Proyecto Hombre se reinventa para atender adicciones al juego, el sexo o los móviles
La Fundación Jeiki atendió a 166 personas en 2018.La mayoría, un 80%, es hombre y consumidor de alcohol y cocaína
Judith Romero
Lunes, 18 de noviembre 2019, 00:14
Cada vez son más los alaveses que se acercan a pedir ayuda para someterse a un tratamiento de rehabilitación. En la Fundación Jeiki -responsable de ... Proyecto Hombre en Álava-, la mayoría lo hace con el deseo de dejar atrás su dependencia del alcohol y la cocaína. Hasta 166 personas se acercaron a este recurso de la Diócesis de Vitoria, Cáritas y la Fundación Molinuevo que cuenta con el apoyo económico de las instituciones en busca de una segunda oportunidad en 2018.
Consciente del reto que supone hacer frente a las adicciones emergentes como las apuestas o las relacionadas con la tecnología, la fundación nacida en pleno boom de la heroína busca renovarse para poder seguir sacando al mayor número de gente posible del pozo que suponen las drogas. «Estamos tratando adicciones de sustancias aparejadas a otras problemáticas como el juego, el sexo o los móviles y debemos especializarnos en estas cuestiones», afirma Javier Mariño, gerente de leste colectivo desde octubre.
Además de contar con un recurso residencial que ya gestionaba Proyecto Hombre, importado desde Roma e instaurado en Álava en 1987 por el obispo José María Larrauri, Jeiki ofrece atención ambulatoria mediante Aukera. También trata adicciones entre jóvenes y adolescentes de edades comprendidas entre los 12 y 21 años mediante la iniciativa Hazgarri, tanto de forma preventiva como a posteriori. Un total de 174 jóvenes, adolescentes y sus familias participaron en este programa que interviene en problemas de consumo, violencia familiar y fracaso escolar de forma simultánea. El objetivo final es evitar que estos futuros adultos caigan en situaciones de exclusión.
En la fundación colaboran con recursos como el Centro de Orientación y Tratamiento de Adicciones de Osakidetza en esta tarea, así como con los servicios sociales y otras entidades del tercer sector. Un 34% de los jóvenes que pasan por el programa Hazgarri experimenta una mejora sustancial o completa al abandonar del todo sus adicciones y en Jeiki esperan seguir mejorando estos datos. Si adicciones y sustancias como los porros están detrás de la lista de espera que impide que más familias tengan una oportunidad para redirigir la vida de sus hijos, los adultos sufren la consecuencia de la cocaína, el alcohol, el speed y la heroína, en este orden.
«La droga ya no saca a la gente tan rápido de la sociedad pero a ellos también hay que atender»
Señales de alerta
En el ámbito laboral
En Jeiki han detectado dos perfiles de usuarios. Por un lado se encuentra el drogodependiente que ha perdido sus redes familiares, su trabajo y en ocasiones presenta alguna enfermedad mental y sinhogarismo. Por otro, personas al borde del colapso que aún mantienen el apoyo de sus familias y, en ocasiones, un empleo que pueden poner en peligro.
«La droga ya no saca a la gente de la sociedad de manera tan rápida. Esto está bien, pero es que hay permisividad con el alcohol y las metanfetaminas, lo que se traduce en absentismo y accidentes laborales. Ante esos también hay que estar alerta», advierte Mariño.
La mayoría de los usuarios tiene entre 40 y 50 años y el 80% son hombres. El equipo de veinte psicólogos y educadores que compone Jeiki ha detectado un aumento de las mujeres que se acercan a pedir ayuda. Además de aprender a distinguir y controlar sus sentimientos, el tratamiento se completa con un acercamiento al mercado laboral por medio de iniciativas de Cáritas como su agencia de colocación, entrevistas, terapias de grupo y familiares en el caso de los menores. Primero de forma intensiva, después como mantenimiento y, por último, para evitar recaídas. Aunque la estancia media en el recurso es de un año, Jeiki atendió 166 personas en 2018, un 23% más que el año anterior.
Desde Jeiki advierten de que, pese a sus efectos, se está normalizando el consumo de sustancias
Percepción social
Ellas, en la intimidad
Buena parte de los usuarios de Jeiki llega después de haber pasado por otros recursos o derivados desde allí. Es por ello que la fundación busca alcanzar la sostenibilidad económica para poder seguir atendiéndoles como vienen haciendo desde 1987 e implementar mejoras como el uso del 'big data' para detectar patrones de conducta o tratamientos que hayan funcionado bien con anterioridad y perfeccionarlos. Otro reto pasa por llegar a las mujeres, cuyos consumos pueden ser más difíciles de detectar al producirse con más frecuencia en la intimidad.
«Nos preocupa cómo se está normalizando el consumo de sustancias y el deterioro progresivo que provocan. Queremos seguir presentes en la sociedad para atender a estas personas a las que hemos dado esperanza», advierte Mariño, quien observa con preocupación los datos de la prevalencia de drogas en Europa. Un estudio elaborado por científicos del CSIC entre 2011 y 2017 ha concluido que las ciudades donde más consumo de drogas hay son Amberes, Ámsterdam, Zúrich, Londres y Barcelona estudiando sus aguas residuales.
En su contexto
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174 jóvenes, adolescentes y familias participaron en el programa Hazagarri, que interviene en problemas de consumo, violencia familiar y fracaso escolar de forma simultánea, durante 2018.
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Adicciones aparejadas. Los jóvenes de entre 12 y 21 años muestran adicciones a sustancias, pero a menudo vienen de la mano de otros problemas como la dependencia del móvil, el enganche a los videojuegos o la afición a las casas de apuestas. En adultos, la cocaína y el alcohol encabezan la lista de adicciones.
25 camas para una nueva vida
Cuando el tratamiento ambulatorio no es suficiente, la sede de Jeiki en la calle San Ignacio de Loyola permite que hasta 25 personas ingresen en sus instalaciones para someterse a un tratamiento más intensivo. Desconectar del mundo exterior les ayuda a centrarse en su recuperación y a adquirir competencias necesarias para la vida. «Pasan aquí unos meses y solemos tener quince plazas ocupadas. Todo lo que hacen está orientado a su recuperación desde que desayunan a las 8.30», explica Javier Mariño, gerente de la fundación.
Los usuarios preparan su propia comida y aprenden a comer sano al tiempo que reciben atención psicológica por las mañanas. Además de convivir con otras personas en situaciones similares, completan su formación y tienen la ocasión de adquirir nuevos hábitos como el ejercicio gracias al gimnasio del que disponen sus instalaciones. La vieja capilla se ha transformado en un salón, cuidar del jardín y la huerta les aporta serenidad -las calabazas son su orgullo- y los ceniceros les ayudan a reducir la ansiedad de la abstinencia si lo encuentran necesario. En el sótano, un taller con herramientas les ayuda a reconstruir su futuro. «Cuando se rompe algo les animamos a explorar cómo solucionar los problemas por su cuenta», apostilla Mariño.
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