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Celedón llega exhausto a la balconada tras el paseíllo

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Ya es tradición en Vitoria que la marabunta inmole a su icono y a sus 83 guardaespaldas para que la diversión oficial comience

Icíar Ochoa de Olano

Viernes, 8 de agosto 2014, 01:53

La Blanca se apaga. Y me temo que no la voy a añorar. Hace ya algún tiempo que las imágenes religiosas no me conmueven y desde que acabé la universidad y abjuré de la bandera sudista -que no del rock and roll como terapia excitante de vida-, no he vuelto a abrazar ninguna otra. Nunca se me ha erizado el vello del cuerpo al oír que Celedón ha hecho una casa nueva y tampoco siento nada al ver el paseíllo. Ya ven, están los VTV o nacionalistas de aldea, están también los agitadores políticos del llamado 'orgullo de pertenencia' y luego estamos los frígidos localistas o herejes a secas, como prefieran.

Esta apostasía del vitorianismo, así como de cualquier otro 'ismo' tartufo, paralítico y gregario que venga impuesto de fábrica, me permite observar ciertos acontecimientos como lo haría un psicópata. Es decir, con la ausencia total de emociones. Tal vez, esta sea la razón de que, a mis ojos y a mi mollera, la carrera de burros santiaguera, preludio de las fiestas patronales, me resulte un espectáculo tan ruborizante como incomprensible. Como dice mi amigo Iker, un vitoriano sin estridencias, proyectamos la imagen de una ciudad cateta de la posguerra. Posiblemente, sea una cuestión de justicia homenajear a la ruralidad, germen de nuestro linaje al fin y al cabo, pero seguro que hay otras maneras menos zafias de honrarla.

Como tiene que haberlas para evitar que, en cada Txupinazo, una garrulada que crece de forma alarmante en número y saña vomite toda la represión acumulada durante el año y todo su déficit educativo sobre el hombre que se aviene a hacer el papelón de emblema festivo y sus 83 guardaespaldas. Sí, 83. Revisado un par de veces el video de su calvario masoca, hiere la sensibilidad de esta descastada iconoclasta la violencia salvaje con la que cientos de cavernícolas zarandean a la comitiva, la emprenden a manotazos con el símbolo custodiado en el nombre de una patética leyenda urbana, le arrebatan alguna prenda o le arrojan corchos, balones, muñecas hinchables, y este año también como novedad, polvo de escayola.

Igual tiene que ser así. Igual tiene que haber un Gorka Ortiz de Urbina al que la marabunta pueda literalmente lapidar cada 4 de agosto para que la diversión oficial empiece. Igual es preciso también que decenas de jatorras tengan que dejar un reguero de sangre en la plaza hecha añicos de vidrio para que la ciudad goce. Igual antes que todo eso, para calentar motores, hay que perpetrar la pollinada de cada festividad de Santiago. La Blanca se apaga. Y me temo que este año tampoco la voy a añorar.

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