aclaran que la ballena comparece libremente mientras se condena la caza del crustáceo azul y cualquier otra conducta patriarcal.
Quizá sea yo, pero se echa de menos un poco más de asilvestramiento. Menos mal que ayer al mediodía salieron los Desorden a tocar en el ciclo 'Rabba rabba girls' del Museo Marítimo y su jovencísima cantante soltó entre guitarrazos que les daba igual que el Athletic ganase al Barça y que el público presente les parecía demasiado viejo, como atiborrado «de hijos y Land Rovers». Fue como acertar con una pelota en otra diana. Bum. Las fiestas también eran eso, recordé, antes de la doctrinilla y los vasos reutilizables.
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