Clemente Arraiz, la sencillez de un pintor
He aquí este recordatorio a Clemente Arraiz justamente al cumplirse un siglo y medio de su nacimiento
Que los vitorianos de hace más de un siglo apodaran con simpatía a su paisano pintor como 'Tiziano' mucho y bueno viene a decir de ... Clemente Arraiz Inchaurraga. Hoy creemos que triunfa lo que se vende mejor, lo que provoca, o que hace ruido. Pero el trabajo, la modestia y también el silencio son formas de transmitir un arte aunque los simples de espíritu perciban distancias y sombras, peor todavía ausencias o falta de personalidad en estas actuaciones tan meritorias. Tampoco es necesario presumir ni vociferar de que el mundo te ha golpeado más que a otro.
Nacido Clemente Arraiz en la calle Pintorería un 1 de agosto de 1873, es decir, hace 150 años, no se desenvolvió ni laboró entre 'ruidos mediáticos'; apenas disfrutó de éxitos despampanantes, pero tampoco suscitó igualmente una división de opiniones. Conservó siempre un prestigio de largo recorrido en sus 79 años de existencia hasta su fallecimiento el 9 de noviembre de 1952. Y después de esta fecha, irradió su aureola. Sigue disfrutando hoy de una identidad reconocible.
Profesional de la pintura en el ornato de edificios, establecimientos comerciales y de viviendas particulares, a esta actividad que exige compromiso y práctica funcionalidad, y un gusto que no asuma riesgos, orientó la mayor parte de su biografía. A lo largo de su trayectoria, desde 1906 dispuso de varios talleres de decoración industrial; en la calle del Prado, en la de la Estación o de Dato, en la del Sur o actual Manuel Iradier, como recogió en su día José Luis Sáenz de Ugarte en algunos escritos. Se desprende entonces que la pintura como disciplina artística ocupara otros tiempos y otras capacidades, pero nunca secundarios. En un sentido amplio, su saber hacer fue técnico y versátil adaptado a las circunstancias en una línea de actuación, por lo general, clásica.
Su obra de caballete, casi siempre de pequeño y mediano formato, se adentra en los géneros tradicionales con la pintura de paisaje, de justa confección y delicado colorido, principalmente con los temas de bodegón y flores a los que trató sin grandes complicaciones compositivas pero con enorme candor. Nunca constituyeron encargos; suponen el simple placer por pintar modelos y referencias amables, modestos en su selección, que no incomoden ni molesten a la vista. Traslada al cuadro lo que conoce, lo que tiene delante, sin complejidades. Eso sí, con espíritu pormenorizado casi devocional por los rasgos precisos, o sea, los apuntes realistas.
Flores y frutas con sus jarrones de cristal y cestillos de mimbre, recipientes de cobre y otros objetos de valores táctiles expuestos sobre mesas extendidas como planos pictóricos, no encierran para Clemente Arraiz ningún sentido simbólico o alegórico más allá de lo formal: son sus obras más aclamadas. Estas 'naturalezas muertas' plasman en su organización y muestrario una forma de ser, una personalidad con la que honra lo natural; aprecio por un dibujo correcto, sentido comedido del color, ritmo sereno, en suma esas calidades palpables que tienen las cosas por sí mismas.
El pintor Arraiz era así; modesto, risueño de carácter sin falsas aposturas ni con ansias desmedidas por destacar o rivalizar con otros compañeros, lo que contribuyó, sin duda, a que fuera todavía mucho más querido en el trato. Muy publicitado por algunos contemporáneos fueron sus réditos juveniles entre las mozas vitorianas, lo que acarreó que una contrita Felicia Olave le negara una lucrativa pensión para instruirse en lo artístico lejos de estas tierras. Barcelona, Madrid y París forman su puzzle formativo con la Escuela de Artes y Oficios entonces en el Campillo, en la zona de El Parral. Fue amigo de todos los pintores vitorianos de la época con Amárica a la cabeza, Díaz Olano, Uranga, Dublang, Aldecoa, Ortiz de Urbina, los hermanos Tomás y Félix Alfaro Fournier... Culto, humilde, agradable y tranquilo, sin recovecos ni envidias, todo a un tiempo. Entrañable.
Sin embargo, apenas acometió exposiciones individuales en su vida. Quizá expusiera informalmente en su ciudad natal en el Círculo Vitoriano, establecimiento al que era muy asiduo, parece que también remitió obra a la Sala Arte de Bilbao, pero únicamente tenemos consignada la muestra realizada en el Salón Permanente de la Caja Municipal, de Olaguíbel, del 25 de mayo al 2 de junio de 1946. Una semana. En total, 41 obras, flores y bodegones en su mayoría, y algunos paisajes, con tres marinas de la costa pontevedresa y una vista de un parque de Vigo, el de Castrelos, y otro paisaje 'fuera de catálogo', el titulado 'Un sitio de Trespuentes', desde hace décadas nutriendo la colección del Bellas Artes de Álava.
Con carácter póstumo y como recuerdo a su memoria, a modo de recuento, la obra de Arraiz se ha exhibido posteriormente en el Salón de Arte (mayo, 1954) de los hermanos Ezquerra de la calle San Prudencio; en la sala Independencia (20 octubre-1 noviembre, 1967), con más de cuarenta cuadros vendidos en aquella ocasión; en la sala Luis de Ajuria (10 al 27 de enero, 1997), editándose entonces una excelente monografía, siendo la muestra más cercana al momento presente la que aconteció en el Centro de Exposiciones de la Vital en Fueros (3 al 29 de julio, 2017) con 'Los Arraiz; dos visiones creativas distintas'. Con obras también de su hijo Jesús Arraiz Ibarra (1898-1980), igualmente pintor y decorador profesional, autor entre otros trabajos de las pinturas murales descubiertas en su día en el palacio de Ajuria Enea.
He aquí este recordatorio a Clemente Arraiz justamente al cumplirse un siglo y medio de su nacimiento, otro de los representantes más cualificados del arte vitoriano que dio cumplida respuesta perviviendo con lo mejor de la tradición en estos alrededores.
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