«Es lo que toca, pero no parece Navidad»
Una nochebuena inolvidable. Reencuentros con cuarentena, por videollamada y a distancia. Así se afronta en estas casas la noche más familiar del año
En 'Fin de temporada', Ignacio Martínez de Pisón decía que la familia es eso, no tener nada que decirse, pero querer decirse. Este año, esta ... noche, tenemos tanto que contarnos, tanto que queremos contarnos, tanto que abrazarnos... Y la prudencia, el miedo, obligarán a hacerlo lo justo. O, directamente, a renunciar a vernos y tocarnos por muchas ganas que tengamos. Claro que será una Nochebuena distinta a las de siempre, en las que las conversaciones siempre caminaban sobre el fino alambre, sobre el bigote del langostino de la cortesía para no caer en los reproches. Echaremos de menos a la tía y hasta al cuñado y al 'primohermano', ese con el que acostumbras a disimular que se te ha ido la mano con el cava antes de empezar con los entrantes. Esta noche no nos diremos nada, para el año que viene poder decírnoslo todo.
Y aún así, en los rellanos, en la puerta de la terminal de llegadas del aeropuerto, en la estación... hoy se viven, se están viviendo, reencuentros a pesar de todo, en un bucle de aquel manido anuncio del turrón. Este año toca del duro, del muy duro, precisamente ahora que estamos todos tan blandos. Todo son abrazos con mascarilla. Abrazos con precaución. Abrazos un poco culpables. Y también abrazos sin abrazos, a muchísima distancia, como el que, ahí arriba, en esa foto con burbujas, se están dando Rafa Resines y Patricia Cabrera.
Ahí los tienen brindando con un poquito de cava, por WhatsApp, llenándoles las copas a distancia con un par de deditos de cariño a los padres de él, a Rafael y a Cristina, que se mudaron a Cádiz para pasar la jubilación. Y allí que han resistido esta dichosa pandemia. «¡Ay, hijo! Que ya sé que es lo que toca, pero para mí, esto no es Navidad, no parece Navidad», se queja la mujer al otro lado de la pantallita en una de esas videollamadas a las que se ha tenido que acostumbrar a la fuerza.
Rafa y Patricia son de los de juntarse cuantos más mejor, de los de unir familias para estos días. «Pero hoy, estaremos solos con los niños. Mis padres tienen 79 años, querían venir pero creo que no merece la pena arriesgarse», resuelve la joven pareja mientras brindan, chocando primero el cristal de la copa flauta, después el de la pantalla. Chin-chin, «porque esto pase y todo vuelva a ser normal», suspira la madre desde Cádiz. Ojalá.
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Abrazos y reencuentros en la estación de Vitoria
Ninguna videollamada puede sustituir estrujar al hijo que dejó el nido vacío, achucharle y, de paso, comprobar como solo una madre sabe, de un solo vistazo, que come como Dios manda. Maribel Martínez fue a Loiu hace unos días para recoger a su hijo Daniel, 25 años, estudiante de máster en el Reino Unido. Llegaba en un vuelo desde el aeropuerto londinense de Gatwick, justo antes de que brotaran esas nuevas cepas dentro de este viñedo vírico de la asquerosa cosecha del 2020. «Por poco, tuve suerte, podría haber llegado a tiempo para Nochebuena, pero habría sido un poco complicado: tendría que haber pasado una noche en el aeropuerto», cuenta el hijo. El primero fue con mascarilla, pero después, llegaron muchos más. «Antes del encuentro nosotros pasamos cuarentena cada uno por nuestra cuenta para podernos dar un abrazo en condiciones y estar en casa tranquilos», cuenta Maribel. «Los últimos días, antes de volver, intenté ver a la menos gente posible, vivo en un pueblo y traté de hacer la mínima vida social», añade el hijo. «De no habernos podido ver, habría sido una Navidad mucho más triste, claro, pero es lo que tocaba este año y ya nos empezábamos a hacer a la idea».
«Que no se saturen las líneas»
Miren Fernández y su marido Miguel Martínez se hicieron a la idea muy pronto. Viven en Barcelona y todos los años reservaban estos días para pasarlos en Vitoria, tras resolver uno de esos sudokus familiares a los que se enfrentan, se enfrentaban, las parejas de ciudades distintas. Todo el mundo quiere pasar la Nochebuena con los suyos-suyos. Este año la solución ha sido sencilla. «Desde un principio vimos que era imposible, tenemos dos niños muy pequeños y creímos que lo más recomendable era no viajar», cuentan. «Tendremos que celebrar con llamada o por videollamada... ¡A ver si aguantan las redes y no se colapsan porque muchísimos vamos a estar igual!».
La de hoy será una cena íntima y distinta, sí, pero no necesariamente triste. «Como siempre desde que llegamos a Vitoria, la pasaremos los seis, con mi marido y mis cuatro hijos», cuenta Paulina Arreola, mexicana, acostumbrada a pasar la Navidad lejos de casa. «El primer año, pensábamos que no tendríamos ganas de celebrar y después nos dimos cuenta de que estar solos lo convirtió en algo más especial, más auténtico». ¿Y si es así para todos?
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