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El malvado Mortimer
Miércoles, 10 de junio 2020, 23:32
Pegó su mano desnuda contra el cristal. Tras él sólo veía hasta donde alcanzaba la luz del foco, apenas un par de metros, y más allá reinaba la oscuridad. Las algas del lecho marino se movían despacio y María se imaginaba cómo sería tocarlas. Apartó la mano cuando se iluminó un pequeño crustáceo que cruzó delante del cristal. Parecía una diminuta mota de luz. Aunque los veía a menudo, María se preguntó cómo podrían sobrevivir a la enorme presión de toneladas de agua en aquel abismo marino. Acto seguido se estiró en la litera en la que estaba tumbada, en ropa interior, pues hacía mucho calor en el batiscafo. Era un espacio pequeño pero suficiente para ponerse en pie. En la proa tenía un asiento enfrentado a los mandos de control. El micrófono colgaba de un cable del techo, ella lo dejó así tras la última comunicación. Lo miró con recelo antes de colocarlo en su sitio. Al hacerlo una luz roja parpadeó anunciando una llamada. Se sentó, cogió otra vez el micrófono y contestó de forma seca.
-¿Qué quieres? -espetó.
-Cariño, por favor, vuelve.
La súplica del hombre obtuvo un bufido de disgusto de María.
-Me dijiste «piérdete», ¿recuerdas? -gritó al micrófono-. Pues ahora no podría estar más lejos.
El hombre dudó antes de contestar.
-Cariño, todas las parejas discuten de vez en cuando, y más en esta situación, por favor. ¡Perdóname!
María colgó el micrófono y se recostó en su asiento. Subió los pies al panel de mandos y encendió el monitor que tenía delante. Con un joystick movía la cámara fuera del batiscafo para explorar el exterior. Había multitud de seres vivos y se entretenía haciendo zoom con la cámara para observarlos. Relajada, perdió la noción del tiempo hasta que el sonido de sus tripas al rugir le sacó de su ensimismamiento. «Me apetece pescado» bromeó para sus adentros.
Estiraba las piernas cuando una figura grande invadió el monitor. Sorprendida, giró el joystick hasta captarlo en cámara. Sus ojos se abrieron como platos al descubrir la silueta de un buzo que llevaba un cartón de pizza en una mano.
María se quitó el casco de realidad virtual. Se incorporó en su propia cama, en su apartamento. Tumbado a su lado, también con un casco de realidad virtual, estaba Pedro, su novio. Él se desconectó en ese momento.
-Te oía rugir las tripas -dijo Pedro con media sonrisa-. Pensé que te apetecería una pizza.
María suspiró.
-No debí darte la pista de dónde estaba. Supongo que ya me conoces bien.
El timbre de la calle sonó.
-Es la pizza que encargué -contestó Pedro-. Estar en cuarentena por Neo-gripe nos permite conocernos mejor. Como pareja, digo. Por cierto, ahora entiendo a mis padres cuando me contaban sobre aquel año del COVID-19.
-Y sin realidad virtual -apuntó María-. No sé cómo las parejas de aquella época lo soportaron.
-¿Significa eso que me perdonas?
María suspiró.
-Más te vale que la pizza lleve anchoas.
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