María de las Mercedes, no te vayas de Vitoria
Se non e vero... ·
Resulta curioso el modo en que la vida gusta de sorprendernos con actos aparentemente irrelevantes que de repente desencadenan efectos desoladores. Vas conduciendo por la ... Sierra de la Culebra en la provincia de Zamora con un Marlboro en la boca, disfrutando de un paisaje incomparable. Aspiras la última bocanada de humo que recorre tu tracto respiratorio hasta el fondo de tus pulmones, sujetas la colilla entre los dedos, y la lanzas con un disparo de tu dedo corazón impulsando los restos del cigarrillo como una catapulta liberada del freno.
Negocias la siguiente curva con suavidad y te dices que hoy puede ser un gran día. Has quedado a cenar en Zamora en el restaurante La Sal con tu novia. Y con el devenir de la noche saltarán chispas que confías poder sofocar en la habitación del Parador que has reservado para sorprenderla. Mientras perfilas en tu cabeza la estrategia de asedio y conquista, a menos de un kilómetro tras de ti, la colilla que acabas de arrojar por la ventanilla ha encendido el matorral seco sobre el que había quedado suspendida durante unos segundos eternos en un equilibrio inestable.
Y haciendo honor a tus deseos de vivir una noche grande en la que salten chispas y se desaten pasiones, acabas de provocar un incendio de tales dimensiones que fulminará más de treinta mil hectáreas de bosque, mientras conduces ajeno al hecho de que tú has sido el creador del monstruo y de que otros hombres perderán su vida por tu culpa tratando de contenerlo y de sofocar las llamas.
A cuatrocientos kilómetros de allí, en una ciudad donde nunca pasa nada, tiene lugar una consulta sindical que marcará el ser o no ser de esta bella villa durmiente. Unos pocos miles de trabajadores -los empleados en nómina de una compañía automovilística- tienen en sus manos no sólo su destino personal y el de su empresa, sino el de un sinfín de talleres auxiliares, el de miles de empleos subsidiarios y el de toda la economía local de la ciudad en la que la empresa está radicada desde el siglo pasado. La localidad palidecerá de astenia hasta entrar en coma si el resultado de la votación tiene como efecto secundario indeseado la desinversión y el cierre paulatino de la factoría.
Así, con tal entender, algo menos de cinco mil almas afrontan la tesitura de tomar una decisión que afectará a las vidas de sus convecinos en una dirección o en la contraria. Muchos, ajenos a la relevancia de su papeleta y en defensa de una reivindicación laboral legítima, pueden causar a su pesar una onda expansiva de dimensiones colosales que son incapaces tan siquiera de imaginar.
De suerte que un incendio forestal o un incendio sindical nos muestran igualmente que no hay acto irrelevante que uno pueda permitirse en su vida por inconsciencia e irresponsabilidad en un caso, por miopía o torpeza en el otro, sin que lleve aparejado tener que pagar un alto precio por ello. Y lo más irónico es que a la hipotética población afectada sólo le está dado contener la respiración y cruzar los dedos mientras el negociado se lleva a efecto.
Al hilo de estas consideraciones, la primera vez que escuché que las empresas tenían ruedas, especialmente las multinacionales, quedé ligeramente indispuesto pensando en las que daban trabajo en mi ciudad. Y me sentí incapaz de imaginar Vitoria sin la estrella alemana o sin el gordito francés de las lorzas.
El ponente de la conferencia a que asistía comparaba estos procesos de deslocalización de empresas con un espectáculo de magia de David Copperfield, ahora la ves y ahora no la ves. Echas unos cálculos para ahorrar costes fijos, buscas un nuevo emplazamiento con condiciones laborales más rentables y ¡zas! -chasqueaba los dedos-, listo Calixto. Nada por aquí nada por allá. Una empresa ayer, hoy un erial.
Para conjurar el mal fario durante las votaciones, una coplilla se me vino a la mente
Un oyente inquieto preguntó si era posible quitarle las ruedas a las empresas y fijarlas al territorio de un modo duradero para evitar la desertificación. - Se trata de sustituir los neumáticos por raíces bien profundas, dijo el conferenciante. Es cierto que disponer de una empresa de semejantes dimensiones en tu territorio puede suponer un problema y generar megadependencias, aunque paralelamente constituye una gran oportunidad y representa un gigantesco polo de desarrollo sobre el que edificar nuestro futuro, zanjó. Por eso, se trata de que Álava, Euskadi y España trabajen de la mano para fijar unas condiciones interesantes para la multinacional que la hagan competitiva y la vinculen industrial y emocionalmente a la ciudad que la acoge.
Hoy -vistos los cojones, niño- suspiramos aliviados por el resultado de la consulta y por las inversiones futuras, que confiamos no pasen de largo por Vitoria como Míster Marshall por Villar del río en la película de Berlanga. -Al loro, Titos. Que hay que ponerse las pilas. Yo he de reconocer que en esta ocasión confiaba en la sensatez de la mayoría del colectivo de trabajadores. Por eso, y para conjurar el mal fario durante las votaciones, una coplilla se me vino a la mente y anduve rumiando una versión particular que me fue quitando el miedo y tranquilizando el cuerpo hasta que mi mujer tuvo a bien mandarme callar y dejar de dar la tabarra.
La coplilla que me tenía a mal traer decía algo así: «María de las Mercedes mi rosa más vitoriana, porque te vas de mis redes de la noche a la mañana. Te vas camino del cielo sin un hijo que te herede. Vitoria viste de duelo y el Alcalde no tiene consuelo: María de las Mercedes. María de las Mercedes no te vayas de Vitoria...».
Y no sabría decirles si la cancioncilla sirvió o no sirvió para conjurar el peligro. Pero he de decir que cantar, 'cantuve' largo y tendido. Aunque apretando el culo durante el recuento. Y les confesaré, ahora que no nos oye nadie, que mi mujer se llama Mercedes y que el motivo de mis cánticos era doble, por ende. Al tiempo, recordé aquella frase lapidaria de Kant que realmente es una lección de vida: No se trata tanto de ser felices, como de ser dignos de la felicidad. Y me dije que un cantero debiera tallarla en el frontispicio de nuestras instituciones y factorías a modo de pauta de conducta. Y tal y tal.
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