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Tanto los usuarios como los empleados vivieron ayer con emoción el último servicio antes del cierre definitivo, en el que recibieron la visita del Obispo. IGOR MARTÍN

Con Desamparados cierra un trozo de Vitoria

El comedor social de la céntrica parroquia, que llegó a dar 375 menús diarios en aquella ciudad en expansión, dice adiós tras 51 años de servicio

Judith Romero

Sábado, 1 de mayo 2021, 01:28

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En los sesenta se colgaron unas grandes lonas de la fachada de la parroquia de Nuestra Señora Madre de los Desamparados. «Guardería, colegio y comedores cuestan 6 millones de pesetas. Tenemos 107.310,10», rezan. Este fue el germen del comedor de Desamparados, que ayer sirvió sus últimos platos de comida caliente tras 51 años alimentando a los más necesitados del territorio y los migrantes que llegaron desde otros lugares de España en busca de una vida mejor. Las aportaciones de los fieles de la capital alavesa hicieron posible este proyecto que más adelante contaría con el apoyo del Ayuntamiento de Vitoria, pero el convenio que la obra social mantenía con el Consistorio no se ha renovado tras la pandemia de Covid-19 y la inauguración del comedor municipal de los Arquillos.

Recaudados los seis millones de pesetas, se levantaron el anexo y los bajos ubicados tras la parroquia. Se construyeron las nuevas cocinas y una escuela infantil en una zona que, aunque hoy es parte del centro de la ciudad, a inicios de los setenta se ubicaba prácticamente en la periferia. Esta obra social llegó incluso a tener un dispensario para atender heridas y, durante décadas, ofreció una atención integral a trabajadores y personas sin hogar.

«No sé cómo vamos a alimentar a nuestros dos hijos sin venir a Desamparados», lamenta Mari

El comedor de Desamparados ofrecía comidas a 6 euros y cenas a 5 o un sustento alimenticio gratuito para quienes accedían al comedor derivados por la parroquia o por los Servicios sociales del Ayuntamiento. Para familias como la de Mari Lozano y Antonio Soto, padres de dos hijos, esto suponía la diferencia entre tener el estómago lleno o vacío. «Hemos estado acudiendo allí algo más de un año, desde que falleció mi suegro y nos quedamos sin nada. Llevo dos meses sin pagar el alquiler y no me llega para los pañales», lamenta esta madre de 33 años que busca empleo en el sector de la limpieza o los supermercados. A la espera de recibir una pequeña ayuda para alimentación a finales de mayo, resisten con el paro de su marido, que casi se termina. No suma los suficientes meses empadronada para solicitar la RGI y no sabe si se la concederán. «No sé cómo vamos a alimentar a nustros hijos a partir de ahora», explica desesperada.

Antes de que el virus llegara a la capital alavesa, era habitual que decenas de usuarios aguardaran a su apertura en la calle Kutaisi, el discreto paso peatonal ubicado entre la parada de Angulema y El Corte Inglés. «Si el comedor cierra tendremos que elegir entre comer y el alquiler», lamentaban entonces algunos de quienes ya saben lo duro que es verse con los huesos en la calle y, a menudo, residen en habitaciones de pensiones. Sin embargo, en los últimos meses apenas acude allí una treintena. La mitad de ellos los deriva el Ayuntamiento y, otros, son personas solas o familias en dificultades que no reúnen los requisitos para acceder a ciertas ayudas sociales y que ahora pierden esta opción para comer sano y por poco dinero. El déficit venía ahogando a este proyecto solidario desde hace tres años hasta el punto de hacer peligrar la viabilidad de la parroquia y, aunque el cierre se había evitado en dos ocasiones, las hermanas de la congregación del Cristo Rey han abandonado Vitoria de forma definitiva.

Aunque la última pieza de la obra social de Desamparados que quedaba en pie hasta ayer era el comedor, el proyecto impulsado por el padre Javier Illanas fue mucho más. Conchi Vélez fue profesora de la escuela infantil ubicada en Desamparados hasta su último curso, en 1999. Por allí pasaron pequeños de familias de distintos perfiles. «Fue una oferta pionera, atendíamos a niños de entre 2 y 5 años. Llegué a tener 40 alumnos en clase, se admitía a quien tenía necesidad», recuerda. Después, el recurso cerró tras la proliferación de aulas para escolarizar a niños de esas edades.

El personal del Desamparados sirve el menú en una fotografía de 1984. EDUARDO ARGOTE

Hay quien considera Desamparados un precursor de los centros cívicos, ya que llegó a albergar una biblioteca, un teatro, un cine y un bar y a organizar campamentos de verano y excursiones familiares al monte en los fines de semana. En los setenta las puertas estaban abiertas mañana, tarde y noche. El desayuno costaba 5 pesetas, y la comida y la cena 25, lo que hacía el recurso accesible a viudos con pocos recursos económicos. Se organizaban dos y tres turnos de 125 personas en función de la demanda para que nadie se quedara con el estómago vacío. En los ochenta se incorporó un servicio de meriendas, y en los noventa, con el traslado de las facultades al campus de Álava, comenzó a ser frecuentado por estudiantes universitarios. Mercedes Visa fue testigo del 'boom' de la inmigración internacional cuando empezó a trabajar en sus cocinas en 2003.

«Para mí fue muy gratificante, guardo buenos recuerdos. Tuvimos que trabajar muy duro, en especial a partir de la crisis de 2008», suspira. Con la llegada de la recesión, el personal tuvo que reforzarse y esforzarse al máximo para atender a las 500 bocas hambrientas que se acercaban al comedor para comer y cenar, con un millar de servicios al día. Algunos incluso esperaban una hora para entrar. «Los voluntarios y el tiempo que dedicaron al comedor fueron esenciales, porque había momentos en los que no llegábamos», agradece Visa, quien guarda en su corazón las historias de sus comensales. «Les veías prosperar, buscar cursillos, encontrar trabajo, dejar atrás su situación de necesidad… Otros caían en picado. Pero los apoyábamos, éramos como una familia», recuerda.

Una salida al alcoholismo

Desamparados supuso un antes y un después para muchas personas necesitadas de ayuda en sus momentos más difíciles. Satur García, responsable de la asociación Bultzain y el albergue de Puente Alto, recuerda con emoción su paso por esta obra social. «Fui abandonado y, cuando salí de las Nieves, la calle me atrapó. Comí allí a diario cuando tenía 23 años y problemas con la bebida y fue una experiencia que me ayudó a poner en orden mi vida. Las hermanas me enseñaron solidaridad», agradece Satur, quien desde el pasado verano cada vez recibe más visitas de personas sin recursos pidiéndole ayuda para comer en Puente Alto. «Algunos días, hasta 50».

Para el momento de su marcha, en 2018, el volumen de comensales ya había bajado de forma considerable, pero la pandemia ha herido de muerte la iniciativa. Quienes han visitado este sótano a la hora de la comida viven su cierre con tristeza. «Teníamos una gran fraternidad, se apoyaba a todo el que pasaba por allí. Fue un lugar de acogida para todo el que lo necesitaba, sin excepción», destaca Puri Santamaría, quien sirvió a sus comensales con calidez durante veinte años.

50 plazas en Los Arquillos y Zugaz, las alternativas

La antigua residencia de los Arquillos se transformó en el primer comedor social municipal en marzo de 2020 y, desde entonces, el Ayuntamiento deriva allí a parte de los usuarios que antes acudían a Desamparados. Puede albergar hasta 50 plazas a las que próximamente se sumarán más en un segundo comedor en la antigua Escuela Taller de Oficios, en la calle Pintorería. Mientras tanto el proyecto Zugaz, impulsado por el programa Berakah de las parroquias del Casco viejo, ofrece cerca de 160 menús diarios en un comedor gestionado por voluntarios al que acuden personas valoradas por Berakah. Su perfil es distinto a quienes acudían a Desamparados, ya que se trata de personas sin padrón. Zugaz recibe apoyo de la Fundación Vital, Ausolan y las Escuelas de Hostelería de Egibide y Gamarra, pero no ofrece la posibilidad de comer por un precio simbólico a personas en situación de soledad.

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