«Podría haber sido un desastre mucho mayor»
Con el incendio de Garaio extinguido, los Bomberos empezaban ayer las tareas de refresco y algunos testigos volvían a las playas
Un día después de que las llamas devorasen decenas de hectáreas de cereal a las puertas del parque natural y las playas de Garaio, el ... ambiente recobraba cierta tranquilidad. Disipado el humo, los visitantes podían atisbar a ambos lados de la carretera de acceso la magnitud del desastre. Entre trigo, ribazos y vallado reducido a cenizas, todavía quedaban los rescoldos de un fuego que obligó a los Bomberos a darlo todo para evitar que los diferentes focos no sobrepasaran las lindes de las parcelas agrícolas embalse adentro o por los montes de Maturana.
Los equipos de extinción todavía trabajaban ayer sobre el perímetro del incendio en tareas de refresco con una humedad del 23% y una temperatura que al mediodía sobrepasó los 33 grados en la cercana estación meteorológica de Euskalmet en Etura. Con apenas alguna hectárea arbolada afectada, testigos consultados por este periódico asumían con todo convencimiento que «el desastre pudo ser mucho mayor». La dirección del viento, por suerte, lo evitó.
Encarna Pastoriza, donostiarra asidua a los baños en el pantano, recreaba aún con el susto en el cuerpo el pánico vivido el lunes. Ella, pese a no ser quien dio la voz de alarma, sí fue una de las primeras personas en ver el fuego a apenas unos metros del parking en el que tenía aparcada su caravana. «Andaba una máquina agrícola trabajando. No sé en qué, supongo que cortando trigo. Creo que ahí empezó el fuego», compartía convencida. «Se extendió muy rápido, pero por suerte el viento se lo llevó en dirección contraria a donde estábamos», relataba aliviada. «Mi marido hasta pensó en dejar la caravana en medio del parking que, al ser asfalto, no llegaría hasta ahí el fuego. Menos mal que sólo fue un susto».

«Con las ventanillas cerradas»
Mientras, a orillas del agua, nada hacía presagiar que esa estampa idílica de todos los veranos alaveses fuera a mutar radicalmente. «Recuerdo que mi mujer dijo: '¡Qué raro! Ya no está entrando ningún coche al parking'». Un comentario inocente que José Manuel Sánchez Pérez zanjó con un escueto: «Ya habrán llegado todos». «Siempre solemos marchar sobre las cinco y media, -la hora de declaración del incendio- pero salimos con el coche hasta la entrada y la Ertzaintza ya no dejaba salir a nadie». Volvieron y, para entonces, el caos se había adueñado de las playas. «Se ve que dieron la voz de alarma mientras no estuve. Todo el mundo estaba como con miedo, recogiendo las cosas rápido para coger el coche».
Entonces llegó su segundo intento de escapar de aquella olla en ebullición. «Al llegar a la barrera, un ertzaina nos dijo: 'Ventanillas cerradas y circulad despacio y sin parar'». El panorama no podía ser más desgarrador. «Mi mujer decía: '¡Mira! El fuego está empezando a entrar en el monte'. Yo no quería ni mirar, estaba concentrado en salir de allí lo antes posible».
En las sucesivas caravanas de coches escoltados por los Miñones también estaba Santos González y su furgoneta de helados. Tras cuatro horas despachando cucuruchos y tarrinas, tuvo que echar la persiana. Cuenta que «hubo clientes que debían volver a trabajar y el incendio les impidió salir para llegar a tiempo».

«Vi el humo y salí hacia allí con la moto porque no cogían el teléfono»
Los socorristas están habituados a insolaciones y ahogamientos, pero los incendios son otra cosa. «Vi el humo y llamé al punto de información. Como no me cogían el teléfono, salí en moto hacia allí. El fuego estaba justo en la entrada», relata Iraia Barrio. Así empezó todo su periplo para desalojar a los bañistas. «Dijimos a todos que se marcharan y mis compañeros peinaron la zona con la zodiac para asegurarse de que no quedaba nadie».
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