De Malí a Vitoria, el viaje interminable
Refugiados ·
Huyen de sus casas pidiendo asilo y acaban en la calle tras darse de bruces con la burocraciaJon Casanova
Domingo, 17 de agosto 2025, 00:32
Vitoria se ha convertido en el refugio temporal –o definitvo– de medio centenar de inmigrantes llegados de Malí y otros países de África subsahariana. Huyeron ... de sus casas y aspiran a alcanzar un estatus de refugiado para empezar a construir una nueva vida a través de un trabajo y un techo. Meses, incluso años, en un camino interminable, apartados de sus familias. Su situación en la capital alavesa ni mucho menos era la que soñaban. Viven en la calle, repartidos en soportales de Salburua y Gazalbide, durmiendo y aseándose como pueden, a la espera de que en la comisaría de la Policía Nacional les den una cita e inicien esa larga escalada por el muro burocrático que supone solicitar el asilo. Comen gracias a las donaciones vecinales mientras esperan durante horas, días o semanas. Seis de estas personas relatan las dificultades de un viaje que aún no acaba.
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Pathé Sidibe Guinea
«Me querían matar y tuve que huir del país»
Pathé es uno del medio centenar de afectados que duerme en las calles de Vitoria. En su caso, dos semanas en las que no ha podido ducharse y pasa los días con la comida justa. Pero su caso es distinto al resto. Procede de la República de Guinea. Allí no hay guerra abierta, no se escuchan bombas ni combates, pero afirma con certeza que si regresa, lo matarán. En su país trabajaba recolectando oro, diamantes y minerales de gran valor. Es un oficio que le viene de familia. Su padre se dedicaba a lo mismo y le enseñó desde joven. «Ganábamos buen dinero. ¿Para qué iba a ir al colegio?», expresa en un básico inglés que sirve para hacerse entender. Durante años, su vida giró en torno a las minas, hasta que un día todo se torció. Mientras transportaba 30 kilos de oro desde Bodié –una localidad situada en el centro-oeste del país– fue asaltado por varios mercenarios armados. Le arrebataron la carga y casi la vida. «Cuando les conté a mis jefes lo que me pasó, no me creyeron. Me querían matar y tuve que huir del país».
Su salida fue precipitada, sin tiempo para despedidas. Dejó atrás a familiares, amigos y un modo de vida que en aquel momento disfrutaba y le permitía gozar de una buena vida. Hoy, su idea es clara. «Quiero quedarme en Vitoria, vivir y trabajar aquí. Ya no quiero volver. Me gustaría ir a un colegio para aprender a escribir...». ¿Y empezar una nueva vida? «Sí, eso, quiero vivir aquí, me siento seguro aquí». Pathé es joven –«unos 30 años», no sabe con exactitud su edad– y tiene «muchas ganas» de integrarse.
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Mohammed Traoré 40 años. Mali
«Después de 10 años ves todo más difícil, no sabes»
Mohammed era conductor de taxi y salió hace diez años de Malí –allá por 2015– buscando un futuro más seguro para él y su familia, que aún le esperan en un país sumido en una cruenta guerra interminable. Desde entonces ha pasado por Libia, Italia y Francia, enfrentándose a numerosas dificultades en el camino que poco a poco parecen esclarecerse con su llegada a Vitoria, aunque las condiciones aquí tampoco estén siendo las mejores.
Tiene mujer y cinco hijos, con quienes espera poder reunirse pronto. «Quiero vivir aquí y poder traer a mi familia», dice en muestra de un deseo que lleva una década sin cumplirse. La vida en la calle y la incertidumbre diaria no son fáciles de gestionar.
A pesar de todo, destaca la amabilidad de los vitorianos. «La gente aquí está siendo agradable», señala, agradeciendo el apoyo de vecinos y voluntarios que ofrecen ayuda en medio de la precariedad. El estilo de vida es muy limitado. «No hay un lugar en el que ducharse, es muy molesto», lo que hace que cada gesto de asistencia sea valioso. Estuvo en Málaga durante una etapa de su viaje, pero espera que su destino final sea la capital alavesa, donde confía en poder trabajar y establecerse tras oír que la tramitación en el norte es más ágil. Aunque, de momento, las esperas se le está haciendo bastante pesada. «Con nueve personas atendidas al día es insuficiente. Nos gustaría que, por lo menos, fuera el doble», reclama a las instituciones.
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Doua Coulibaly 32 años. Mali
«Con las cosas que he visto allí, volver es imposible»
El 27 de junio, Vitoria se convirtió en la 'casa de acogida' de Doua, aunque esta no tiene techo ni paredes. En este mes y medio ha logrado establecer una rutina que le da cierto orden a su vida. «Me levanto y me ducho. Luego voy a la asociación donde dicen que me van a dar alojamiento. Después, directamente a la comisaría a ver si hay suerte con el papeleo», explica. En esta situación, la comida es un bien escaso, pero nunca dudan en ser generosos entre ellos. «Si uno tiene algo para dar, pues compartimos entre nosotros», relata en relación a la solidaridad que ha encontrado entre personas que viven su misma situación.
«Con las cosas que he visto en Malí, volver allí es imposible. No es seguro». ¿Y por qué salió? «Por que no hay futuro. No tienes seguridad. Los yihadistas están por el norte y hay mucha violencia. No quiero seguir allí», dice quien se ganaba la vida en oficios varios. Aquí ha encontrado la tranquilidad que tanto buscaba. «Vitoria me gusta. Poder quedarme aquí sería increíble. Veremos si es posible», afirma. En su caso, no tiene mujer ni hijos, mantiene un contacto más o menos frecuente con su familia, y espera traerlos en cuanto logre consolidar su situación. Aún no tiene una cita asignada pero espera tenerla pronto. «Los días, semanas o meses en la calle no serán sencillos, aunque espero que pasen lo antes posible. La gente ayuda y lo que no quiero es volver», explica en francés a través de un intérprete.
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Diaguely Nimaga 27 años. Mali
«Por fin tengo una habitación tras vivir en la calle»
Durante el último mes, Diaguely ha divagado por el barrio de Zaramaga, buscando un poco de calma entre calles desconocidas y rostros que apenas reconoce, pero asegura que «gracias a Dios ya me han citado». Esperará hasta el 3 de noviembre, fecha que le ha dado un chute de confianza y cierta tranquilidad frente a la incertidumbre que le acompaña desde que llegó a la ciudad. Además, el miércoles pasado hizo una entrevista para recibir una habitación y «se supone que podré estar allí hasta noviembre», un pequeño refugio que le permitirá descansar y recuperar fuerzas.
No obstante, prefiere atravesar estas penurias a volver a su país, donde corría el riesgo de ser reclutado o verse involucrado en la perenne guerra. «Allí no se puede vivir», señala en una especie de mantra que repiten tantos de sus compañeros de fatigas. Estas se resumen en la siguiente frase:«Nuestro mayor problema es que vivimos en la calle». Además, hace poco sufrió un percance casi con tintes de drama. «El otro día me robaron el móvil. Sin él, no tengo cómo comunicarme con mi familia. Es un problema muy grande».
Aun así, ha encontrado apoyo en un grupo de vecinos del barrio que le han proporcionado a él y a varios más comida, mantas y algo de compañía. «Esas semanas estuvimos muy bien pero ya eso ya se ha parado», explica, y lo asocia a que muchos de los voluntarios se hayan ido de vacaciones.
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Djawara Fousseinou Mali
«Hasta conseguir la cita han sido momentos muy duros»
Djawara lleva dos años vagando sin destino fijo por cada rincón de España, arrastrando su vida en una maleta y durmiendo donde puede. Pasó en Cataluña dos meses. «Me dijeron que sin el empadronamiento era imposible que me dieran cita». En Cruz Roja le aconsejaron buscar otra ciudad con más opciones. Así llegó a Vitoria, donde –tras dos semanas de espera– consiguió finalmente la ansiada citación, con fecha prevista para el 15 de octubre. Ese día será entrevistado para explicar la razón por la que pide asilo y relatar su historia personal, con la esperanza de obtener protección internacional. «A mí me perseguían, me amenazaban que si no luchaba para ellos, me mataban. Me tenía que ir».
A partir de octubre «imagino que seguiré en la calle pero ahora que tengo la cita estoy más aliviado. Han sido momentos muy duros». Su plan es el mismo que el de muchos en su situación. Afianzarse en Vitoria para algún día traer a su familia que por ahora sigue en Malí. Piensa a menudo en los que atraviesan lo mismo y desea que para ellos el proceso sea más rápido. «Llevamos una semana sin poder ducharnos», dice con resignación. «El cansancio nos afecta mucho». En medio de esa precariedad, una cafetería del barrio de Salburua es su refugio improvisado. «Nos tomamos algo para poder ir al baño». Allí, entre el aroma a café y el calor del local, encuentra un respiro en un modo de vida que consiste en vivir al día. ¿Sentirá nostalgia, no? «Claro».
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Abdul Aziz 21 años. Mali
«Sin el visado es imposible que te den nada»
A su temprana edad, Abdul tuvo que dejar en Malí a su familia, una separación que todavía le duele pero que resulta inevitable dadas las circunstancias en su país. Explica en francés, a través de intérprete, que fueron sus allegados los que le empujaron a salir, pensando que cualquier aventura fuera de su país sería mejor. Ahora, en Vitoria, ha hallado cierta paz. «Hacía mucho tiempo que estaba esperando la cita». Llegó el 4 de julio y desde entonces las condiciones han sido de todo menos sencillas. Afortunadamente, fue uno de los primeros en conseguir una cita, aunque tendrá que esperar su turno hasta el 7 de octubre para completar la entrevista que le permitirá solicitar el asilo y abrir la puerta a una protección estable, una vez reconocido como refugiado.
«No te dan documento de alojamiento hasta que traigas el papel de la Policía». Comenta que precisan del visado para que les garanticen un sitio. «Sin esto no te dan nada», explica sin titubeos. Aun así, mantiene la esperanza y se aferra a la idea de que cumplir con estos pasos finalmente le permitirá vivir con cierta seguridad.
Dice que está dispuesto a aprender el idioma y un oficio, lo que sean pequeños avances para construir un futuro. Como todos los entrevistados, su sueño consiste en «reunir a la familia. Va a pasar mucho tiempo, ya lo sé, pero en Malí no se puede vivir», insiste.
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