La MODA, épica para jóvenes y valientes
La Maravillosa Orquesta del Alcohol burgalesa llenó la explanada de Abandoibarra no sólo de chavalería que coreaba sus letras literarias hasta que se les turbaba el rostro y se les mojaban los ojos. Un concierto de lo mejor del año
El jueves descartamos a los Toreros Muertos en la txosna de Pinpilinpauxa barruntando que estaría petadísimo de peña y que el sonido se podría quedar ... corto. O sea que una vez más nos pusimos a estudiar el programa de fiestas oficial municipal y ni nos planteamos visitar el lejano Parque Europa donde se montaba el aquelarre bailongo Aste Nagusi Dance, descartamos las jóvenes voces flamencas en la Plaza Nueva porque no nos fiábamos ni un pelo y si había fiesta quizá sería más encima del tablao que entre las sillas de tijera del respetable, soslayamos diplomáticamente el show nostálgico de La Pérgola nominado 'Bilbao años 60/70' a cargo de La Carrocería (de carrozas, palabro muy viejo, ahora se dice puretas, viejunos…), y decididos nos zambullimos en Abandoibarra, donde La Maravillosa Orquesta Del Alcohol, que es un septeto de folk-rock burgalés, dio el mejor concierto que le hemos visto en sus ocho años de andadura porque en esta ocasión en absoluto resultó forzado ni afectado, porque la ronquera de su líder David Ruiz -el del brazo tatuado con el rostro de Johnny Cash- pareció reconducida y bien educada (¿habrá ido a clases de canto?), porque medraron de una manera inédita respecto a los discos (se nota que están rodados y muy acostumbrado a actuar en grandes espacios), y porque su aliento adolescente no fue excluyente para los numerosos espectadores restantes.
Camino de la explanada de Abandoibarra ya se notaba que habría entradón. Las cuadrillas de chavalería se dirigían al concierto pertrechadas con las bolsas de botellón. Una chavalería lozana, guapa, pulcra y con clase: «¿Has traído vasos?», preguntó un chico a alguien que iba a nuestras espaldas. Durante el macroconcierto breve, fugaz, de 23 canciones en 91 minutos desde que comenzó a sonar la intro de Johnny Cash hasta que desapareció el último miembro de la banda, esta juventud coreó a pulmón numerosas canciones y en la parte final llegó a cantar feliz y con el rostro extasiado sobre los hombros de sus amigos (una cosa que no permiten en festivales como el BBK Live; por cierto, en los festivales te prohíben todo y por eso la chavalería hace botellón a sus puertas).
La MODA oficiaron siempre intensos, apretando en una lírica literaria a veces demasiado acentuada (hasta hubo un par de pasajes declamados y recitados muy bien intercalados), apenas pecando de pedantes (las reflexiones y aliteraciones de 'Himno nacional', que si se sopesa están muy bien porque si no luego nos quejamos de que en el rock sólo se cantan chorradas) y apostando por el espíritu de poetas trotamundos: soñar, respirar, negar a rendirse, acercarse al horizonte, no alejarse de la botella, citas a mitos como Johnny Cash o Miles Davis en los propios títulos o a Oscar Wilde y 'El guardián entre el centeno' dentro de las letras, hablar de los andenes, de los barcos partiendo aunque ellos sean de tierra adentro, de las manos ateridas por el frío del invierno, o bautizar sus canciones así: 'El camino', 'Altamira', 'Catedral', 'Gasoline', 'Nómadas', 'La inmensidad'…
«Quiero quedarme a vivir en este instante / en el que la montaña rusa llega arriba y no antes ni después», vuelven a cantar ahora mismo en casa mientras tecleamos la crónica de la pasada noche, una noche memorable, acariciada por las musas y detonadora de, más que de la intercomunicación, de la comunión entre el escenario y la explanada. Los siete componentes de La MODA (acrónimo de La Maravillosa Orquesta del Alcohol, como ya les llama todo el mundo), uniformados con sus camisetas blancas de panadero, se colocaron en dos filas (cinco delante y dos en una plataforma posterior), alternaron el instrumental (mandolina, clarinete, acordeón, guitarras eléctricas y acústicas, banjo…), arreglaron las composiciones con finura e inspiración y las ejecutaron con convicción y concreción (el concierto cursó velocísimo, sin interrupciones vanas), y sin ansiedad devoraron el jueves de la Semana Grande. Dijo David Ruiz en su único parlamento ante la masa entregada que también desbordaba Abandoibarra: «No somos mucho de hablar entre canción entre canción. Ya nos manifestamos en nuestras letras. Pero que sepáis que esto es la bomba, un sueño para nosotros. Mil gracias a los que nos habéis seguido durante estos ocho años y también a los que venís por primera vez».
El concierto fue intachable y evolucionó por las alturas. Agraciado con un sonidazo diáfano y poderoso, La MODA mejoraron el rock and roll de Gogol Bordello ('Mil demonios'), optaron siempre por la épica a menudo teatralizada en la interpretación ('Canción para no decir te quiero', una de las varias donde superaron a los famosos Lumineers y donde se preguntan «¿Quién es suficientemente joven y valiente para soportar el peso de empezar?»), se arrimaron al soul irlandés ('Amoxicilina', con coros oohhh-ohhh a lo Mumford And Sons) y al folk-rock de los Waterboys ('La inmensidad'), en dos temas invitaron a la guitarra al guipuzcoano Kaki Arkarazo, productor de sus dos primeros discos (más impactante el segundo, 'Altamira', un rock noventero algo Shellac), y el acordeón evocó a los Pogues (por ejemplo en la spaghetti 'Hijos de Johnny Cash').
Sobre el buen tono general a veces destellaba alguna canción, caso de la undécima, 'PRMVR', la que avisa «dile al capitán que renuncio a ser su guía», la que cuela un fragmento en euskera. Y los castellanos prosiguieron con más clasicismo céltico ('Catedrales'), aventuras exóticas según el lenguaje del rock americano ('Flores del mal'), swing zíngaro ('¿Quién nos va a salvar?'), el citado 'Himno nacional' que suena a tal y puso a la chavalería a cantarlo brazos en alto (aquí salieron algunos joveznos en pantalla con los ojos llorosos), y otra cima especial, más alta, como la 18ª, 'Los lobos', redoblada y melódica a lo Paul Kelly y con el contagioso estribillo de los títeres.
Ya sabíamos todos que el encuentro estaba siendo especial. De lo mejor del año decidimos a toro pasado, el día después, cuando se han atenuado las emociones inmediatas y urgentes. Y La MODA se dejaron llevar por la inercia hasta el final, mediante aires de misa ('Hay un fuego' y su intro a capela y versos del calibre de «Veo al viejo que está ahí e intento comprender cómo será cuando me llamen viejo a mi»), más coros ooohhh-oohhh marca Mumford And Sons ('Gasoline'… y alcohol) y el bis doble rematado por el tercer gran momento del concierto, la 23ª y última canción: 'Héroes del sábado', un rock springteeniano con el que tantos jóvenes se identifican, un remate magnífico para un concierto para no olvidar. «Os queremos, cabrones. Somos La MODA, La Maravillosa Orquesta del Alcohol, desde Burgos», gritó su líder David. Hasta la próxima, amigos, aunque no nos conozcamos.
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