Marisa, la enfermera de Artziniega, cuelga la bata blanca
La sanitaria se jubila después de 41 años. El último día de trabajo atendió a un vecino con síntomas de infarto
Es lo que tiene vivir en un pueblo pequeño. Con 1.800 habitantes, Artziniega quiere a Marisa Fernández Diego. Miles de consultas la han convertido ... en su enfermera de cabecera. Llevan viéndola desde hace 41 años en el ambulatorio, atendiendo dolores, heridas, enfermedades graves y leves, hablando con ella, contándole las últimas novedades de un familiar, la evolución tras una operación, el fallecimiento de un paciente... Ella conoce a casi todos. «A los que son de mi generación y algo mayores, les he visto crecer. Los más pequeños se me escapan porque aquí no tenemos pediatría», confiesa, ya jubilada desde el lunes.
Artziniega lleva en su corazón y en su memoria a Marisa. No solo porque el sábado 23 será homenajeada con una comida popular en el frontón. Ya fue, junto al equipo que integra con Eneritz Ugarriza y Nuria Peral, pregonera de las fiestas de 2022 «por su cercanía, implicación, por darlo todo» durante la pandemia.
Marisa se despide con una incertidumbre. Todavía no sabe si sabrá adaptarse a dejar de oír el despertador a las 6.30 porque está viviendo en una nube de cariño, pero confía en disfrutar de su nueva vida. «Nací en Vitoria y estudié allí cuando enfermería era una diplomatura, justo antes de que se convirtiera en licenciatura», recuerda. Aquel año, con Txagorritxu en construcción, «muchas compañeras se quedaron en la ciudad, pero yo me apunté de enfermera a la zona rural». Su labor en aquel momento apenas se limitaba a acompañar al médico, extender recetas y volantes. Empezó en Okondo en 1979, pero después de algo más de un año pidió plaza en Artziniega y desde entonces, tras un paréntesis en Ayala, volvió al que considera su «pueblo».
Hasta el último momento
Su papel en estos años ha cambiado. «Ahora damos protocolos, hacemos pruebas complementarias y en los pueblos, mucho acompañamiento. Se hacen relaciones muy íntimas con algunas personas que casi se convierten en familia». Se acuerda también de los momentos duros, «de la pandemia». Y siempre recordará el pasado lunes, cuando estaba a punto de terminar su última jornada. «Nos llegó una persona con un dolor precordial que acabó siendo un infarto y le atendimos mientras llegaba la ambulancia medicalizada». El susto no se lo quita nadie, pero le salvaron.
«Ha tenido que venir un compañero de Amurrio a sustituirme y la gente tiene que ir a Cruces y a veces al ambulatorio de Zalla, donde seguramente van a poner especialidades». Ahora disfrutará de su pueblo de otra manera, sin la bata puesta.
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