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Ambiente nocturno en las txosnas. . Luis Ángel Gómez

«Hasta no estar todas en casa no dormimos»

La primera noche de la Aste Nagusia deja claro que las mujeres aún soportan muchos comportamientos machistas y deben poner en marcha medidas de autoprotección

helena rodríguez

Lunes, 20 de agosto 2018, 01:39

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«Una noche, como otras tantas, vuelves a casa sola, un desconocido te sale al paso y te agarra del brazo clavándote los dedos en la piel. Nadie se puede imaginar lo que se siente en ese momento». El testimonio es de Maite Gutiérrez, de 35 años y vecina de Santutxu. En la madrugada de ayer disfrutaba con su cuadrilla de la primera noche de la Aste Nagusia. Sus amigas -Jone Ortiz, Lydia Maeztu y Maitena Ríos-, recuerdan aquel amanecer, de hace cinco años, cuando Maite les llamó para contarles que «si no llega a ser por un chico que vio todo y se interpuso» hubiera sido «violada». Desde entonces, «ninguna duerme hasta que sabemos que todas hemos llegado sanas y salvas», reconocen.

La seguridad de las mujeres se ha convertido en una preocupación de autoridades y sociedad. Y más desde casos como el de 'la Manada', o, más recientemente, con las denuncias registradas en las semanas grandes de Vitoria y Donostia, donde dos adolescentes han sido imputados por violar a una menor de 15 años.

La capital vizcaína vive sus primeras horas y algunos comportamientos ya chocan con las peticiones de respeto lanzadas desde el propio Ayuntamiento y Bilboko Konpartsak. En la calle Buenos Aires, Nekane Garrotxa, Lucía Mendieta y Liz Mendez, todas de Rekalde, comentan a EL CORREO que «hay mucho baboso». «Una cosa es el ligoteo y otra pasarse de la raya». En mitad de la conversación una cabeza masculina tocada con un sombrero rojo espeta: «¡A vosotras os daba yo lo vuestro y lo de vuestra prima!». Las caras de estupefacción mutan hacia el asco. «Tú que vas a dar ¡idiota! Como no sea pena», reacciona Nekane.

«Ves lo que te decía, hay mucho desesperado que se cree gracioso y que en realidad lo que da es grima y pena. Y eso a las 2.45... Dentro de un par de horas no quiero ni pensarlo», aventura Lucía. El grupo sigue con la mirada al 'gracioso', que se pierde entre la gente con sus amigos, «que encima le ríen la gracia» censura Liz.

Es una de esas actitudes que el alcalde, Juan Mari Aburto, llamaba a no consentir y a «no dejar pasar». Los comentarios supuestamente graciosos son la expresión más común «de las agresiones verbales que sufrimos», lamenta Batirtze, una joven de 16 años que se dirige con tres amigas hacia Moyua. Allí las recogerá su padre. «Excepcionalmente» ella y las gemelas June y Alba Apodaka, todas de Cruces, tienen permiso para quedarse de juerga más allá de la una de la madrugada. Otras veces vuelven a casa en metro, pero en esta ocasión «nuestros aitas han decidido venir a buscarnos». «Es el precio que hay que pagar por quedarnos más y por llegar a casa sin sustos», dice Alba. Su 'chófer' particular les dejará «a cada una en su portal y cuando lleguemos arriba tenemos que avisar de que ya estamos», describen.

Trucos de seguridad

Quien más, quien menos, tiene sus trucos de autoprotección. Johana Ruiz, de 27 años, se aleja por Campo Volantín del recinto festivo. «Hay un punto, pasado el Zubizuri, en el que me da reparo ir sola. Vivo en Anselma de Salces y en ese tramo lo que hago es llamar por teléfono a alguna amiga. Así, si pasa algo, sé que alguien me oirá», explica. Marta Dimas opta por el bus para llegar a Miribilla. «Toda mi cuadrilla es de Santutxu y yo siempre me he venido sola. Hace dos años tuve un susto y desde entonces, o taxi o tren. Este año, con lo de las paradas a medida, uso más el bus, porque me deja prácticamente en el portal», detalla.

Según datos del área de Movilidad y Sostenibilidad del Ayuntamiento de Bilbao, 52 mujeres han usado el servicio desde que se puso en marcha el pasado 1 de julio. A ellas hay que añadir las dos que lo demandaron la primera noche de la Aste Nagusia. La conciencia antiagresiones machistas ha calado y los medios de transporte son un buen ejemplo. En Metro Bilbao el 'no es no' decora las estaciones como un recordatorio continuo de la necesidad de consentimiento.

Alma Rivas vive en Basauri y a las 4.15 horas decide retirarse. «El metro me deja lejos, así que me voy en taxi», confiesa. Los taxistas de la villa se han sumado al movimiento para proteger a las mujeres y desde junio deben esperar a que las clientas entren en el portal. Alma, de 39 años, sabe de qué va el tema. «Antes lo hacían algunos, pero ahora se quedan por norma y se lo agradezco muchísimo», dice antes de montar y dar por concluida la primera noche de Aste Nagusia.

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