Mario Obrero: «Prefiero que Vox tenga que ver con un diccionario que con el odio y el miedo»
El poeta madrileño acude a la librería Mara-Mara este jueves 29 de mayo para presentar el ensayo 'Con e de curcuspín', un «canto de amor» a las len
«Mi esperanza como español y como hablante de castellano es la misma: anhelo con fe laica el día en que mi país no establezca ... relaciones bélicas con una lengua ni con una identidad». Así se expresa Mario Obrero (Getafe, 2003) en el ensayo 'Con e de curcuspín' (Anagrama), una carta a las lenguas con ocho remites (castellano, euskera, catalán, gallego, aragonés, aranés, asturiano y extremeño).
El poeta –que a los 17 años se convirtió en el más joven en ganar el Premio Loewe– presenta hoy jueves 29 de mayo este título en la librería Mara-Mara (19.00) y al día siguiente en La Saturnina de Bilbao (19.00). En el origen de este «canto de amor» se encuentra el trabajo como guionista y presentador en el programa literario 'Un país para leerlo', que se emitió en La 2. «Tuve la posibilidad de mostrar la diversidad lingüística del Estado, aunque a veces costaba más encauzarlo delante de las cámaras. Con el tiempo, me di cuenta de que ese amor por las lenguas venía de mucho antes», plantea.
– ¿Qué lenguas habla?
– Pues lo que tengo en general es poca vergüenza. Más que hablar, le echo cara.
– Que es importante.
– Hablo gallego, catalán, castellano, inglés y francés. En el libro se muestra una realidad que tiene que ver con ello y es que nunca se le pregunta a un chico de 15 años por qué va a la escuela de idiomas por las tardes hasta las nueve de la noche a aprender francés, pero cuando se mete la Euskal Etxea de Madrid para estudiar euskera parece un milagro, una rareza, una proeza o algo que mirar con lupa. Dentro de mi propio bagaje con las lenguas también he acreditado mucho esa paradoja en la que el inglés o el francés son idiomas aplaudidos, pero la vara de medir cambia radicalmente cuando en realidad te acercas a lo mismo: un idioma, una realidad y forma de mirar el mundo.
– Estudió un curso de euskera y unas pocas semanas en la Euskal Etxea de Madrid. ¿Sigue aprendiéndolo?
– Pues me encantaría. Si el horizonte universitario es benévolo conmigo, que acabo el grado este año, tenía pensado ir a Bilbao y meterme en un euskaltegi. Sé que es una relación que no ha hecho más que empezar y espero poder continuar ese aprendizaje.
– El libro está plagado de citas de autores que escriben en diferentes idiomas. Entre las firmas en euskera aparecen Karmele Jaio y Katixa Agirre.
– Cuando uno tiene tan buenas compañeras de viaje, versos y citas de personas tan queridas, el trabajo que hace uno como escritor medianamente es el de no molestar. Tenía que hacer por mi parte era acompañar de la mejor manera posible y celebrar esas voces. Tenía claro que para hablar del euskera era importante la territorialidad y era preciso ir a Navarra e Iparralde como a la CAV.
– «Aprendí galego gracias a Vox», se lee en su libro.
– Efectivamente, por una fantástica marca de diccionarios. El lenguaje y el idioma es la mayor posibilidad de libertad que tenemos frente a otros bienes materiales. Es nuestra gran posesión y podemos reconvertir, potabilizar esas palabras que nos pueden llevar a diccionarios o nos pueden llevar a la extrema derecha que inocula odio en nuestra sociedad. Si yo puedo elegir, pues me encanta de nuevo que Vox tenga más que ver con palabras y con un lexema latino que tenga que con el odio y el miedo.
– Cada cierto tiempo algún partido propone que se enseñen los idiomas cooficiales en otras comunidades autónomas. Que en Murcia se pueda aprender euskera o catalán en Madrid.
– Lo vería como algo completamente básico. Desde la perspectiva del Estado, sería algo tan necesario y tan cabal como lo que ya se hace en otros países, como Suiza. A mí me hubiera encantado como alumno de la pública de la Comunidad de Madrid haber tenido este acceso. Aún así creo que la principal consigna política tendría que ver con no molestar, no irritar y dejar un poco en paz a las lenguas que una y otra vez se intentan disminuir, se intentan coartar, se intentan ahogar.
– ¿En qué sentido?
– Como en esa votación que se ha celebrado para decidir si los niños quieren o no aprender valenciano, como si fueran a elegir entre Biología o Matemáticas. Evitando esa confrontación haríamos mucho por algo tan inherente como el plurilingüismo, que lleva existiendo desde hace siglos y hoy día conforma también lo que somos.
– El año pasado participó en el Festival Poetas en Mayo.
– Sí, estuve en 'Poetak maiatzean' con Elisa Rueda, que es estupenda. De Gasteiz tengo muy buenos recuerdos de cuando grabé el programa 'Un país para leerlo'. Es la ciudad de Ernestina de Champourcín y también aquel triste sitio donde Lauaxeta es fusilado del mismo modo que Lorca y del mismo modo que fueron asesinadas tantas personas a partir del golpe del Estado de 1936. Además, que la Facultad de Filología esté allí hace que sea una ciudad en la que siempre me he sentido muy cómodo.
– ¿Cuánto le identifica la frase de Cernuda «soy español sin ganas»?
– Con este libro no me interesa procurar otro tipo de españolidad, sino sentirme poeta y sentirme persona sin mayor adjetivo ni mayor territorialidad. Pero sí que es cierto que el discurso españolista se tendría que revisar ese orgullo tan endeble y tan frágil que tiene cuando necesita constantemente atacar a esas otras realidades que están a su lado y que llevan siglos ahí.
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