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Christian Fuehrer posa junto a un cartel que recuerda el movimiento de Leipzig.

El pastor de la revolución pacífica

Muere Christian Fuehrer, promotor de las manifestaciones en Leipzig que precipitaron la caída del Muro de Berlín

Pedro Ontoso

Miércoles, 9 de julio 2014, 01:43

"¿Pudo una oración masiva hacer caer el Muro de Berlín?". La pregunta se la hacía recientemente Peter Crustchley, analista de la BBC, sobre las manifestaciones que se sucedieron en octubre de 1989 en Leipzig, en Alemania Oriental, un mes antes de la caída del muro. El promotor de aquellas concentraciones fue el párroco del templo evangelista de San Nicolás, Christian Fuehrer, que ha fallecido hace unos días, a los 71 años, a causa de una fibrosis pulmonar. Su muerte ha pasado casi desapercibida, pero hace 25 años fue el protagonista de una gesta que pasará a la Historia, la movilización de decenas de miles de ciudadanos contra un régimen que conculcaba los derechos y las libertades con la ayuda de una temible policía política. Alguien dijo que la fe mueve montañas y en este caso se podría añadir que también agrieta murallas, aunque estén hechas de acero y hormigón.

Oraciones por la paz

Las manifestaciones no fueron flor de un día, sino que constituyeron un movimiento de aceleración que provocaron la caída de un sistema que ya mostraba síntomas de descomposición. La Iglesia luterana se había acomodado en un primer momento a las condiciones que había impuesto el régimen comunista de la RDA, que, pese a ser declaradamente ateo, permitió la práctica religiosa mientras las confesiones no se metieran en política. El movimiento por la paz en un momento de proliferación de armas dio la cobertura para ir construyendo una fuerza popular contra la dictadura, casi de manera silenciosa, de forma pacífica.

En 1982, el teólogo Fuehrer -estudió en la Universidad Karl Marx- comenzó a organizar oraciones por la paz cada lunes por la tarde en la iglesia de San Nicolás. Acudía muy poca gente, pero los rezos semanales fueron haciéndose famosos. Se conocían como 'las demostraciones de los lunes'. Entre los participantes se conocía como el círculo de la Esperanza. El régimen lo toleraba. Tres años después, el párroco colocó un cartel en la puerta del templo que decía: 'Abierta para todos'. Y, en efecto, se convirtió en un espacio en el que los ciudadanos, cristianos o ateos, acudían a tomar conciencia de lo que estaba sucediendo en su país, gobernado por un régimen policiaco que había desterrado el pluralismo político. Los dirigentes se fueron preocupando e infiltraron a agentes de la temida Stasi, la policía secreta, pero no pudieron pararlo.

Y llegó 1989. Para entonces Mijail Gorbachov había puesto ya en marcha su glasnost (apertura) y perestroika (transformación) en una Unión Soviética que evidenciaba síntomas de agotamiento. El 8 de mayo de aquel año las autoridades de la RDA levantaron barricadas en las calles que conducían a la iglesia de San Nicolás. Hubo mucha represión con heridos y detenidos. Pero la mecha había prendido. Las concentraciones se repitieron en otras iglesias de Leipzig, pero también en Berlín y en Dresden. El 7 de octubre la concentración ante San Nicolás fue más multitudinaria. El líder comunista de la RDA, Enrich Honecker, visiblemente preocupado, ordenó el cierre del templo. La Policía se empleó a fondo. Aún así, hubo un llamamiento para una nueva concentración el lunes 9 de octubre.

Ese día las calles de Leipzig aparecieron tomadas por policías y soldados. Se temía un baño de sangre. Mas de 8.000 personas abarrotaban la iglesia de San Nicolás, con numerosos infiltrados de la Stasi. Los que no pudieron entrar acudieron a otras iglesias de la ciudad. Eran ya unos 70.000. Tras la oración habitual, Christian Fuehrer encabezó la marcha hacia el exterior. En la Augustusplatz había miles de manifestantes con velas encendidas que coreaban la consigna 'Nosotros somos el pueblo' ('Wir sind das Volk'), gritos que arreciaban cuando se pasaba por delante de las comisarías de la Stasi. En el momento de mayor tensión, como las aguas del Nilo en la epopeya bíblica, policías y soldados se hicieron a un lado. Se obró el milagro. No hubo represión. El lunes siguiente los concentrados superaban los 120.000. Y el siguiente, el 23 de octubre, ya eran 300.000. Enrich Honecker dejó el poder.

El 9 de noviembre, exactamente un mes después de aquella concentración masiva en San Nicolás, cayó el Muro de Berlín. Tuve la ocasión de vivir aquellos momentos históricos como enviado especial de EL CORREO, y la alegría y la emoción de aquella procesión interminable de ciudadanos de la RDA, atravesando de manera pacífica los corredores abiertos en el muro ante la atónita mirada de los policías de frontera, se quedaron grabados para siempre en el alma de mi disco duro. Hace unas semanas, Christian Fuehrer recibió el Premio Nacional de Alemania, pero no lo pudo recoger porque ya se encontraba enfermo. Siempre será recordado como el pastor de las manifestaciones de los lunes. En la caída del Muro de Berlín confluyeron, sin duda, muchos elementos. Pero no se puede obviar la importacia del aquel 9 de octubre de 1989, ni la de los lunes anteriores en los que se fue fraguando un movimiento opositor en los pórticos de la iglesia de San Nicolás.

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