En busca del miembro perdido
Se non e vero... ·
No sé si recuerdan aquel chiste ciertamente escatológico que hizo furor el siglo pasado. Cuentan que un parroquiano andaba alicaído, desfilando por el pueblo calle ... arriba, calle abajo, haciendo aspavientos y cabeceando de derecha a izquierda como si anduviera renegando de la existencia misma de Dios.
Un vecino, bilbaíno a la sazón y de natural 'echao p'alante', preocupado por aquellos ademanes, se le acercó para interesarse por la causa de tanto sufrimiento. Y éste, respondiendo tanto a la curiosidad como a la pregunta, reveló al fin la causa de su desazón. Resultó que al día siguiente estaba citado por Osakidetza en el hospital comarcal para realizarle una intervención. Se trataba de una operación de fimosis a la que llevaba resistiéndose desde que despuntara el problema con la más tierna adolescencia, hacía ya un porrón de años.
El vecino, no dando crédito a lo que escuchaba, rompió a reír a carcajadas señalándole que aquello era una nadería. Que sabía de lo que hablaba y no era para tanto. Que en cinco minutos, anestesia local mediante, un corte por aquí y otro por allá, y tras un par de puntos de sutura, estaría listo Calixto y el trance completamente superado.
Llegados a este punto, el atribulado parroquiano hubo de reconocer no estar preocupado tanto por la intervención, como por el trozo de cuerpo que le iba a ser amputado, siendo como era extremadamente supersticioso. Y andaba devanándose los sesos sobre qué hacer con aquella parte tan íntima de su ser, una vez separada del resto de su anatomía.
Sus cavilaciones oscilaban entre la conveniencia de embalsamar el retal y conservarlo en casa a la vista, o de incinerarlo y dejar las cenizas en una urna en el panteón familiar que tenía reservado en el cementerio de Derio al efecto de albergar sus restos tras su futuro deceso. Estas eran las cuitas que tenían a mal traer al amputando sobre el modo en que se le reintegraría aquella parte de su cuerpo una vez muerto para disfrutar de una pieza y recompuesto la vida eterna.
El vecino curioso, famoso en el pueblo por sus chanzas e hipérboles, le respondió inmediatamente con el doble afán de aportar y de alardear como solía de estar bien dotado:
- Si te sirve la experiencia y me aceptas un consejo, cuando yo me operé de lo mismo pedí que me entregaran el retazo, se lo llevé al curtidor del pueblo y me hizo una cazadora de entretiempo que todavía conservo para el paseo de las tardes por si sale el norte.
Como por un automatismo me vino este chiste a la cabeza cuando leí en EL CORREO una noticia de sucesos que resultó tan llamativa como grotesca. Al parecer, y según informaba el avispado reportero «una pierna humana se encontraba a la espera de que su dueño pasara a recogerla por el hospital donde se la habían amputado».
El caso es que Osakidetza, trasmutada en Cobrador del Frac, llevaba meses buscando a un paciente al que se le había amputado una pierna en un hospital guipuzcoano, para que se hiciera cargo de ella y de los gastos funerarios aparejados al hecho de ser propietario de un trozo muerto de tu cuerpo del que debes desembarazarte.
Los responsables de formación del funcionariado deberían ofrecer clases de empatía
Según señalan fuentes generalmente bien informadas, el protocolo de la administración sanitaria establece que en función de la dimensión del miembro amputado, el amputando debe hacerse cargo de los gastos derivados del entierro o de la cremación de los restos tras la operación. Y como en esta ocasión no había aparecido nadie para recoger el pernil tras sucesivas y reiteradas requisitorias, no han tenido mejor idea que notificárselo al interesado, más bien desinteresado en esta ocasión, a través del Boletín Oficial del País Vasco. «O pierna o sanción».
Se mire como se mire, el anuncio resulta truculento. Y me pregunto si los responsables de la sanidad pública no podían haber hecho un rollo con el protocolo de marras y habérselo merendado con una pizca de sal de Añana, pongamos por caso, en vez de andar tocándole las pelotas a quien ya ha sufrido suficiente como para no pasar por el trago de revivir la perdida de parte de su mismidad.
Tengo un buen amigo al que le ocurrió algo similar, cuando otra administración tan eficiente como la nuestra, en un alarde de buena gestión, tuvo el tupé de reclamarle ochenta euros porque su padre había tenido la ocurrencia de quitarse la vida saltando desde la ventana del segundo piso del psiquiátrico y de hacerlo, no a mes vencido, qué mala cabeza, sino transcurridos un par de días del mes en curso.
Y claro, el probo responsable de contabilidad de una institución que no fue capaz de preservar la vida de uno de sus pacientes, tuvo a bien reclamarle el pago de una cantidad ridículamente infame a cuenta de los dos días dejados a deber, persiguiéndole por años en los tribunales como si fuera el más peligroso de los delincuentes.
Soy de la opinión de que en vez de tanto curso de eficiencia en la gestión, los responsables de formación del funcionariado deberían ofrecer clases de empatía a los funcionarios. Porque el servicio público lleva camino de convertirse en un autoservicio donde el empleado y no tanto el ciudadano acaba resultando el primer y único beneficiario del propio servicio.
He leído que todas las administraciones adoptan el mismo proceder en el caso de las amputaciones, amparándose en el Reglamento de Sanidad Mortuoria. La excusa no deja de ser una finta que no denota sino seguidismo y pereza en la gestión.
Creo que hay que respetar a quien reclama sus propias reliquias para gestionarlas como su fe aconseje. Pero esto no puede estar reñido con el sentido común. Siempre he pensado que el negocio de morirse es una bicoca, porque el cliente nunca se queja de las condiciones del servicio. En cambio, en el caso de la incineración de fracciones del cuerpo humano plantea cuestiones específicas y puntillosas. Que asistir a la cremación de una parte de tu anatomía puede resultar un tanto dramático y el hecho de tener que soportar un sepelio por fascículos no deja de parecer inquietante.
Como dijo Jack el destripador, vayamos por partes. Señores de Osakidetza, estas cuitas no debieran pasar de las páginas de necrológicas de la prensa a las del Boletín Oficial. Mostrar una dosis de discreción y un mayor respeto por el miembro abandonado, la pierna en este caso, les hubiera permitido no meter la pata en su afán de perseguir a un cojo con tanta ventaja como desenvoltura. Cenizas a las cenizas y, polvo al polvo.
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