El final del verano llegó. Y tú partirás». Estas estrofas y acordes del Dúo Dinámico ponían –aún hoy lo siguen haciendo– la rúbrica final a ... aquellos veranos infinitos de colonias y acampadas de nuestras infancias y adolescencias. Para más inri, recién se nos murió Manolo de la Calva –el feo del dúo– dejándole un poquito más huérfano a su compañero Ramón –el guapo– y a nuestra 'playlist' estival de paso.
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Abatidos y cabizbajos, y casi perdido el lustre que otorga el bronceado, regresa cada cual a sus quehaceres en la ciudad donde nunca pasa nada... o casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Porque Vitoria sestea hasta después de Olárizu, desperezándose entre bostezos durante la primera semana de septiembre, tras un estío especialmente ardiente.
Y al final, ocurrió lo inevitable. Y tuvimos nuestro particular incendio. No en un bosque del término municipal como en Zamora o Galicia, no vayan a creer, sino en uno de los centenares de rastrojales que hoy adornan los antaño «prados, jardines y paseos orgullo de la ciudad» que refiere el cancionero.
Los bomberos acudieron presurosos a Zabalgana donde ardieron cuatro mil metros cuadrados de matojos, ahumando el barrio convenientemente y empeorando la calidad del aire de la ciudad. Confío en que no se produzca un efecto contagioso a lo largo y ancho de la ciudad y se acabe liando parda, mientras aguardamos que finalice la huelga interminable de la contrata municipal.
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Como sabemos, hoy las parcelas y los jardines vitorianos han pasado a convertirse en reservorios de micro biodiversidad, para desgracia de peatones y disfrute de insectos y canes, que defecan a troche y moche con la discreción que proporciona la abundancia de matorral y yesca.
Otro de los sucedidos que llamó estos días mi atención fue la ocurrencia de algunos de pintarrajear la escultura que rinde homenaje al antiguo cementerio judío en el barrio de Judimendi. Como es sabido, Israel está causando un verdadero genocidio en Gaza que exige una respuesta firme por parte de la población y de los gobiernos. Pero la peor forma de condenarlo y de combatirlo, sin duda, es la que eligió el lumbreras que perpetró la pintada.
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Ayuno de luces, y poco atento en las clases de lengua y literatura, al cenutrio con espray no se le ocurrió mejor texto que el de «HAMAS MATALOS», para expresar su condena al estado sionista. Y a buen seguro que lo escribió con mayúsculas para evitarse pensar en dónde colocar el acento de la palabra esdrújula.
Resulta patético que, con tanto voluntario descerebrado, se pueda perder la razón en causa tan justa como la solidaridad con Palestina. Y que acostumbrados a la retórica etarra del «ETA MATALOS», se pueda hacer tan flaco favor a la condena de los crímenes del sionismo israelí.
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Y así, entre fogatas y nostálgicos pintores de pacotilla, vamos sumergiéndonos en ese paréntesis laboral que abarca el periodo entre las vacaciones de verano y el puente de la Constitución. Sin olvidarnos de esa romería de Olárizu –alubiada y cucaña incluidas–, que dará el pistoletazo de salida al tibilorio consistorial. ¿Qué podría salir mal?
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