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Esta es la ciudad y, por extensión, la provincia indignada. Así lo reflejaba la encuesta de Ikerfel para EL CORREO, que perfilaba a los alaveses ... como los más insatisfechos con la gestión del Gabinete Urkullu y muy en especial con su política sanitaria. También lo refrendan los últimos datos, que reflejan que el pasado año se organizaron en Vitoria 633 manifestaciones: 1,9 al día. Su condición de capital administrativa la convierten, claro está, en escenario natural de muchas de las protestas comunes al conjunto de Euskadi. Sin embargo, el cabreo, uno más local, ha prendido sobremanera en Álava en los últimos tiempos. El agro organizó unas tractoradas históricas. El mundo rural alavés se ha echado a la calle de forma masiva contra la política de extensión de las renovables. Los trabajadores de las dos grandes industrias vascas han protagonizado multitudinarias movilizaciones en plena negociación de sus convenios... Y, al lado -a ratos, directamente detrás- de estas protestas ha estado EH Bildu y sus sindicatos y colectivos afines.
No está claro si por causa o por efecto de este clima de hartazgo, de puro cabreo, el soberanismo logró el pasado domingo una victoria histórica en Álava con el 29,44% de los votos: 44.652 papeletas, nada menos que 3.713 más de las que obtuvo el PNV. Y esto en el otrora feudo de la derecha vasca, en un territorio siempre considerado como el más conservador, menos nacionalista y hasta hostil para el mundo abertzale. Las tornas han cambiado. Y esto es algo que sorprende muchísimo más fuera que dentro de la provincia.
El triunfo de EH Bildu en Álava, una provincia muy fragmentada en la que Vox ha mantenido el único escaño de la ultraderecha en Euskadi y ha dado entrada a Sumar al Parlamento, no ha podido coger a nadie por sorpresa. Varias señales de sonar -más alarmas que simples pitiditos- venían avisando de este movimiento sísmico abertzale. El 28M, no hace ni un año, la coalición soberanista, encabezada por Rocío Vitero, celebró un triunfo histórico en Vitoria ante un PNV que se descalabró hasta una amarga cuarta posición. Es cierto que Bildu no pudo cobrarse tan preciada pieza porque la socialista Maider Etxebarria se acabó alzando con la Alcaldía aupada también por el PP, pero esto no supuso un golpe demasiado traumático para los soberanistas: lo importante, la demostración de fuerza, ahí había quedado.
En los últimos tiempos, los jeltzales solo han logrado mantener su primacía en la Diputación. Por la mínima, eso sí: en las pasadas forales solo cosecharon 1.260 papeletas más que los soberanistas. Esto inquieta, pero mucho, en el Palacio de la Provincia, donde, más allá de Vitoria, ven cómo territorios de la Álava rural se les escapan en favor de la competencia. Un total de 14 pueblos han cambiado al color de Bildu en estos últimos comicios. Entre ellos, Iruña de Oca (considerado bastión socialista). Y Laguardia, con alcalde del PNV, ha pasado al PP. La Montaña Alavesa, con lugares tan simbólicos como Campezo, es territorio Bildu. Y prácticamente toda la Llanada -muy sensible al proyecto del TAV-, también.
Las victorias en estas zonas responden en buena medida a la capacidad de EH Bildu a la hora de sintonizar con los problemas del agro alavés y su habilidad para capitalizar el profundo hastío del primer sector. Agricultores y ganaderos suelen señalar a la burocracia, a los despachos, a las instituciones como su principal problema. Y las instituciones son el PNV. Como ha acabado ocurriendo, los jeltzales detectaron que por ahí, por el campo alavés, se les podía escapar un buen número de votos y trató de frenar el golpe pactando ayudas y ventajas para el sector. Parece que fue demasiado tarde.
Otro asunto crucial para el mundo rural alavés es el de los proyectos eólicos y fotovoltaicos. Muchos ven en estos parques una amenaza a su forma de vida y su paisaje. También EH Bildu ha percibido ahí un filón y ha hecho suyo ese lema tan poco concreto como eficaz de 'Renovables sí pero no así'. Con todo, hay municipios como Aramaio (fortín soberanista por antonomasia) donde la postura de los abertzales sobre los proyectos eólicos no está tan clara y es bastante menos beligerante que en otras zonas. Al fin y al cabo, la formación es muy consciente de que los molinos tienen que estar en algún sitio.
Mientras, en la capital, que concentra las tres cuartas partes de la población alavesa, los soberanistas se han erigido como la alternativa a un PNV que se percibe como responsable de que las grandes inversiones para esos proyectos 'de país' pasen sistemáticamente de largo de Vitoria. Es un hecho que el alavés medio se siente olvidado por el Gobierno vasco. Y eso que las instituciones están aquí, aunque pocos sientan que sean de aquí. Quizás consciente de eso, Pradales resucitó en su programa esa vieja idea de potenciar el aeropuerto de Foronda. Resulta especialmente doloroso ver cómo los aviones que no pueden aterrizar en Loiu acaban en pistas a cientos de kilómetros cuando el aeródromo de la Llanada no está ni a una hora en coche. Mientras, a pocos días del 21A, se estaba hablando de la ampliación del aeropuerto bilbaíno. Y ese solo es un ejemplo de la lista de supuestos agravios que esgrimen los votantes alaveses.
«En Álava, al contrario de lo que ocurre en Bizkaia, no sentimos al PNV como algo nuestro: allí muchos lo perciben casi como una religión, poco menos que como ser del Athletic. Si aquí los nacionalistas les hemos votado durante muchos años ha sido, sobre todo, por su imagen de buenos gestores, una imagen que ha saltado por los aires últimamente por temas como, por ejemplo, el gran deterioro de Osakidetza», reflexiona un sociólogo.
En efecto, la encuesta de Ikerfel para EL CORREO del pasado mes de febrero ya reflejaba que los alaveses son los más críticos con la gestión de Osakidetza. Y daban la nota más baja (un 4,2) al servicio que presta la otrora joya de la corona y gran orgullo del estado de bienestar vasco. Eso, mientras en los últimos años se ha realizado una ambiciosa reforma de Txagorritxu, con nuevas urgencias y un moderno bloque quirúrgico. Sin embargo, cunde la sensación de que el servicio del día a día es mucho, muchísimo, peor. Todavía supura la herida que supuso el cierre de las urgencias del hospital de Santiago, en el corazón de la ciudad, y del PAC de San Martín. Y aunque el PP ha criticado de forma insistente estas decisiones, solo Bildu se ha acordado en campaña de la perentoria reforma del vetusto centro de salud del Casco Viejo.
En el plano más político, que Pello Otxandiano fuera cabeza de lista por Álava y no por Bizkaia y que los soberanistas eligieran a primeros espadas como Ibon San Saturnino y Mikel Otero para acompañarle es solo una muestra más de la estrategia, calculada al milímetro, de EH Bildu para conquistar Álava. Y es incuestionable que ha dado sus frutos.
Que EH Bildu se antoja como el partido que resulta más atractivo a ojos del electorado joven es un hecho, común a los tres territorios. Pero es en Álava donde esa idea parece haber calado con más fuerza. «Los jóvenes aquí son mayoritariamente de Bildu, se les percibe como lo 'guay', como lo nuevo aunque no sea así», coinciden varios sociólogos. Muy conscientes de ello, los jeltzales decidieron designar al vitoriano Joseba Díez Antxustegi (31 años), considerado como una estrella emergente en el partido, como cabeza de lista por la provincia. Por el contrario, la estrategia de los soberanistas para captar el voto joven ha sido diferente. Mucho más a largo plazo y, desde luego, nada improvisada.
Como en el resto de Euskadi, el discurso de EH Bildu aquí es eminentemente social, con lo identitario en un segundo plano. Además, el soberanismo mantiene una posición de absoluta proximidad -o directamente de control- del tejido asociativo de Vitoria y ha hecho suyas las fiestas de los barrios. El mundo de la cultura más 'alternativa', de los creadores más emergentes, también ha abrazado al partido y es percibido como el más sensible a sus inquietudes.
Sus líderes son accesibles, muy cercanos. Y esto es algo fundamental a la hora de trasladar la idea de ser un partido más de barra que de moqueta. Por mucho que eso sea una estrategia muy medida, urdida precisamente en los despachos.
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