La bomba atómica y las fiestas de Vitoria
Algo así debió sentir Dios cuando ordenó destruir Sodoma y Gomorra. Una sensación similar a la experimentada por el presidente Truman cuando tomó la decisión ... de bombardear Japón y exterminar toda señal de vida humana de las ciudades elegidas por los expertos militares y científicos en el año 1945, dando un puñetazo en el tablero mundial que hizo temblar el misterio y doblegó a un Japón que se negaba a hincar la rodilla.
«La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes estadounidenses», dijo Truman entonces refiriéndose al artefacto atómico, para justificar aquella ejecución sumarísima de centenares de miles de víctimas, directas e indirectas, que perecieron en aquel holocausto nuclear. Un tremendo subidón de adrenalina de proporciones colosales que se repetiría una vez más en el plazo de tres días siguiendo el principio de si no quieres taza…
Unos meses antes, en mayo de aquel mismo año, se había reunido en el Laboratorio Nacional Los Álamos, en Nuevo México, el comité de expertos que decidiría los objetivos sobre los que se lanzarían las primeras bombas nucleares alumbradas por el ser humano. Allí, del mismo modo que los ángeles que visitaron a Abraham en Sodoma y le anunciaron la inminente destrucción de la ciudad, con Oppenheimer a la cabeza, el sesudo comité preseleccionó un grupo de cuatro objetivos. Cuatro ciudades tuvieron el honor de conformar la lista de candidatas para albergar una fosa común de dimensiones colosales: Hiroshima, Kioto, Yokohama y Kokura fueron las elegidas.
Quien haya visitado Kioto debe saber apreciar que sólo la buena estrella hizo posible que una de las ciudades más bellas del mundo no sucumbiera a la destrucción completa programada por el comité seleccionador. En nuestras vidas, a menudo, no somos conscientes de la delgada línea que separa el infortunio de la suerte o la muerte de la supervivencia.
No somos conscientes de la delgada línea que separa el infortunio de la suerte o la muerte de la supervivencia
Resulta que un tal Henry L. Stimson, a la sazón secretario de Guerra estadounidense, había visitado Kioto muchos años y celebrado allí su luna de miel. Al parecer, quedó prendado de la antigua capital del Japón, la joya de la isla de Honshu, famosa por sus santuarios, palacios, jardines y sus casas y calles tradicionales. El azar de aquel viaje de novios, de aquel doble amor por su mujer y por la ciudad, esa simple anécdota vital, salvaría la hermosa ciudad japonesa y a toda su población. Cuando Henry Stimson la borró de la lista de objetivos permitió vivir a sus habitantes, condenando a la vez a otros cien mil seres humanos, esta vez vecinos de Hiroshima, al holocausto nuclear.
Del mismo modo, Nagasaki era sólo un segundo objetivo. El hecho de que el cielo estuviera cubierto aquella mañana en Kokura, destino inicial de la segunda bomba, y de que se abriera un claro entre las nubes de Nagasaki a las 11.00 condujo a la ciudad al exterminio. Aquellas dos bombas se detonaron sucesivamente el lunes 6 y el jueves 9 de agosto de 1945, en plena celebración de las fiestas patronales de la ciudad de Vitoria-Gasteiz a miles de kilómetros, y completamente ajenos al drama que allí se estaba orquestando. Hay que reconocer que el chupinazo de aquel año fue realmente estruendoso.
En el plazo de 4 meses el saldo de fallecidos se elevaría a un cuarto de millón de personas, civiles en su inmensa mayoría. Doscientos cincuenta mil víctimas, prácticamente la población de una Vitoria entera a fecha de hoy, que sirvieron de catalizador para la rendición incondicional de Japón unos días después.
Esta introducción puede resultar ilustrativa si tenemos en cuenta las recientes palabras de Putin anunciando que no va de farol cuando habla de echar mano a su poder nuclear para doblegar a Ucrania si esta ataca territorio ruso, incluyendo el recientemente agregado vía referéndum exprés. Y, si atendemos a los paralelismos históricos, en estos momentos podría estar reuniéndose en el Kremlin un comité para la elección de objetivos del primer ataque nuclear ruso de la historia, esta vez sobre territorio de Ucrania.
Al igual que 77 años antes en el Laboratorio Nacional Los Álamos, los topógrafos rusos estarán preseleccionando qué ciudades candidatas reúnen las mejores condiciones para recibir el impacto de una cabeza nuclear con idénticos criterios a los utilizados por los expertos americanos: una población con montañas en su perímetro para enfocar la explosión y focalizarla sobre el núcleo urbano; con una población reducida no superior a 100.000 habitantes, y en un área geográfica que permita que el efecto nuclear no alcance a un tercer país, ni a las zonas liberadas por el ejército ruso en el oeste de Ucrania.
«La usamos para acortar la agonía de la guerra, para salvar las vidas de miles y miles de jóvenes rusos», replicará Putin tras la deflagración, emulando las palabras de Truman en 1945 sin pestañear y con la seguridad de que Dios está de su lado, como lo estuvo de Truman en su momento.
Sólo el hecho de contemplar la posibilidad de que esto suceda en pleno siglo XXI hace que seamos conscientes de lo endeble que es el suelo que pisamos, tan fino como el de un lago helado de Moscú a principios de la primavera cuando se inicia el deshielo en Rusia.
Sorprende que en estos tiempos tan confusos e inquietantes, muchos de nuestros representantes sigan navegando con las luces cortas, sumergidos en sus cuitas y rivalidades tribales, ajenos a la partida que se está jugando en el tablero mundial.
Nunca hasta ahora hemos tenido acceso a tal cantidad de información, y nunca hasta la fecha hemos estado más indefensos ante las 'fake news', y el descrédito de la política y de los medios de comunicación. Necesitamos referencias y liderazgos y lo único de que disponemos es de unas migas de pan con las que, como Pulgarcito, poder marcar el camino y regresar a casa tras extraviarnos en el bosque de la desinformación y el miedo.
Si finalmente la tormenta se desata y Putin aprieta el botón, veremos las imágenes del horror por la tele en directo, en color, 4k y en 'prime time'. Y aun así seguiremos tan panchos pensando que se trata de una serie de Netflix o de un videojuego y que esto no va con nosotros. Como advirtió Ray Bradbury en Fahrenheit 451, ya no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe.
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