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Martine y Louise Fokkens posan en una calle de Amsterdam.

Las abuelas gemelas del Barrio Rojo de Amsterdam

Martine y Louise Fokkens, de 72 años, suman un siglo de prostitución en los míticos escaparates de la capital holandesa. Tras un documental y dos libros, escriben ya el tercero. Entre las dos han conocido a 355.000 hombres

Virginia Melchor

Miércoles, 16 de julio 2014, 18:03

Martine y Louise Fokkens son ese tipo de abuelas que demuestran un plus de alegría innato, sobre todo, cuando bailan con la falda enrollada o se visten de rojo de los pies a la cabeza, siempre iguales. Suman siete hijos, doce nietos y cinco bisnietos. Llevan a sus tres chihuahuas en el bolso, como las grandes celebrities, firman autógrafos y se fotografían con todos los que las reconocen por la calle, que no son pocos. Estas gemelas holandesas de 72 años son las prostitutas más longevas de los Países Bajos, después de más de cincuenta años en el oficio. Entre las dos han conocido a 355.000 hombres. O por ahí, porque es difícil hacer el cálculo, bromean. Veteranas del sexo pero huérfanas de amor, toda su vida ha transcurrido tras los ventanales del Barrio Rojo. Sentadas en un taburete, en uno de los 290 escaparates que jalonan la calle, se calzaban cada día las medias, el liguero y las botas de charol con tacones de aguja para exhibir sus encantos ante los transeúntes, muchos de los cuales ahora las echan de menos. Objeto durante años de una transacción comercial de la que ya se han jubilado, su humanidad se impone como sujeto de una vida que suma desengaños, necesidad y, por qué no, momentos buenos. Nos hemos divertido, celebran.

'La Lucecita roja'

Desde los años setenta, Amsterdam es la capital europea más liberal socialmente, tolerante con ciertas drogas y con la diversidad sexual. En esa ciudad, el Barrio Rojo intenta encontrar un futuro que supere la degradación en la que sobrevive, porque la estrella del romanticismo, si es que el amor existe cuando se paga por él, hace mucho tiempo que se apagó, arrumbada por las mafias y la desprotección. "Ya no hay código de honor que se transmita de una generación a otra. Hoy en día, la mayoría de las chicas se exhiben sin ropa y venden y consumen droga, explican las gemelas en los medios holandeses que han elegido estas fechas para resumir su vida. Ellas fundaron 'The Little Red', 'La Lucecita Roja', el primer sindicato independiente de prostitutas, a través del cual denunciaron el trabajo forzado por los proxonetas y la trata de blancas, en cuyo circuito caen sobre todo "mujeres provenientes de los Balcanes". "En nuestra época, nos protegíamos entre nosotras. Pero ya no es así. Los sentimientos han abandonado el Barrio Rojo hace mucho tiempo", lamentan.

Louise fue la primera de las hermanas en poner precio a su cuerpo en la zona más 'alegre' de la capital holandesa. Le arrastraron la necesidad y su marido. "Me metió en esto a fuerza de golpes. Él era violento y me dijo que me dejaría si no me prostituía para ganar más dinero". Ella tenía 20 años, tres hijos y trabajo: fabricaba lámparas en una empresa un par de días a la semana. Aún así aceptó. "Fue el amor de mi vida", reconoce. Un año más tarde, le tocó enseñar el oficio a su inseparable hermana. El marido de Martine no tenía trabajo y Louise le ofreció limpiar las cabinas. Tras llamar la atención de algunos clientes, cambió la escoba por los tacones de aguja. "Mi esposo seguía sin encontrar un empleo. Después de hablarlo mucho, le pareció bien", recuerda Martine.

Si no nos prostituíamos, ¿qué hacíamos?

Los años las hiceron inmunes a las burlas de los jóvenes que las comparaban con las veinteañeras del escaparate próximo. No olvidan, en cambio, que fuesen sus vecinos quienes contasen "aquello" a sus hijos cuando todavía ellas no se habían atrevido a decírselo. "Si yo hubiera estado en su situación, sería la última en decir que nunca haría lo que tuvo que hacer mi madre", declara comprensiva ahora una de las hijas -son cuatro hermanos- de Louise en un documental de la televisión holandesa. Ella nunca recriminó a su madre que parte de su infancia transcurriese en un centro de acogida. En su caso, la tolerencia viene en los genes. Tras el enfado y el rechazo iniciales, los padres de las gemelas las comprendieron o al menos asumieron su nueva vida: "Son nuestras hijas. Qué más da lo que digan los demás, que se miren en el espejo ellos mismos."

Durante años tuvieron tantos clientes que en los ochenta pudieron abrir su propio burdel. Enseguida llegaría el primer capricho: un coche. Fue una época en la que ganaron mucho dinero, lo que les enfrentó a los todopoderosos empresarios del sexo y al Gobierno. Tuvieron que cerrar su negocio, pero no sus muslos. "Esto es lo que sabemos hacer. Si no nos prostituíamos, ¿qué hacíamos? Esta era nuestra vida y nos divertiamos", declaró Martine a la BBC en un reportaje. Quizá por ello, y a pesar de haber dejado hace un año su escaparate, aún se entrega cuando la llaman. "Nosotras conocemos los trucos y sabemos lo que quieren los hombres mayores", a los que tientan con látigos y zapatos de vértigo, por algo son especialistas en sado y fetichismo. Curiosamente, el número 69 fijó la edad de jubilación de su hermana. La artritis hacía "muy dolorosas" algunas posturas, aunque si fuese por ella, seguiría ejerciendo, porque su trabajo le hacía "sentir más joven".

Su fama se disparó hace tres años con la publicación del documental sobre su vida 'Meet the Fokkens' (Conoce a las Fokkens). En 2012, fueron colaboradoras habituales del programa 'Spuiten en slikken', que significa literalmente "Inyectar y tragar", donde resolvían las dudas que los espectadores tenían respecto al sexo y las drogas. Entre las dos suman un siglo de prostitución que también han plasmado en dos libros -uno de ellos fue el de no-ficción más vendido en su país.

Su positiva actitud vital ha contribuido a hacer más llevadera la dura realidad diaria. "Hay que reírse incluso cuando uno está triste, porque es tu vida y no se puede cambiar fácilmente, así que siempre es mejor pasarla con una sonrisa", dice Martine. Pero el tópico de la 'vida alegre' que define con escasa justicia los barrios rojos del mundo se da la vuelta cuando recuerdan que en su adolescencia sus aspiraciones eran otras, no muy diferentes de las de cualquier chica de su edad. "Con 14 o 15 años éramos creativas y teníamos sueños", cuentan. Ahora se dedican a escribir su tercera biografía en los ratos libres que les deja la tienda, un pequeño comercio en el centro de Amsterdam donde venden postales, cuadros pintados por ellas y sus libros. Muchos de los que se acercan hasta allí ni siquiera ojean las páginas de texto, solo quieren conocerlas, escuchar su historia contada por ellas, por estas carismáticas gemelas que han sabido dignificar juntas cien años de profesión.

900 prostitutas en 290 escaparates

El Barrio Rojo es el más antiguo de Holanda, en especial la zona denominada De Wallen (algo así como Las Paredes), construida hacia 1385. Ya en sus inicios fue un área portuaria, que la presencia constante de marineros acabó llenando de meretrices. Entre el siglo XVI y el XIX pasaron de ser toleradas a la prohibición. Las ventanas empezaron a utilizarse como reclamo en el siglo XX. Hoy, existen unos 290 escaparates donde 900 prostitutas ofrecen sus servicios vestidas con ropa interior e iluminadas por luces de neón.

Holanda legalizó la prostitución en el año 2000, y desde entonces, tienen que paar impuestos y registrarse en la seguridad social. Después, las autoridades subieron la edad para ejercerla de 18 a 21 años. Pero estas medidas, pensadas para evitar abusos, no han dado el resultado esperado. Los burdeles eluden sus obligaciones con Hacienda, los bancos evitan conceder préstamos y las aseguradoras regatean sus pólizas ante los riesgos sanitarios. El Gobierno, por su parte, admite que el tráfico de mujeres, en especial de los Balcanes, está en manos de redes muy violentas y es difícil de contener.

La Fundación Geisha, que vela por los derechos de las prostitutas, les ayuda a reintegrase pero también les imparte cursos de autodefensa mientras ejercen. Las trabajadoras del sexo en el Barrio Rojo son mujeres de entre 21 y 55 años, muchas de ellas jóvenes que no alcanzan a pagarse los estudios o madres solteras, y en "el 70% de los casos con una pareja estable", según fuentes del Museo mundial de la Prostitución. Trabajan una media de 5 años aunque muchas no se retiran "porque se acaban acostumbrando a un alto nivel de vida". Pagan 150 euros por la habitación más sencilla (incluye una cama pequeña, un lavabo, una lámpara de neón y un espejo en la pared). Y las tarifas Un encuentro de 10 minutos, sale a 50 euros. En los clubes más lujosos, la mayoría fuera de la zona, el alquiler puede ascender a 350 euros al día.

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