En el año 399 antes de Cristo, el filósofo griego Sócrates se vio en la tesitura de afrontar un juicio. La ciudad de Atenas -el ... ministerio fiscal del momento- le acusaba de pervertir a los jóvenes con su filosofía y de empujarlos con sus enseñanzas a alejarse de los dioses. Tras el proceso, el reo hubo de optar bien por el suicidio, bien por renegar de sus ideas evitando así una muerte intempestiva.
Además, se le ofreció bajo manga una salida airosa brindándole la posibilidad de huir y exiliarse sin que nadie pusiera traba alguna para evitar la fuga. Todos convinieron en mirar para otro lado. Pero no. El terco de Sócrates eligió la muerte. Por coherencia, según reveló a los amigos. Se trataba de una cuestión de principios.
El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima -uno de los grandes escritores japoneses del siglo pasado- junto a cuatro compañeros de su milicia - 'la Sociedad del Escudo'- se colaron en una base militar del mismísimo centro de Tokio, tomaron al comandante responsable como rehén y llamaron al país a la revuelta contra la Constitución, demasiado moderna para quienes reclamaban la recuperación de las reglas del viejo imperio. Fracasaron en su empeño.
Mishima se suicidaba a la vista de todos haciéndose el harakiri en la terraza del edificio. ¡Lo que hubieran gozado los de las mañanas de Tele5! Así, nuestro golpista neófito se citaba con la historia de los samuráis siguiendo un código ancestral, y moría destripándose, haciéndose acreedor al mismo honor que reclamaba para su país, y siendo coherente con los principios que defendió para su anhelado imperio nipón.
Hemos llegado a tal punto de degradación que si eliges el momento propicio puedes escamotear tus culpas a un costo asumible
En 1972 se estrenaba la película de Coppola 'El Padrino'. En una escena inolvidable, el traidor que intenta asesinar a don Vito Corleone, Frank Pentangeli, se haya amparado por el FBI en una base militar como testigo protegido para evitar su muerte. Tom Hagen, el abogado de la 'famiglia' mafiosa, le visita para charlar con él amistosamente y agradecerle que se haya retractado ante el tribunal.
El 'consigliere' le recuerda a Frankie que antiguamente, en el imperio romano, cuando alguien participaba en un asalto fallido al emperador, el único camino honorable de preservar la vida y los bienes de los suyos era el de reconocer su traición y quitarse la vida. Pentangeli capta el mensaje de que no habrá represalias, abraza a Hagen, regresa a su habitación, llena la bañera, se sumerge en el agua y se corta las venas, poniendo así a salvo familia y patrimonio.
Un filósofo griego, un escritor y militante político japonés y el centurión de una familia mafiosa siciliana coinciden en lavar sus respectivos fracasos, tras combatir el 'statu quo' -la ciudad de Atenas, la Constitución japonesa de 1947, o la 'famiglia'-, poniendo fin a sus vidas del modo más honorable y coherente posible. Y no es que preconice el suicidio como el medio más conveniente en situaciones como las apuntadas más arriba, pero llaman la atención las notables diferencias que se atisban entre estos ejemplos de entereza y los que hoy están tan en boga.
En estos tiempos tan socorridos que nos toca vivir, ciertamente, sólo se inmolan los parias. Por contra, y sólo a modo de ejemplo, vemos con normalidad cómo algún presidente autonómico huye despavorido hacia un exilio dorado sin bajarse del coche oficial ni abandonar la escolta tan pronto olfatea a la policía judicial. Los reyes tampoco les van a la zaga, buscando satrapías con pulsera de 'all inclusive' y refugiándose en resorts que sólo frecuentan putas con ínfulas, comerciantes de armas y otras gentes de vida desordenada y con cuentas que saldar.
Siempre creí que un gran poder llevaba aparejada una gran responsabilidad. Y que cuando se le otorgaba a alguien la inviolabilidad en el ejercicio de su cargo se hacía para preservar el desempeño de su crucial labor. Lo último que uno puede esperar es que el interfecto aproveche la ocasión para jartarse de violar normativas de toda índole, sean estas fiscales, de blanqueo de capitales o de tráficos varios para llenarse los bolsillos y atesorar divisas a tutiplén.
Llama la atención que los detalles sórdidos acaben siendo del dominio público gracias a las confesiones de madames de alta alcurnia y apellidos impronunciables que pasaban por allí, como el afán desmedido de algunos por contar billetes con una máquina automática de esas que salen en 'Breaking Bad' o en 'Ozark' y que hacen ese ruido tan característico, como el tableteo de una ametralladora al paso de cada billete de quinientos. 'Ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta'.
Pese a la gravedad de los desmanes, hemos llegado a un punto tal de degradación que si eliges el momento propicio, puedes escamotear tus culpas a un costo asumible y hasta salir bien librado del entuerto. Realizas un reconocimiento genérico del pecado, a modo de acto de contrición, pones cara de cordero degollado y voz lastimera y te lo perdonan todo. Más aún si en tu argumentario enfatizas que vas a hacer lo mejor para tu país.
A nadie se le oculta que en este momento la ocasión la pintan calva. Qué mejor excusa que una guerra mundial -lo es ya por sus efectos globales- para aprovechar a entonar el 'mea culpa' y dar por amortizadas tus trapacerías, cuando tus súbditos se entretienen en llegar a fin de mes con la calefacción apagada y el depósito del coche en la reserva. Así, oculto tras las volutas de humo de la maternidad bombardeada de Mariúpol, reclamas respeto a tu privacidad y te muestras generoso al afirmar que nunca más habitarás palacios ni residencias oficiales para evitar contagios a terceros. ¡Que para qué coño quiere uno Zarzuelas habiendo Villas Certosas!
No puede haber perdón, ni de Dios ni de los hombres, para estas trapisondas y desafueros. Y si no ha de ser un suicidio honorable el camino salvífico, sean el exilio, el denuesto y la vergüenza cuando menos. Y si se antepuso el interés propio al de los súbditos, niéguese también la tierra del camposanto.
Aquí yace un hombre que pudiendo aspirar a la gloria -rezará el epitafio-, arruinó para siempre su memoria. Y suene al fondo la música de Franco Battiato y los acordes de su 'Povera patria, schiacciata dagli abusi del potere, di gente infame, che non sa cos'è il pudore. Si credono potenti e gli va bene quello che fanno e tutto gli appartiene'.
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