Borrar
Mendigos en una ilustración de Gustave Doré.

Una historia de mendigos

Europa ensayó en el siglo XVIII políticas para encontrar trabajo a las personas golpeadas por las crisis económicas

Javier Muñoz

Domingo, 22 de junio 2014, 00:51

La idea de prohibir la presencia de los mendigos en las calles, sugerida por cargos públicos de teóricas credenciales democráticas, remite a la "modesta proposición" de Jonathan Swift "para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país", un texto que ha pasado a la antología del humor negro porque sugería a las familias menesterosas cocinar a los hijos y comérselos. Cuatro siglos después, el populismo que se extiende por Europa apenas deja espacio a una reflexión útil sobre la pobreza, un fenómeno tan antiguo como la historia y que siempre ha girado sobre una idea sencilla: cómo lograr que las personas que sufren un revés en la vida -un padre o madre de clase media que pierden su empleo y su seguridad económica por la reforma laboral- dispongan de una segunda oportunidad. ¿Prohibirán a los parados de más de 50 años salir a la calle para acabar con el paro?

En la época de la Ilustración, en el siglo XVIII, los gobernantes tampoco sabían qué hacer con los pobres y los marginados. Se interesaban por ellos, por descontado; los analizaban (comprobaron que la mayoría no sabían leer ni escribir), y había instituciones caritativas que los atendían (en Inglaterra los municipios tenían esa obligación). Pero el problema se iba de las manos cuando llegaban las crisis económicas (1768-1775, 1789 y 1794-1796). Thomas Munck, profesor de Historia en la Universidad de Glasgow, cuenta en su libro 'Historia social de la Ilustración' cómo se distinguía entonces entre pobres 'decentes', víctimas de la mala suerte; pobres 'estructurales', ancianos, huérfanos e hijos de familias sin recursos; y 'vagos' e 'indecentes', a quienes se encerraba en asilos y se trataba con bastante rudeza. Entre estos últimos, asegura Munck, muchos «nos parecerían hoy pobres coyunturales, es decir, que su carencia provenía de la inestabilidad económica», en contraposición a los niños y a las personas mayores.

La creencia de que el paro es culpa del propio desempleado estaba bastante extendida en el siglo XVIII, mientras que perdía fuelle la visión cristiana del asunto, es decir, que la pobreza puede ser respetable y espiritual. En aquel tiempo, el poder social de la Iglesia retrocedió y el hueco lo ocupó un punto de vista laico sobre las causas de la miseria, una teoría científica como moralmente exigente. Un texto de la 'Encyclopédie' firmado por Turgot dejó bien claro el parecer ilustrado sobre la cuestión; y trazó una línea divisoria entre las sociedades y economías europeas del norte y del sur que no difiere mucho de la actual.

"... precisamente en aquellos países donde estas instituciones (caritativas) gratuitas son más abundantes, como en España o en algunas regiones de Italia, la miseria es más habitual y general que en cualquier otra parte". "La razón -prosigue Turgot- es bien sencilla, como han observado numerosos viajeros: si permites que un gran número de hombres viva gratuitamente, estas financiando la holgazanería y los desórdenes que se derivan de ésta; haces que la condición de los haraganes sea preferible a la del hombre que trabaja; y reduces efectivamente la fuerza de trabajo de que puede disponer el estado (...) Lo que el estado ha de garantizar a todos sus miembros es la destrucción de aquellos obstáculos que pudieran entorpecer su industriosidad o el disfrute de los frutos que recompensan su trabajo".

Esa filosofía es un antecedente lejano de las actuales políticas contra el desempleo de larga duración: fórmulas que obligan a los trabajadores que han agotado el subsidio de paro, y que sobreviven con rentas públicas, a aceptar las ofertas laborales y los cursillos formativos que les lleguen a través de organismos oficiales (una alternativa puesta en práctica en Alemania y copiada en el País Vasco).

El norte de Europa siempre fue por delante en la asistencia social pública. En la segunda mitad del XVIII ya se ensayaron en Hamburgo políticas obligatorias de socorro, seguros, proyectos de atención médica... En 1788 apareció una institución de beneficencia que llevaba a niños indigentes a la escuela y procuraba empleos a los pobres aptos para trabajar, pero "sin desestabilizar el mercado laboral existente", escribe Thomas Munck. "Aun cuando se requería una financiación considerable -continúa-, el sistema superó con sorprendente éxito la crisis económica de finales de siglo, demostrando que era posible organizar un sistema de asistencia práctica que fuera más que un simple ejercicio de cosmética".

El centro de esas iniciativas eran los "pobres coyunturales" que generaba la "inestabilidad económica". Las autoridades europeas probaron todo tipo de alternativas, desde el trabajo obligatorio -en Viena los criminales convictos limpiaban las calles- a los tenebrosos 'dépôts de mendicité', donde se confinaba a los vagabundos y mendigos franceses cuando eran arrestados. La quinta parte de esos internos fallecía.

En Inglaterra se crearon asilos que, según algunas estimaciones, ayudaron a 90.000 personas a encontrar empleo. Thomas Munck recuerda que en la misma Francia funcionaron los 'talleres de la caridad', subvencionados con fondos públicos y particulares, cuya función era "ofrecer un trabajo honesto -aun cuando no muy bien remunerado- a los desempleados, bajo la fórmula de jornales diarios y sin ningún estigma social añadido". Cuando estalló la Revolución Francesa, en 1789, esos talleres atendían a 31.000 individuos.

En 1790, la Asamblea Nacional Francesa creó una comisión para abordar el problema: el Comité para la Extinción de la Mendicidad, cuya revolucionaria denominación da una idea de las ilusiones que se hacían sus miembros. La Constitución de 1793 fue todavía más lejos y reconoció el derecho al trabajo y a recibir auxilio en situaciones de necesidad. "Ahora bien -recuerda Thomas Munck-, las buenas intenciones por sí solas no produjeron ningún resultado".

La guerra y crisis económica echaron por tierra aquellos proyectos reformistas. E hicieron lo mismo tras la Revolución soviética. La mendicidad y la pobreza han persisitido hasta nuestros días, y no son pocos los que están convencidos de que el parado es responsable de su suerte... Hasta que les toque a ellos.

¿Crearán en el siglo XXI otro Comité de Extinción de la Mendicidad?

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Una historia de mendigos

Una historia de mendigos