Una cosecha libre de polvo y paja pese a la adversidad
Una serie para analizar el campo alavés a través de los cultivos de un agricultor de Arangiz ·
Arranca la recogida del cereal en Álava en un año especialmente complejo para el campo: las granizadas de junio llegaron a comprometer la campañaEl agricultor pasea entre la mies y acaricia las espigas tiesas de trigo filón. «Así me parezco a Máximo, el de 'Gladiator'», bromea Javier Ortiz ... de Orruño, que evoca aquella icónica escena en la que el personaje que interpretaba Russell Crowe regresaba a casa. Javier, como Máximo Décimo Meridio, hoy está cansado pero también feliz. Toca al fin, recoger los frutos de tantos meses de trabajo.
El agricultor está acostumbrado a luchar contra los elementos. Este oficio suyo tiene mucho de eso, de manejar un montón de dichosas variables. A lo peor, un hongo ataca toda tu finca. Y Javier, nuestro Javier, el de Arangiz, al que EL CORREO sigue durante todo un año de trabajo, sabe perfectamente cómo atacarlo con ese fungicida. También conoce perfectamente cómo mimar el cereal con aquel abono cuando los brotes empiezan a adquirir ese tono sospechoso.
El caso es que en estas últimas semanas, Javier y con él todos los que trabajan en el campo alavés también se han tenido que enfrentar a fenómenos que escapan a su control. Impotente, desde su tractor y también a cubierto, en su pabellón, ha visto cómo esas granizadas, esas lluvias torrenciales de junio podían llegar a poner en riesgo su cosecha como les pasó a sus compañeros de Rioja Alavesa. Y también, incluso con todavía más impotencia, ha visto cómo a 1.219 kilómetros exactos de sus fincas, en Bruselas, unos tipos que, seguramente no han pisado un terrón de tierra en años, negociaban una Política Agraria Común que presume de imaginar un futuro más verde pero en la que en el sector sólo ven negrura. «Nosotros, los agricultores profesionales seríamos los grandes perdedores si se aplica aquí la PAC en los términos en los que se está negociando», auguraba el pasado viernes la Coordinadora de Agricultores y Ganadores (COAG).
A pesar de todo, aquí estamos, cosechando. Sembrar y cuidar para luego recoger. Ese es el trato. Y este año, se vuelve a cumplir.
Por fin sale un día seco y Javier se decide a recoger el cereal de sus fincas. Lleva días revisando casi al minuto el parte meteorológico hasta que, al fin, se dan las condiciones perfectas: se avecinan tres días seguidos con temperaturas superiores a 30 grados. Ha empezado primero con las cebadas y ya a comienzos de semana, a recoger el trigo. «Viene una buena cosecha, no un 'cosechón' como el del año pasado, pero sí una muy decente», vaticina mientras achina los ojos, con la vista perdida en un frondoso mar dorado. «Las aguas han llegado tarde este año y por eso hay que esperar a que esté bien seco, de lo contrario afectaría demasiado al peso específico del grano», ilustra el agricultor.
El sol cae todavía a plomo en esta finca de 12 hectáreas, donde sólo se escuchan las chicharras escondidas entre la mies espesa, perfecta. El trabajo no es ni muchísimo menos tan arduo como el de aquellos labriegos que tenían que cosechar a riñón, con la única ayuda de una hoz bien afilada para, después, hacer las gavillas. Pero el caso es que a Javier y a Rubén, el maquinista que maneja la enorme cosechadora, les aguardan más de 10 horas de tajo por delante.
Grano perfecto
De una pasada, la New Holland amarilla, una mole, parece succionar el grano. El funcionamiento de la cosechadora resulta fascinante. Una suerte de rodillo, equipado con hoces, corta al ras la mies. A 500 revoluciones por minuto, las espigas pasan al interior de la máquina, capaz de expulsar la paja y conservar el grano, ya limpio, perfecto.
En la cabina de la máquina, con aire acondicionado, suena una radiofórmula. En realidad, el trabajo de Javier estos días, durante todo lo que queda de mes y buena parte de agosto va a consistir en esto: en pasar y pasar por cada surco de cada una de sus fincas, a una velocidad casi constante de 4,8 kilómetros por hora. La pura monotonía. Una pantalla muestra que los sensores detectan una humedad del cereal que alcanza el 12,8%. «Es un valor perfecto, si llegara al 14%, sería preocupante», destaca Javier. Un testigo parpadea. La tolva está llena y es necesario descargar. Un tractor con su remolque se coloca en paralelo a la cosechadora. A su altura, extiende una especie de brazo, de tubería, de la que cae el grano a chorro, como en una lluvia dorada... de cereal.
EL DATO
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200.000 toneladas de cereal recolectó el campo alavés el pasado año. La mitad, 100.000, de trigo. El resto, se repartió entre la cebada (70.000), avena (20.000) y colza, girasol y leguminosas.
Ya cargado, el remolque enfila entre el tráfico de última hora de la tarde hacia Júndiz. Allí, en ese polígono convergen estos días dos mundos, dos realidades, la de los sectores primario y secundario, que acostumbran a discurrir paralelas y que hoy se unen entre pabellones. A un lado, la Mercedes. A otro, la cooperativa Garlan, el gran granero alavés.
El pasado año, Álava recolectó 200.000 toneladas de cereal (100.000 de trigo, 70.000 de cebada y unos 20.000 de avena). La mayor parte fueron a parar aquí, a estos enormes pabellones convertidos en grandes silos donde el grano se amontona hasta crear montañas áureas, que recuerdan a las dunas del desierto. No paran de entrar y salir tractores que pasan por la báscula al salir y al entrar. El trigo de Javier acaba mezclando con el del resto de los agricultores de la provincia.
El sol se pone ya de vuelta en la finca. Un avión acaba de despegar de Foronda enseñando su panza y aquí, en este trigal a medio rapar todavía queda faena por delante. Se hace noche cerrada. Toca avisar a la familia para que no esperen a la cena. Sin vacaciones mientras el resto se toman unos días de asueto, Javier y los suyos, resignados, saben que así es su vida. De sol a sol.
El agricultor: Javier Ortiz de Orruño
Patatero (y a mucha honra), pero también labriego del cereal y la remolacha, Javier, de Arangiz, 48 años, casado y con dos hijos, tiene una explotación de 100 hectáreas. Lleva desde los 25 trabajando en el campo. Tiene el oficio más hermoso del mundo. Él es uno de los 3.000 alaveses que viven del campo. EL CORREO le acompaña durante todo un año de trabajo.
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