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37 GRADOS

El 'piloto loco', el antihéroe de Hiroshima

Se cumplen 35 años de la muerte de Claude Eatherly, que participó en el bombardeo nuclear. Torturado por la culpa, cometió delitos para que lo castigaran, fue encerrado en psiquiátricos y se convirtió en pacifista

ISABEL IBÁÑEZ

Jueves, 27 de junio 2013, 09:48

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El cómic 'Memorias de la Tierra', de Miguel Brieva, relata con humor cómo un extraterrestre observa desde la distancia del tiempo y el espacio el empeño del ser humano en cargarse el planeta. Una de las viñetas está dedicada a la figura de Claude Eatherly, uno de los pilotos que el 6 de agosto de 1945 formó parte del escuadrón que voló a Hiroshima para lanzar la bomba atómica. No viajaba a bordo del famoso 'Enola Gay', el avión que llevaba en sus tripas a 'Little Boy', que cayó sobre la ciudad arrasándolo todo, sino del 'Straight Flush', que abría camino para advertir de cómo estaban las condiciones meteorológicas sobre el objetivo. Al parecer, cumplió con su misión y se dio la vuelta para regresar a la base antes de poder comprobar los efectos de aquella explosión. Evidentemente pronto supo las consecuencias de aquello en lo que había participado. Y su vida cambió. El lunes hará 35 años que murió, el 1 de julio de 1978.

Eatherly ha pasado a la historia como la figura que encarna el arrepentimiento por aquella acción y la lucha posterior por que algo así no volviera a repetirse. Como si fuera el alter ego del Coronel Paul Tibbets, piloto y comandante del 'Enola Gay', el nombre de su madre con que bautizó aquel aparato. 'Straight Flush', sin embargo, el avión de Eatherly, significa 'Escalera de color', una buena baza dentro del juego del póker al que Eatherly, dicen, era más que simple aficionado. Tibbets, que pasó a la historia como el hombre que tiró aquella bomba (murió en 2007 a los 92 años) nunca se arrepintió. Hablaba así en 2005, en el 60 aniversario del bombardeo, para el diario 'Columbus': "Supe cuando recibí la orden que iba a ser algo emocional. Teníamos sentimientos, pero debíamos dejarlos a un lado. Sabíamos que la bomba iba a matar a gente. Pero mi interés principal era hacer el trabajo lo mejor que pudiera". Aseguró siempre que aquello era un "deber patriótico" y que "hizo lo correcto". "Duermo tranquilamente todas las noches", sentenció. Sin embargo, Eatherly dejó de hacerlo aquel 6 de agosto, desde su regreso de aquella 'misión' que costó la vida de unas 120.000 personas, casi todos civiles, y 360.000 heridos, muchas de ellas víctimas de mutaciones genéticas por la radiación. En la base de Tinian, dice sentirse mal, no puede conciliar el sueño. Enmudece durante días y empiezan las pesadillas. Se convierte en la encarnación de la culpa colectiva, un enorme peso sobre una sola persona.

A partir de aquí, hay dos versiones, y, como suele suceder, especialmente cuando el tiempo va haciendo su labor de distanciamiento, será difícil saber exactamente cuál es la auténtica y completa verdad sobre este hombre. Es curioso que dos libros que recogen la historia de Eatherly con igual título en castellano (y muy similar en inglés), 'El piloto de Hiroshima', dibujan retratos diferentes. El escrito en 1961 por el filósofo pacifista austriaco Günther Anders, 'Burning Conscience: The Case of the Hiroshima Pilot Claude Eatherly, told in his Letters to Günther Anders' le convierte en víctima, en el antihéroe por excelencia; recoge la correspondencia entre ambos mientras el soldado permanecía encerrado en el Hospital Militar de Waco, en el pabellón psiquiátrico, entre 1959 y 1961. No le importaron las medallas ni la gloria concedida por Estados Unidos a aquellos hombres que habían cumplido con su deber Robert Jungk, autor de 'Más brillante que mil soles', que versa sobre la primera bomba nuclear, deja claro que en los primeros meses tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, Eatherly fue el único participante en aquellos bombardeos que se negó a ser tratado como un héroe y a participar en los homenajes. Enviaba cada mes su pensión de las Fuerzas Aéreas, "dinero de sangre", lo llamaba él, a familias japonesas, a las que también expresaba su arrepentimiento a través de cartas.

Atracos e intento de suicidio

Y empezó Eatherly su deambular por la vida, una trayectoria errática que le llevó a cometer incluso pequeños delitos, como atracar gasolineras a punta de pistola (a veces de juguete) para enseguida deshacerse del botín, o falsificar burdamente cheques que intentaba luego cobrar, todo con el claro objetivo de que le declararan como él se sentía, culpable. Buscaba el castigo. Intentó suicidarse también. En su país le apodaron 'el piloto loco'. Una personalidad así no tenía cabida en aquella sociedad norteamericana que, orgullosa, paseaba a sus héroes. Eatherly era un molesto Pepito Grillo que no podía estar muy bien de la azotea, así que fue ingresado y diagnosticado de esquizofrenia y del clásico sentimiento de culpa. "Entré en un comercio, saqué una pistola y ordené al cajero que metiese todo el dinero en una bolsa. Después salí de la tienda sin llevarme el dinero. Me detuvieron inmediatamente, pues sabían que ya había hecho lo mismo en otra ocasión. Fui reconocido por dos médicos, que me diagnosticaron una enfermedad mental y me internaron", dice Eatherly en una carta a Günther Anders. "El que usted no haya podido superar lo sucedido es consolador, porque demuestra que usted sigue intentando hacer frente al efecto, antes inimaginable, de su acción -le contesta Anders-. Usted es también una víctima de Hiroshima, usted es inocentemente culpable".

Estas son algunas más de las frases de Eatherly recogidas en aquellas cartas: "He estado en hospitales y he pasado alguna que otra temporada en la cárcel. Tengo la impresión de que en la cárcel me he sentido siempre más feliz: el castigo me permitía expiar mi culpa". "He hecho todo lo posible para convencer a los médicos y a la gente de que solo me anima un deseo: ver triunfar la paz y la igualdad entre los hombres y trabajar en favor de nuestra causa. Puede que sepas que en este país no está demasido bien visto decir o escribir este tipo de cosas, por lo que me consideran un obstáculo". "Para la mayoría, mi rebelión contra la guerra es una forma de locura. Pero no hubiese podido encontrar otra manera de explicar a los hombres que una guerra atómica no solo trae consigo destrucción física, sino que también desmoraliza al ser humano. Me da completamente igual qué piensen los hombres de mi moralidad si de esta forma puedo causarles perplejidad y lograr que comprendan que no pueden volver a hacerse esto a sí mismos, ni a sus hijos".

"No vio la explosión"

Y aquí viene la otra versión. Con las cartas de Anders y Eatherly ya publicadas, el pensamiento de éste comienza a hacerse público y a tener demasiado eco y comienza a extenderse la idea de que se trata de un elemento de riesgo que toma drogas y es un enfermo del juego; además de padecer esquizofrenia seguramente por el recor acumulado contra su ejército, que prefirió a Tibbets para pilotar el 'Enola Gay'. En 1964, el periodista y novelista estadounidense William Bradfords Huie echa por tierra algunos de los argumentos apuntados en el libro de Günther Anders con su obra 'The Hiroshima Pilot: The case of Major Claude Eatherly who has been called The American Dreyfus'. Asegura que éste continuó practicando para posibles futuras misiones de bombardeo nuclear en los años posteriores a la guerra y acusa al movimiento pacifistas de exagerar o inventar elementos de su historia en su propio interés. Insinúa además que el piloto pudo cooperar en este engrandecimiento del mito. En este sentido, algunos han acusado a Eatherly y a Anders de intentar que se hiciera una película basada en su correspondencia para así cobrar ambos los derechos sobre el fime (que no llegó a hacerse). Paul Tibbets, en su autobiografía 'El vuelo del Enola Gay' dice no entender el sentimiento de culpabilidad de su compañero, apoyándose en el hecho de que él ya había vuelto a la base cuando se produjo la explosión: No participó en el ataque y no vio la explosión de una bomba que supuestamente le ha perseguido durante muchas noches sin dormir". Aunque quizá sea mucho decir que "no participó" en la tragedia de aquel 6 de agosto de 1945 cuando cincuenta minutos antes de que se formara el tristemente famoso hongo atómico era él quien estaba informando de que las nubes dejaban ver claramente el objetivo al que había que apuntar.

Ya sea una figura manipulada por los defensores de la causa antinuclear o un personaje perseguido por la sociedad estadounidense de la época, necesitada de héroes y no de arrepentidos, la historia de culpa, de sufrimiento y lucha que ha trascendido a Eatherly es lo que importa. El poeta inglés John Wain escribió un poema dedicándole versos como éstos: "Su arrepentimiento no le quitará nuestra culpa / No lo castigamos por gritos o pesadillas / Nosotros lo castigamos por robar cosas de las tiendas" y "No digas nada de amor, o agradecimiento, o penitencia. / Di solamente 'Eatherly, tenemos el mensaje'".

La autora estadounidense de origen nipón Katie Kitamura, colaboradora de 'The New York Times' y 'The Guardian', escribió en su libro 'Japanese for Travellers: A Journey Through Modern Japan': "Las verdades y los hechos se convirtieron en irrelevantes cuando Eatherly cesó su existencia humana ordinaria como un hombre construido a partir de la historia y comenzó su existencia casi divina como una creación de la necesidad pública". Claude Eatherly está enterrado en el cementerio de Houston. Paul Tibbets no quiso que quedara rastro de sus restos. Un amigo suyo, Gerry Newhouse, desveló que antes de morir, el comandante del 'Enola Gay' pidió que no hubiera funeral ni lápida en su tumba, ante el temor de que pudiera convertirse en lugar de peregrinación para antibelicistas.

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