La sal que une tradición y juventud en Añana
Trikipoteo, conciertos y competiciones deportivas celebran el patrimonio cultural de la villa alavesa en una feria impulsada por jóvenes
Salinas de Añana ha veulto este sábado a llenarse de vida con motivo de la Feria de la Sal, una jornada que reivindica el legado salinero de la localidad con más de 900 años de historia. Lo hizo con una comida popular bien condimentada, música en vivo y el calor de una comunidad que mira al futuro sin perder de vista sus raíces. El ambiente festivo se dejó sentir por las calles y esas vistas al valle milenario que es hoy es uno de los paisajes culturales más insólitos de Euskadi.
«Antes se producía el espectáculo de luz y sonido en el Valle Salado, pero se dejó de hacer, y hemos querido mantener este día entre los más jóvenes», contaba Ohiane Gil, vecina de Vitoria e hija de salinero, mientras tocaba la triki en un recorrido musical por los bares del pueblo. A su lado, una veintena de chavales animaban el mediodía en una cita que desafió los cerca de 30 grados que marcaba el termómetro.
Este encuentro se suma al calendario de celebraciones locales que también incluye el Entroje, una fiesta que marca el fin de la cosecha con la representación del traslado de la sal desde las eras del valle hasta el almacén en el centro del pueblo. La presencia de turistas, atraídos por el singular paisaje del Valle Salado, llevó incluso a algunos a preguntarse si se trataba de las fiestas patronales. «No, es otro día de celebración con actos populares», aclaraba una vecina a un grupo en la plaza Miguel Díaz de Tuesta, punto habitual de las visitas teatralizadas.
La comida popular reunió a 80 personas, entre vecinos y familiares con vínculos con la zona. La jornada contempla también las actuaciones del grupo Trintxera Punk y los deejays Kantossi y Arosound, además de varias competiciones: futbolín, pelota vasca y el tradicional bolo salinero.
Este último fue uno de los actos más celebrados desde las once y media de la mañana. En cada tirada, el público respondía con aplausos en un acto de reivindicación de un juego que estuvo a punto de desaparecer. «El que gana aquí puede decir que es campeón del mundo, porque este bolo no se juega en ningún otro sitio», decía entre risas Elías Isasi, uno de los impulsores de su recuperación. Junto a otros vecinos reactivaron el club deportivo San Cristóbal, devolviendo al pueblo la emoción de esta práctica. «Es más difícil que el bolo alavés», aseguraba mientras observaba la competición. ¿Su origen? «Se pierde en la lejanía. Hay anotaciones del siglo XVI que hablan de él», resumía. El testigo ha pasado a las nuevas generaciones. «Ahora los chavales también se animan, y eso es lo más bonito», celebraba Manu, otro vecino.
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