57.333
Se non e vero... ·
Entre irse de botellón, de vacaciones a Benidorm o a vacunarse, muchos han optado por las dos primerasLeo en el diario que tras los escasos resultados de sus llamamientos en las últimas semanas, el Gobierno vasco ha redoblado en vano las apelaciones ... a la responsabilidad de los más jóvenes para contener la pandemia. «Vacúnense, por favor; por ustedes y por su entorno», rogaba esta semana el viceconsejero de Salud, José Luis Quintas, ante la lentitud con la que avanza la campaña de inmunización de las personas de menor edad, que se contagian el triple que la media en Euskadi.
La cifra mágica, como si se tratara del número del gordo de Navidad, aparecía en la portada de EL CORREO esta semana con gran despliegue tipográfico: «57.333». Cualquiera podía imaginar al binomio de niños de San Ildefonso cantándolo y repitiéndolo hasta la saciedad con esa musicalidad tan típica del 22 de diciembre:
-«Cincuenta y siete mil trescientos treinta y treeeeeees», canta él.
-«No se quieren vacunarrrrrrr», puntualiza ella.
Como ya habrán tenido la oportunidad de informarse, la cifra 57.333 corresponde al número de citas para vacunarse que Osakidetza tiene vacantes en el calendario de vacunación. Y la cantidad sigue subiendo como la espuma, porque son hoy casi el triple que hace una semana. Vamos, que entre la opción de irse de botellón o de vacaciones a Benidorm y la de vacunarse, muchos han optado por las primeras. Que las prioridades son las que son. Y entre el pinchazo de la Pfizer y el tinto de verano no hay color. Dónde vas a comparar. Si al menos regalaran una píldora de Viagra o algo de merchandising pues se animaría más el personal a ir al vacunódromo.
Tiempo habrá de vacunarse a la vuelta, parecen decirse los que pasan de hacerlo en verano, después de vacacionar y de aparecer por casa, por el gimnasio, por la lonja o por la residencia a ver al abuelo y de repartir la gracia de Dios por entre tus seres queridos a modo de pedrea -sea la delta, sea la lambda-, como si la Covid fuera una terminación de la lotería de Navidad y tú el repartidor.
Personalmente respeto más a los anti-vacunas que a los que desconocen la empatía con el prójimo, desdeñan la consideración hacia los demás y pasan de educación y de buenas maneras. Los primeros no se vacunan por una cuestión de principios, estemos o no de acuerdo, compartamos o no sus neuras. Los segundos no lo hacen por una cuestión de pereza, de mera vagancia o porque evitar la muerte ajena no les parece una prioridad. Y eso no deja de poner en evidencia la pasta de la que está hecho nuestro rebaño de reticentes.
Cuestión al margen, digna de estudio para entomólogos, es la que atañe al fenotipo de gente guarra, o de gente desprendida podría decirse, que es donante de todo menos de inteligencia y que tiende a compartir desde la piorrea a las ladillas como un ejercicio de solidaridad 4.0. Que lo de prohibir ducharse en los gimnasios ha hecho mucho daño. Y además es tendencia en Hollywood que las megaestrellas no obliguen a ducharse a sus hijos más de tres veces por semana, que desgasta las defensas. Menos mal que el virus y la mascarilla te privan del olfato, porque si no, tanto olor de multitud es infumable.
Por cierto, ayer en el gimnasio tuve una experiencia extrasensorial. Inconsciente de mí, reparé en un tarado de esos que se ponen la mascarilla de babero como si estuvieran comiendo papilla y recién se hubieran acabado el tarro de potitos Bledine, mientras subía y bajaba unos cuantos kilos de metal sujetos a los dos lados de una barra resoplando como un búfalo. Mirándole, me toqué la mascarilla propia con unos golpecitos para que se diera por aludido y se subiera la suya privándonos al resto tanto de sus bufidos como de su aspersión salivar.
He de decir que tan pronto como me vio captó la indirecta y me mandó a tomar por donde amargan los pepinos, mostrándome el dedo corazón y retornando a su actividad más ancho que largo. Al ver el tamaño de sus bíceps comprendí que la razón le asistía y que con esas bolas como argumentos podía ponerse o quitarse la mascarilla cuando le saliera de las gónadas.
Sucedidos como éste le llevan a uno a perder la esperanza en la condición humana. Creo sinceramente que caminamos hacia la autoinmolación, y del mismo modo que cada paso del zorro le acerca a la peletería, a cada paso que da la humanidad va sumiéndose paulatinamente en el abismo. Sin remedio, vamos a churruscarnos como torreznos en una parrilla y aún no hemos caído en la cuenta de por dónde van los tiros. Y no deja de resultar escatológico que, como en toda gran crisis, haya quien al borde de la extinción brinde con champán gritando que el último apague la luz.
No hay más que tirar de estadísticas para llegar a la conclusión de que son hoy más quienes se afanan en aumentar la masa muscular y sus destrezas físicas que aquellos que cultivan su intelecto trabajando las meninges a base de estudio y de conocimiento. Hoy los referentes que arrastran multitudes son los que son.
Leonel Messi asoma por París y van a jalearle al aeropuerto miles de fans enloquecidos. Más tarde llegan diez premios Nobel de física y no disponen ni de taxi porque todos están ocupados por la legión de futboleros. El vitoreado da patadas al balón; los científicos sólo tratan de salvar a la humanidad. Y encima no les gusta el fútbol. ¡Que mira que hay que ser pichafloja! Abundan quienes cuando escuchan lo de cultivarse, piensan que estás hablando del trabajo en la huerta. Y si les hablas de una persona cultivada, se imaginan una escena de 'Amanece que no es poco' en el bancal.
Hay que reconocer que las apelaciones gubernamentales tampoco ayudan mucho y resultan lastimeras y de corte defensivo. No tengo duda alguna de que en vez de pedir por favor que se vacunen, habría que dejarse de buenismos y pasar directamente a la terapia de choque. Bastaría con prohibir entrar en los bares a quienes no se vacunen, o impedir el acceso a la sección de bebidas del supermercado sin certificado de vacunación para doblegar a los remolones. Y punto redondo. El que no vaya con el pasaporte y el QR que se beba el mueble-bar de su viejo si tiene cojones. Verás cómo espabilaban. Que lo que no logran las campañas de concienciación lo consigue el síndrome de abstinencia.
En palabras de don Vito Corleone: «Gli farò un'offerta che non potrà rifiutare».
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