Feos, abstemios y amigos del sereno
Se cumplen 80 años de la primera 'Fiesta de los blusas'. Reunió a más de 600 mozos de 32 cuadrillas que adoptaron nombres de dudosa reputación
Aunque llevaban años corriéndose juergas con su singular indumentaria aldeana y sus paseos por la calle Dato, las cuadrillas de jóvenes vitorianos aguardaron hasta 1945 ... para organizarse y celebrar la primera 'Fiesta de los blusas' el domingo 22 de julio. Hace ochenta años idearon un festejo que hoy tiene reservada una hoja del calendario local, la del 25 de julio, ya como 'Día del blusa y la neska', ensayo general de La Blanca.
La Guerra Civil había terminado con heridas sin cicatrizar unos años antes, la sociedad vitoriana no era ajena a las penurias heredadas de la contienda fratricida y la dictadura franquista censuraba todo aquello que invitara a la fiesta. Con todo había ganas de jolgorio. Los blusas venían de años de simpatía general respaldados por José Lejarreta, alcalde entre 1941 y 1944 y médico de profesión, que reformó la plaza de toros, recuperó La Blanca y adoptó a las cuadrillas como suyas. Claro que también desde el Gobierno Civil y la Jefatura Provincial del Movimiento se les concedió el beneficio de la duda.
Así las cosas, todo resultó más llevadero para Benicio Bujanda, propietario del bar de la calle Independencia, hombre conocido y siempre dispuesto a poner en marcha cuantas iniciativas tuvieran cabida para gozo y tradición de sus paisanos. Convencido de que los chavales merecían tener su día, reunió en su tasca a una comisión para preparar la pretendida festividad. Le acompañaron en las gestiones y permisos gubernativos Teodoro Arranz, Ernesto Castaños, Santos Cortázar, Felipe Cortés, Ángel Hernández, Andrés Latorre, Benedicto Larrimbe, Juan José Murguialday y Luis Osés. Todo les resultó más sencillo gracias también al gesto del empresario taurino Pablo Martínez, 'Chopera', que les ofreció cinco novillos y la cesión del coso que regentaba al final de la calle Manuel Iradier para la celebración de una divertida becerrada, un seguro reclamo para la asistencia de público y sonora recaudación. De su cuenta, los mozos pusieron un sexto torito, que en realidad fue el primero que se despacharía por la tarde en el espectáculo bufo previo a la lidia.
Botas de vino y música
En el Ayuntamiento se registraron 32 cuadrillas, un número similar a las que se habían inscrito los años anteriores por fiestas. Aquella mañana del 22 de julio de 1945 tomaron las calles desde bien temprano unos 600 muchachos caracterizados con camisa blanca, blusa, bombacho o pantalón de mil rayas, pañuelo al cuello, faja en la cintura y alpargatas. Algunos lo hicieron todo de blanco, como en los Sanfermines. No olvidaron las botas de vino -se supone que con tinto de Rioja Alavesa gentileza de las tabernas- y se hicieron acompañar en sus contagiosos pasacalles de artilugios y música de txistu, tamboril, bombo, acordeón y otros instrumentos. Se hacían llamar, por ejemplo, 'Los hijos de la Claudia', que debía ser la esposa de Celedón; 'Los feos', 'Los bomberos', 'Los despistaos', 'Los trompas', 'Los abstemios', 'Peña La Velocidad', 'El embudo', 'Los amigos del sereno, 'Los isleños de Aramanguelu', en recuerdo a una pequeña isla en el Zadorra a su paso por Abechuco... Nombres que de alguna manera no dejaban en buen lugar a sus miembros por mucho que no fueran más de veinte por grupo y que poco tienen que ver con los emblemas que lucen hoy los 9.000 blusas y neskas vitorianos.
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Es agradecido comprobar que después de ocho décadas algunos actos de aquella primera fiesta, como la misa en San Miguel a las ocho de la mañana o las dianas posteriores en la plaza de España a cargo de la Banda Municipal, se mantienen en el programa del 'Día del Blusa'. Así arrancó el de 1945, con una eucaristía oficiada por el párroco José de Santiago con dos blusas haciendo de monaguillos y muchos otros ocupando la nave central. Se cantó una Salve en la capilla de la Virgen Blanca con la intervención de un coro de tiples y otro improvisado por los mozos presentes. Ya en el exterior se depositó «una porción de hermosos ramos de flores» a los pies de la hornacina y se le bailó un respetuoso aurresku.
Después de los cumplidos a la patrona, las peñas se reunieron en torno a la banda dirigida por José María González Bastida en la plaza del ayuntamiento para asistir a las dianas y partir juntos en comitiva por Dato hasta los domicilios del alcalde Joaquín Ordoño, el del exregidor municipal José Lejarreta y el del presidente de la Diputación, Lorenzo del Cura. Por ausencia del gobernador Pedro María Gómez, se ahorraron la visita a su casa. Ordoño, en cama convaleciente de una enfermedad; Lejarreta y Del Cura agradecieron el gesto desde las ventanas y balcones, la misma gratitud que expresó el empresario Norberto de Mendoza, columnista del 'Pensamiento Alavés' apodado 'El duende del Campillo', con quien los chavales tuvieron el atrevimiento de alzarlo en hombros en la misma calle San Antonio y darle de beber vino. «De hasta veinte botas» debió hacerlo, relató en su columna 'Nos habla El Duende', un rincón para la defensa de lo vitoriano.
Los columnistas de la época repartieron elogios y críticas a los blusas. Al año siguiente (1946) se plantaron y no volvieron a las calles hasta 1954
La jornada para los blusas prosiguió con un par de partidos de pelota a mano por parejas en el desaparecido Frontón Vitoriano en la calle San Prudencio y el concierto de la banda en La Florida bajo la batuta cedida al blusa Adolfo Valdecantos. Los instrumentistas interpretaron un programa alavés: 'Celedón' (San Miguel), 'El Caserío' (Guridi), 'Los blusas' (García de San Esteban), 'La romería de Olárizu' (Villanueva), 'Oro sangriento' (Sáez de Quejana), 'De romería' (Sáez de Adana), 'Intermedio sobre un tema vasco' (Aramburu), 'Zortziko Álava' (Fresco) y 'Ya vienen los blusas', pasacalle de González Bastida estrenado aquel mediodía.
A la una de la tarde, las cuadrillas recibieron en la estación ferroviaria a la peña 'El Chaparrón', que cada año se acercaba desde Araya a disfrutar de las fiestas de Vitoria, y al archipopular 'El sopo', Pedro Sáenz de Villaverde, que venía de San Sebastián. La calle Dato rompió en una explosión de júbilo al paso de los blusas, que regresaron a la balconada para la ofrenda floral a la virgen de parte de los de Aspárrena.
Becerrada
Después del vermú y el almuerzo, los mozos vitorianos emprendieron desde la plaza de España su primer paseíllo hasta la plaza de toros. Un gentío, que abarrotaba Dato y apenas dejaba espacio al paso de los protagonistas, siguió el animado desfile, en el que también participaron las manolas que presidirían la corrida -Emilia Casas, Amparito Castaño, Antoñita Gordóvil, Sara Gurruchaga, Blanqui Pérez y Tere Villarreal- y las bandas municipal y militar de Flandes. Los blusas marcharon en alegre pasacalle con sus artilugios algunas y todas con las pancartas que las identificaban en su cara anterior y la publicidad de bares y otros negocios que las subvencionaban en la posterior. Con el coso lleno hasta la bandera, el festival se alargó dos horas y media, hasta pasadas las 19:30. La corrida resultó «entretenida, con los consabidos revolcones» a decir de la prensa. Sobre la arena lidió lo mejor (o lo menos malo) del escalafón taurino local. Valentín Chiquirrín, 'El chiqui', cortó una oreja, dio la vuelta al ruedo y se ganó la admiración de los tendidos, en especial del 6, rebosante de blusas. La lidia ordinaria ya fue responsabilidad de los toreros aficionados Francisco Cerrajería ('Cañitas'), Benedicto Larrimbe ('El Albaicín'), Luis Ispízua ('Tintorerito'), Lucio Fernández ('Morenito de Vitoria') y Víctor Saracíbar ('Cantiflas').
La primera 'Fiesta de los Blusas' concluyó al anochecer con música y verbena en La Florida y la impresión de que todo discurrió sobre ruedas. Las reseñas periodísticas recogieron el ambiente: «Día de bullicio y algaraza, en la que bajo un solo aspecto, una sola forma de vestir, se juntaron, se unieron en hermandad juvenil, todas las clases sociales de Vitoria», ponderó quien firmó con el seudónimo 'Uno' en el periódico conservador 'Pensamiento Alavés'. Otro columnista, 'El Chapitel', ya puso el dedo en la llaga y se hizo eco de otras sensibilidades: «Que se tengan en cuenta esas salidas de tono y se castiguen con severidad» las apreciadas en algunos integrantes de cuadrillas. También exigió que «se impida a todo trance que salgan chiquillos en las peñas».
Hubo una lógica disparidad de opiniones, pero nadie podía sospechar que todo saltaría por los aires al año siguiente, cuando graves acusaciones cruzadas e incidentes de blusas con la policía abocaron a las cuadrillas a un doloroso plante. Dejaron de animar las calles y las fiestas durante ocho años, hasta su reaparición en 1954.
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