Los 99 escalones de la Vitoria de Olaguíbel
Un agradable paseo sazonado de hermosos rincones diseñados por el hombre que a finales del siglo XVIII salvó el desnivel de la colina medieval para fundar la ciudad neoclásica
Saioa Echeazarra
Lunes, 18 de abril 2016, 12:57
Se cuenta entre los hijos más eminentes de la capital alavesa. Justo Antonio de Olaguíbel (Vitoria, 17521818) cumplió el sueño de cualquier arquitecto: diseñar su ciudad natal. Tanto fue así que se convirtió en el artífice de nada más y nada menos que «la mejor unión urbanística del mundo entre un casco medieval y un ensanche decimonónico», aclama el arquitecto Ramón Ruiz-Cuevas, coautor del libro 'Olaguíbel' donde se explora y reivindica la figura de «uno de los más grandes arquitectos neoclásicos españoles». A modo de particular Cicerone, este experto nos lleva de ruta por el prodigioso proyecto urbanístico que alumbró el histórico protagonista, con los locales, monumentos y rincones imprescindibles en la vida del preclaro alavés.
«Para comprender bien el proyecto de Olaguíbel es esencial entender bien el contexto histórico en el que él proyecta esa unión», arranca. Si bien la mayoría de turistas «empiezan la visita desde el Ensanche y acaban arriba, en el Casco Viejo, nosotros lo vamos a hacer en orden cronológico». La fantástica obra del prócer vitoriano, insiste nuestro guía, «es lo mejor que tenemos en Vitoria». ¿Por qué? «Porque era muy dificultosa. Había que salvar un desnivel de 22 metros. En otras ciudades como Bilbao o San Sebastián la unión es sencilla porque está al mismo nivel, y se hace mediante un parque como El Arenal o el Boulevard. Pero aquí había un desnivel enorme, con la muralla. Y Olaguíbel lo salva con 5 niveles», explica el entendido junto a un plano de la ciudad en la iglesia de San Pedro, punto de partida del trayecto. Los niveles están conectados por escaleras que suman, hasta la calle Mateo Morada, 99 escalones.
«En 1181, el rey Sancho de Navarra funda la villa de Nova Victoria sobre la colina que ocupaba el poblado de Gasteiz. La villa está comprendida por tres calles principales con la primera muralla. Luego, en 1202 Alfonso VIII de Castilla hace el primer ensanche. Y después, en 1256, Alfonso X de Castilla desarrolla el segundo. Esa almendra medieval se conserva durante centurias».
Ya en el siglo XVIII, un alcalde ilustrado, el Marqués de la Alameda, que ha visto plazas mayores en Europa y tiene ideas del pensamiento moderno de apertura de la ciudad, quiere aplicarlas en la suya propia. Ahí llega Olaguíbel, «el primer arquitecto académico vasco de la historia».
Se forma en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, con los mejores maestros (Juan de Villanueva y Ventura Rodríguez), siendo su pupilo más aventajado. Pronto le llaman de su ciudad, «con 29 años», evoca Ruiz-Cuevas. ¿Su misión? Unir ese casco medieval con el futuro Ensanche, y sobre todo construir una plaza mayor, la actual plaza de España.
Cinco maravillas
Tras subir por las rampas mecánicas, llegamos a las escaleras de San Bartolomé, «el punto más alto de la ciudad. El proyecto de Olaguíbel va a salvar en cinco niveles esta cota respecto de la del Ensanche del XIX. Estamos en plena ciudad medieval y vamos a atravesar este siglo XVIII, siglo de las luces, para adentrarnos en esa nueva etapa del progreso que es el XIX». El primero de los cinco niveles que establece el prohombre local comienza en esta escalinata (nivel 1) que «desemboca en la preciosa plaza del Machete, también parte del proyecto y nivel 2».
Aquí se tercia un pequeño alto «para picar o comer en los restaurantes Matxete o Kaskagorri», sugiere el guía. Seguimos al nivel 3, al que accedemos bajando las escaleras a las calles peatonales cubiertas orientadas al sur conocidas como Los Arquillos, «un paseo único». Antes de ir al nivel 4 (la calle Mateo de Moraza) y el 5 (la plaza de España), sacamos la cámara porque entre esas cinco alturas se enclavan «tres de las plazas más bellas del mundo, la del Machete, la de España y la de la Virgen Blanca. Olaguíbel, al meter esos macizos de edificios, hizo unos vacíos espaciales maravillosos que son también parte del proyecto y lo más bonito que tenemos en Vitoria», aplaude el conductor.
Los Arquillos (como curiosidad, una sus casas alberga La Casa de los Arquillos, moderno alojamiento con encanto y antaño sastrería) representan «el corazón del proyecto de Olaguíbel. Son maravillosas calles porticadas, abiertas al sur. Aquí ya estamos en plena ciudad neoclásica, ya vemos el orden, la euritmia de ese periodo. Ese ritmo, esa sencillez arquitectónica, esa belleza, esa funcionalidad, ese despojo de todo ornamento, ese movimiento en contra del barroco, esa nueva visión del siglo de las luces de una nueva ciudad de progreso y avance hacia el siglo XIX y el ferrocarril, y esa modernidad de Vitoria. Pocas capitales poseen una ciudad neoclásica como esta y es maravillosa de recorrer. Antes, esto era parte de la zona defensiva, y hoy parece que siempre ha estado así. Todo gracias a Olaguíbel».
220 pies castellanos
A pocos pasos, en la Cuesta de San Francisco, se halla «una preciosa farmacia, en cuyo diseño dicen participó el arquitecto. Es la más antigua de la capital». Bajando la pendiente, en el nivel 4 nos esperan locales para picar o salir de copas como "el Toloño o el Zabala". Culminamos el recorrido en el nivel 5, la plaza de España, la parte «más representativa del arquitecto». Con una estratégica ubicación entre las dos torres (San Miguel y San Vicente), forma «un cuadrado perfecto de 220 pies castellanos, la medida mínima para corridas de toros», al tiempo que los balcones son palcos del Ayuntamiento.
En un principio se construyeron tres alas de casas, con cuya venta se pagó el propio Consistorio, construido después, «por lo que fue una promoción ingeniosa desde el punto de vista financiero». Todo se hizo en 14 años; en 1782 Olaguíbel firma los planos de la plaza y la obra se acaba en 1796 y Los Arquillos, en 1801, ilustra Ruiz-Cuevas. Un detalle interesante sobre esta icónica plaza, punto de encuentro de forasteros y autóctonos, es su «entrada en zeta», que se debe a que «un concejal no cedió su terreno (este hecho se conoce como la Bidaurretada) y el eje de la calle principal (Dato) no está aquí. Hoy es una entrada como a los patios de la Alhambra, en zeta, y ver de repente la compresión de ese espacio al llegar aquí es una maravilla», destaca a propósito de «la mejor plaza neoclásica del país».
Algo que también se nota a escala humana porque «se está muy a gusto. Es un cuadrado perfecto, con esa euritmia fantástica del neoclásico. Un conjunto sinfónico». Y aquí, concluye el guía, finaliza nuestra ruta desde la ciudad medieval hasta la Vitoria moderna. «No dejen de pasear por estas maravillosas plazas y degustar pintxos en sus muchos bares», aconseja.