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Este sábado el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz inaugurará una escultura en recuerdo «de todas las víctimas de la Guerra civil y de la dictadura franquista», y en especial del alcalde Teodoro González de Zárate, asesinado precisamente el 31 de marzo de 1937 en Azazeta. Varios concejales vitorianos más, republicanos y socialistas, fueron también inmolados por los sublevados a lo largo de la guerra.
Pero hubo otro concejal republicano de izquierdas -elegido por el pueblo de Vitoria en las elecciones del 12 de abril de 1931, que llevaron a la proclamación de la II República- que fue asesinado durante la guerra y cuya memoria, sin embargo, ha sido hasta ahora completamente dejada de lado. Se trata de José María Susaeta Ochoa de Echagüen (Vitoria, 1892-Madrid, 1936), licenciado en Medicina y doctor en Ciencias Naturales. Fue profesor en la Universidad de Barcelona, investigador en la Estación de biología marina de Santander y catedrático de Instituto, ejerciendo su docencia en Alicante, Cartagena, Vitoria, Bilbao y Madrid. Vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, recibió varias ayudas de la Junta de Ampliación de Estudios, que le permitieron realizar estancias en prestigiosas universidades de Francia, Bélgica, Inglaterra y Alemania. Fue autor de varias obras científicas, que llegaron a utilizarse como libros de texto en Latinoamérica, y se interesó incluso por la Educación Física, tratando de aplicar a España los métodos gimnásticos procedentes de Suecia.
En abril de 1931 fue elegido concejal de Vitoria dentro de la coalición republicano-socialista. Se adscribió al Partido Republicano Radical Socialista, posteriormente integrado en la Izquierda Republicana de Manuel Azaña. Sin embargo, Susaeta no permaneció mucho tiempo en el cargo de concejal, pues renunció al mismo al ser trasladado al Instituto de Bilbao. Allí, explicaba la biología siguiendo la teoría de la evolución, por lo que fue objeto de fuertes críticas en la prensa católica. A la vez, en palabras de uno de sus alumnos, «mantenía el máximo respeto para las ideas de todos e incluso se esforzaba en demostrar que la teoría de la evolución era perfectamente compatible con las ideas católicas».
¿Por qué, pese a esta vida tan rica, la memoria de Susaeta se ha evaporado? Pues simplemente porque murió en el ‘bando equivocado’ durante la guerra. Las circunstancias de su muerte no están claras: solo se sabe que fue asesinado por milicianos anarquistas a finales de julio de 1936 junto a la cafetería Zahara, en la Gran Vía de Madrid. Según sus sobrinos, pudo ser para quitarle el visado de salida con el que estaba a punto de marcharse a investigar de nuevo a Alemania, o simplemente para robarle el dinero con el que pensaba sufragar ese viaje. El famoso jurista Adrián Celaya, que fue alumno suyo, cree que lo mataron cuando «un piquete le encontró el pasaporte con visado alemán», interpretando que se trataba de un faccioso filo-nazi.
Tras el final de la guerra, sus allegados rescataron el cadáver y lo trajeron a enterrar en Vitoria, pero no se atrevieron a poner su nombre en el panteón familiar de Santa Isabel, dados sus antecedentes políticos. De hecho, uno de sus hermanos y su padre (el diputado a Cortes Félix Susaeta Mardones) fueron multados por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, sin que sirviera de eximente que «un hijo del expedientado fue asesinado por los rojos en Madrid». En octubre de 1939, la censura franquista prohibió dos de sus libros, al estar «escritos en la parte que afecta a la Biología con un criterio evolucionista».
Por supuesto, pese a haber sido muerto en zona republicana, su nombre no aparece en la ‘Causa General’ ni en las listas de ‘mártires de la Cruzada’, y el Ayuntamiento de Vitoria no le dedicó ningún recuerdo durante el franquismo. Tampoco lo ha hecho ninguna corporación posterior, pese a haber militado ideológicamente en la izquierda democrática. Su caso es, por supuesto, muy distinto al de González de Zárate y los demás asesinados por los sublevados, y no solo por la legitimidad del bando leal sino por las circunstancias de su muerte. Pero sería un error pretender reducir su asesinato a un mero delito común, tal y como se ha intentado cínicamente en casos semejantes, pues lo sucedido solo se entiende en el marco de la violencia revolucionaria desatada tras el fracaso de la sublevación. Como científico, concejal y víctima inocente de la guerra, José María Susaeta merece todos los homenajes. Su caso es además un mentís a quienes buscan convertir la historia en un relato de buenos y malos.
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