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Dos guardaespaldas intercambian confidencias a la llegada de Gadafi a Italia. / EFE
MUNDO

Las sombras de Gadafi

Un ejército de 200 mujeres protege al líder libio en sus viajes al extranjero

PAULA ROSAS

Domingo, 21 de junio 2009, 04:35

Cuando el líder libio Muamar Gadafi sale del país, su maquillaje y sus peinados compiten con los de sus guardaespaldas por los flashes. Sin embargo, por mucho que al coronel le guste ser el centro de atención, son los labios perfilados, las curvas y las uñas pintadas de sus cuerpos de élite los que se llevan la atención de los fotógrafos.

Alrededor de dos centenares de mujeres componen la guardia personal de Gadafi, un miniejército al que este hombre confía su seguridad. Para algunos es una excentricidad más del dirigente norteafricano, como sus plantones a jefes de Estado o su insistencia por colocar una jaima y un camello en los jardines de hoteles de cinco estrellas cuando viaja. Para otros demuestra la puesta en práctica de la ideología de un dictador autoproclamado «emancipador de las mujeres».

La guardia personal del líder libio, de todos modos, se envuelve en un halo de misterio. Contribuyen al enigma la opacidad del régimen norteafricano y la sensibilidad del trabajo que desempeñan estas mujeres. Pero las guardaespaldas de Gadafi no son una suerte de 'velinas' armadas. Se sabe que su entrenamiento es estricto, concienzudo y vocacional, que dominan las artes marciales y que conocen bien el uso de las armas. Preparadas como soldados.

La Academia Militar de Mujeres, en la que Gadafi escoge a su guardia, se fundó en 1979 con la idea de involucrar a las féminas en el Ejército. Los rumores dicen que estas damas hacen el juramento de morir por su jefe si hiciera falta. En 1998, Aisha, una de sus 'sombras', puso en práctica su fidelidad y sacrificó su vida para salvar al coronel durante un viaje a Atenas. La agente se abalanzó sobre el mandatario cuando varios hombres abrieron fuego contra su automóvil. Otras siete guardaespaldas fueron heridas de gravedad.

La falta de información fiable sobre ellas desata la imaginación de reporteros. Surgen rumores y especulaciones. Se dice que el líder de la Jamahiriya pide a sus trabajadoras que sean vírgenes. Y las malas lenguas, que el dictador les exige favores sexuales. Son datos, sin embargo, imposibles de contrastar.

Vida cotidiana

Una de las pocas personas que ha accedido a este ejército es la cineasta estadounidense de origen libanés Rania Ajami. Siendo aún estudiante, y tras dos años de correspondencia, Ajami obtuvo permiso para rodar un documental sobre la vida de estas mujeres. 'Las guardaespaldas de Gadafi: sombras de un líder' muestra a las agentes en los entrenamientos y en su vida cotidiana, cocinando o comprando cosméticos. Muchas de ellas están casadas y tienen hijos. En sus testimonios, explican que con este trabajo el dictador no sólo les ha confiado la protección de su persona, sino de una ideología que ha dado libertad a las féminas, como expone una oficial en la cinta.

Desde que Muamar Gadafi llegó al poder en 1969, la incorporación de la mujer al mercado laboral, a la política y a la sociedad, ha sido uno de sus objetivos, aunque con resultados discutibles. Los niveles educativos de las libias, por ejemplo, han aumentado, aunque en otros aspectos queda mucho por recorrer.

Las guardaespaldas, estima Ajami, son un símbolo del «nuevo feminismo» que existe en el país, potenciado por su líder. Y parte de esa ideario consiste en que la entrada en las fuerzas armadas no se hace a expensas de su feminidad. De ahí la importancia que Gadafi da a que sus guardias se arreglen y quieran estar guapas.

Durante un reciente encuentro en Roma con más de mil mujeres, Gadafi apostó por una «revolución femenina» en el mundo árabe. Una mezcla de aplauso y abucheos acogió su discurso, especialmente después de que el mandatario señalara que las mujeres en las sociedades occidentales hayan sido forzadas a hacer trabajos de hombres. «No debemos tratar a las rosas como si fueran cebada», dijo.

Su ideología sobre el papel de las féminas puede parecer una excentricidad más. Aunque quizá su mayor extravagancia, para ser un dictador árabe, sea su defensa, particular, de los derechos de la mujer.

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