«Los trámites del TicketBai contribuirán a cerrar más puertas a bandas jóvenes»
El impulsor del proyecto musical, que celebra dos décadas, considera que la sala debe adaptarse a las nuevas costumbres y horarios del público
Con el rock and roll por bandera, un espíritu militante por brújula y un afán de cambiar la vida cultural vitoriana con el nuevo siglo, surgió en la capital alavesa Hell Dorado, El Club Sónico, con Juan Uriarte apadrinando el proyecto. Hace dos décadas –con una celebración retrasada al 21 aniversario por la pandemia– que Sex Museum inauguraron un proyecto bien conocido por músicos, críticos y aficionados.
– ¿Cómo era la escena musical en Vitoria en 2001?
– Muy diferente. A nivel de salas, históricamente habían estado The End y El Elefante Blanco, en diversas etapas. No había la oferta o constancia de una programación permanente. Esto ha hecho que cambie mucho. También, la población, los grupos y la manera de contratar, las aspiraciones de las bandas. absolutamente todo.
– ¿Se nota más el cambio en las salas o en el público?
– Todo. El público se ha acostumbrado a ir a salas, pagar una entrada e incluso a estar atento a las ofertas de programación. Antes los conciertos eran más en polideportivos, fiestas de barrios, gaztetxes o en bares, a salto de mata. Ha cambiado la cultura de ir a conciertos.
– ¿Se ha perdido aquel espíritu de militancia rockera?
– Sí. Sobre todo porque no hay escena musical alguna. Antes había diferentes –los heavies, los punks...– con sus grupos, su movimiento, sus seguidores, ilusiones y fracasos. Hoy hay una especie de fusión general, mucho más global. Incluso hubo motivaciones políticas, como con el rock radical vasco, o de cambiar las cosas con okupaciones o radios libres. Ahora, lo que hay es salir a divertirse y escuchar buena música. Ahí termina todo.
– ¿Tiene alguna espina clavada por programar a alguien?
– Sabes que no puedes llegar a la gente grande. Estuvimos a punto de contratar a Motörhead. Pero la entrada iba a ser 'carisísima'. Me ha dolido mucho más no traer a gente que me pareció cara, creció y luego ya no pude, como J.D. McPherson. O Nick Curran, que al final le contraté pagando una fortuna y se nos murió.
– ¿Cómo está funcionando la recuperación de la modalidad de socios en Hell Dorado?
– Al estar cerrados con el covid no queríamos seguir cobrando las cuotas sin ofrecer nada. Lo eliminamos. Ahora hemos retomado los socios, pero con una sola modalidad. Todo online, para no generar tanto trabajo interno, y la respuesta está siendo buena. aunque costará llegar al nivel previo.
– La temporada está repleta de reclamos para los aficionados.
– Sí, y en breve vamos a anunciar más conciertos. Pero para los socios, más que la programación, funcionan las ventajas. Como vamos a trabajar más el día, plantearemos precios especiales para el día y la tarde-noche, para que a los aficionados a la música les salga más económico asistir.
– ¿Quién ha sido la mayor sorpresa de estas semanas?
– Komodor, en estos dos meses. Los demás son viejos conocidos en muchos casos, como Nikki Hill o Maika Makovski. Pero estos chavales bretones dejaron a todo el mundo con la boca abierta.
– El rock tiene relevo en bandas. ¿Lo tiene en público en Vitoria?
– Sí, pero es muy escaso. Y en el panorama musical, más allá del rock, porque todos los géneros están muy fundidos. No es la música del momento de los jóvenes. Puede serlo, pero es minoritario, no hay una nueva escena. Claro que el rock tampoco ha sido de masas en los 70 o en los 80. Pero la gente no lo tenía tan fácil para migrar a otros estilos. Ahora hay mucha oferta e incluso muchas formas de ocio. .
– ¿Cómo va a afectar a las bandas emergentes el sistema de facturación electrónica TicketBai?
– Sí, claro. cada vez está todo más cerrado y controlado. Que quede claro que no defiendo el escaqueo. Pero una banda novel, que no es profesional, tiene ingresos minimísimos. Puede tocar de vez en cuando y cobrar una cantidad entre 300 y 800 euros, a repartir entre 4 o 5 pesonas. Van a tener que hacer una serie de trámites administrativos para poder cobrar, lo que va a contribuir a cerrar puertas a todos los grupos amateurs, noveles y jóvenes.
– ¿Sin excepciones?
– Salvo que tengan en sus filas a un administrativo que sepa darse de alta, contar con firma electrónica para poder facturar... Una cosa es saber tocar la guitarra y tener inquietudes musicales y otra, tener capacidaddes administrativas. La gente joven puede llevar bien lo tecnológico, pero no vamos a poder contratar a bandas que no puedan emitir una factura como debe ser.
«Mucha gente madura»
– Sobre todo en un momento en que parte de su circuito, los bares, no acoge tanta actividad como antes de la pandemia.
– La gente que empieza siempre lo ha tenido muy mal, de ahí el surgimiento de gaztetxes y squats hace 30 años. Es una traba más. Creo que alguna institución debería articular un sistema para que pudieran tocar, con algún tipo de asistencia o ayuda. Sin cobrarles, claro. Y no sólo en la música, también en el teatro y otras artes.
– Con otro tipo de hambre, no ya de escenario, ¿cómo marcha su proyecto Come o Muere?
– Hemos empezado hace unas semanas, con una nueva etapa. Y una nueva vía de negocio, también. Tenemos que readaptarnos al ocaso de nuestra generación, ja, ja, ja... La noche cada vez reúne a menos gente. Hoy hay pocos jóvenes, antes éramos muchos. Y hoy, mucha gente madura. Los hábitos y horarios cambian.
– ¿Por cuántas cabezas de músicos ha pasado el sombrero mexicano al final de un bolo en Hell Dorado?
– Por muchísimas, ja, ja. De muchos países, con pelo o sin él, muchas veces, absolutamente sudados. Hace tiempo que no lo pongo. Pero lo exigía la gente. La segunda vez que tocó DeWolff me gané una bronca por no colocarlo. Y Peter Coyne, de Godfathers, me cogió aparte para ver qué pasaba para no habérselo puesto en una ocasión.