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La cantante Brequette, habitual de la cita vitoriana.

Cómo se arruina un festival

El desdén con que el Ayuntamiento trata al Festival de las Naciones lo ha rebajado a una chabacana fiesta de barrio destinado al desfogue de la población inmigrante

Icíar Ochoa de Olano

Viernes, 4 de julio 2014, 02:35

Los viajeros impenitentes, los sedentarios, los curiosos y los salseros a secas tenían, hace cosa de nueve años, una cautivadora cita en los jardines de la catedral nueva para saludar el anhelado comienzo del verano con una explosión de exotismo cultural al aire libre. Entonces, por primera vez, un tal Festival de las Naciones desplegaba todo su colorido gastronómico, artesano y musical para ofrecer a la necesitada Vitoria un bocado de Costa de Marfil, Sumatra, Polonia, Australia o Chile, países en los que la mayor parte de los ciudadanos jamás pondrá el pie.

Recuerdo muy bien el refrescante placer de reunirte con los amigos, a la salida del trabajo, para disfrutar, recostados en la hierba, bajo los últimos rayos de sol, de una caipirinha y de un crepe, o de una moussaka o de un chapalele, en medio de un batiburrillo cosmopolita tan inusual como estimulante. La dicha duró tres años. El Ayuntamiento, entonces en manos socialistas, decidió cambiar el 'green' por la moqueta de hormigón a rayas del parking de San Martín. Tres ediciones después, el PP de Maroto daba al certamen otro golpe de gracia para desterrarlo a la plaza de la Constitución. Probablemente, la más horrenda, degradada e inaccesible de toda la ciudad. Ya nunca la vuelta el mundo en una tarde volvió a ser lo mismo.

El desdén con que la institución municipal trata al certamen internacional no ha logrado aún cargárselo, pero sí degradarlo hasta despojarlo de su frescor de antaño, de participación y de su espíritu integrador. Hoy el Festival de las Naciones se parece más a una chabacana fiesta de barrio destinada a que los inmigrantes de los países representados despachen su morriña que a un mosaico de culturas en donde descubrir nuevos mundos con el único esfuerzo de activar los sentidos.

Conscientes de su degradación, los organizadores han sugerido en varias ocasiones a la autoridad consistorial su traslado al céntrico Paseo de la Música, junto a La Senda. Y, en todas las ocasiones, han chocado de bruces con la misma respuesta: no. Al igual que la mantelería de hilo bordado de la abuela, que prefiere dejarla amarillear en el cajón que estrenarla para algún festín familiar, la sacrosanta parcela sobre la que el ex alcalde Alfonso Alonso proyectó un día el fallido auditorio del arquitecto Navarro-Baldeweg es también intocable. En este caso, por imperativo medioambiental. Una de dos, o faltan ideas o sobran escrúpulos ecológicos.

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