Muy altas las frentes
Éxtasis de la parroquia albiazul que sufre y disfruta con 'el Glorioso' en otro ejercicio de matrimonio indisoluble
Hay aficionados que encarnan en una misma persona todos los estados de ánimo imaginables. Como Ismael González, el mago al que apodan 'Ilisionisma' por su ... querencia a generar exclamaciones en los espectadores desde el escenario. Ayer era un feligrés más de la parroquia congregada en el templo laico del Bakh para alentar a los soldados de Luis García Plaza, aunque los ánimos a voz en grito y en forma de cánticos no llegaran a los jugadores por la incapacidad aún del plasma para transmitir las arengas. Camiseta albiazul y pantalón de chándal baskonista. Todo un sufridor-orquesta.
Isma es uno de esos entregados a la causa que vive con tanta intensidad finales como la de ayer que bien podría hacer de todo. Sacar el córner, rematarlo, pensar los cambios oportunos, cabrearse bastantes veces con el mal último pase y, acto seguido, aplaudir a los protagonistas de la gesta. Si le apuran, se vería capaz de tirar cañas y hasta reponer los barriles vacíos por otros repletos de cerveza. Y, por supuesto, desde la barra del bar donde seguía acodado el partido mandar al árbitro al VAR para cobrarse el penalti redentor en el descuento de la prórroga. Puro código genético albiazul esta manía de someter los corazones a situaciones en el límite de la tolerancia cardíaca.
La réplica a pequeña escala de la grada de Polideportivo adquiría un progresivo calor ambiental según 'el Glorioso' mandaba sobre el césped del presunto favorito. De tal manera que la hinchada reunida en el Bakh ofrecía réplicas a modo de diálogo para convalidar el monólogo del Alavés tantos minutos sobre el césped valenciano. Viendo el coraje de los futbolistas del Deportivo se envalentonaba la coral. Desde las típicas proclamas de amor eterno a un escudo centenario -Alavés, te quiero- al lema que aupó a Podemos o el entusiasta «que sí, joder, que vamos a ascender». Promesas propias de un matrimonio indisoluble.
Ningún ejemplo como el del 'Glorioso' para admitir la vigencia permanente de algunos dichos viejos. Como el que asegura la esperanza mientras late la vida. Porque cuesta entender un desenlace tan feliz para un desarrollo dramático como el de meter la pelota cuando el campo se transforma en un calle polvorienta del salvaje Oeste. Femenías sobre la línea de cal y, enfrente, la barba alargada del 'Búfalo'. Toda Vitoria y el territorio histórico entero tomándose el pulso en unas muñecas disparadas y Asier con la frialdad del que va por (Villa)libre. 0-1, minuto 129 y a Primera por la puerta de la Santísima Angustia.
A ritmo de rock
Éxtasis cuando el balón raso entra junto al poste izquierdo mientras el portero local se vencía hacia el lado derecho. Y con él, toda una afición granota que padeció la insolencia de un Alavés dispuesto a rebañar la gloria aunque sólo quedase la última veta de oro. Un triunfo que devuelve al club vitoriano y a su fiel parroquia a la tierra prometida.
Había presagios en el ambiente. Como la posibilidad de subir a ritmo de rock aprovechando el multitudinario Azkena o el hecho de que Isma González ejerza de ilusionista. «A ver si obras el milagro, hombre», le comenté después de aquel tiro cruzado de Abde que parecía cuarto y mitad de ascenso. «A ver, a ver», me respondió el sufridor-orquesta. Y sí, la magia de las rayas trazadas en el monitor del VAR acabó por rendir justicia a un equipo valiente, que acudió a Valencia con el afán de conquistar el único resultado válido. El del 2 quinielístico con el humo glorioso de las velas.
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