La bajada que pocos ven
Los bienes y servicios que empujan el ipc hacia niveles desconocidos apenas forman parte de la cesta de la compra cotidiana
CÉSAR COCA
Domingo, 8 de febrero 2009, 11:12
Los consumidores aún no han salido del estado de perplejidad. ¿Bajan los precios hasta tal punto que la deflación puede convertirse en una amenaza para la economía española? Los últimos datos del índice que elabora el Instituto Nacional de Estadística -el famoso IPC- dicen que al finalizar enero el indicador interanual, el que recoge la evolución de los últimos doce meses, se situó en el 0,8%. Un nivel nunca visto por aquí porque el precedente de los años sesenta, en un régimen de precios sometidos a autorización, no sirve. Sin embargo, la sensación de los consumidores, todo lo subjetiva que se quiera pero que ha de ser considerada -«la economía es también un estado de ánimo», dijo hace poco el presidente del Gobierno y antes el propio gobernador del Banco de España- es la de que los precios no bajan. Y tienen razón, al menos en parte.
Un análisis detallado de los bienes y servicios que tiran hacia abajo del IPC revela que, en general, no están entre los que integran la cesta de la compra cotidiana. Esos datos muestran también que la evolución es muy distinta según el rincón de España en el que uno viva. Como dice un chiste común entre los especialistas, la estadística es esa rama de la ciencia que si A ha comido un pollo y B no ha probado bocado sostiene que cada uno ha comido medio pollo. Por cierto, el precio de la carne de ave bajó el 0,8% a lo largo del año.
Lo que baja y lo que no
Mientras, la palabra deflación se ha incorporado ya al vocabulario de uso común en la calle. Pero lo ha hecho con dudas porque los ciudadanos no terminan de creerse que los precios estén bajando. El detalle de las cifras del IPC, el trabajo estadístico más elaborado que hace el INE, muestra un desequilibrio notable en la evolución de sus distintas referencias a partir de septiembre, que es cuando se produce un más que visible cambio de tendencia.
Desde el final del verano, los incluidos en los capítulos de menaje, alimentación, bebidas y tabaco, y enseñanza han seguido creciendo como si nada hubiera ocurrido, como si la crisis no hubiera irrumpido de golpe en el escenario mundial para terminar con lo que algunos habían definido ya como fiesta perpetua.
De ahí que los ciudadanos no noten demasiado la bajada de los precios. Lo que forma la cesta de la compra cotidiana sigue su marcha alcista, moderada pero alcista al fin y al cabo, con la única excepción de los combustibles. De hecho, entre los productos que más bajaron en 2008, si se deja a un lado los citados combustibles, los lugares de honor están ocupados por los equipos fotográficos y cinematográficos, los informáticos y telefónicos, los de imagen y sonido... Todos ellos han sufrido recortes que cabe calificar de espectaculares puesto que son iguales o superiores al 13%. Pero no se trata de artículos de compra continua. Quien adquirió un aparato de televisión, un teléfono, un ordenador o un equipo de música en 2007 muy probablemente no habrá tomado otro durante el año pasado. Así que no se ha enterado de que los precios de todo ello han bajado, y mucho.
En cambio, en su compra habitual está el arroz, que ha subido un 30%, la mantequilla y los lácteos (11,5%), la pasta alimenticia (6,6), bollería (7%), frutas frescas (7,5%), café (6,5%), cerveza (6,3) y así algunas decenas más de artículos. También ha comprobado cómo su recibo del gas subía un 15,8% y el de la electricidad un 10,2%. ¿Cómo va a pensar, cuando paga la compra en la caja de su supermercado o en la tienda de la esquina, que los precios bajan? Y, sin embargo, todo hace media, desde la fruta a los ordenadores.
Para complicar las cosas un poco más, hay también enormes diferencias en cuanto a la evolución de los precios según las provincias. No es lo mismo vivir en Toledo, donde el IPC creció sólo el 0,2% a lo largo de 2008, Ávila (0,5%) o Salamanca (0,6%), que hacerlo en Guipúzcoa (2,1%), Álava (2%) y Vizcaya (1,9%). A pocos kilómetros de distancia, las cosas se ven con sensibilidad diferente.
Las razones
Pero, ¿cómo es posible que España, cuya inflación siempre ha estado bastante por encima de la media europea, se haya colocado por debajo de la misma en sólo cuatro meses? Juan Carlos Martínez Lázaro, economista de IE Business School, cree que la explicación a lo que está sucediendo requiere mirar hacia el pasado. «Somos el país de la 'eurozona' donde más han subido los precios desde 2002, cuando entró en vigor la moneda única. Los márgenes comerciales y los beneficios desde entonces han sido brutales».
Ha llegado, por tanto, la hora del ajuste. Y eso supone una reducción de los márgenes comerciales, eterno caballo de batalla de algunos sectores de la economía. Unos porcentajes que deben ser explicados, porque si se examinan sin ver lo que hay detrás algunas cosas no se pueden entender. Por ejemplo, que en la última semana de enero el productor de naranjas recibiera 0,04 euros por kilo y el consumidor pagara por término medio 1,66 euros, lo que equivale a multiplicar su precio por 41,5 veces. Dicho de otra manera, aquí el margen comercial fue del 4.050%.
Las naranjas son un caso extremo, pero en general los productos alimenticios frescos tienen márgenes muy altos. ¿Las causas? Ricardo Díaz, director de sistemas de información y gestión comercial de Eroski, apunta hacia factores muy diversos, que van «desde la rotación y el 'stock' necesario que influye en los costes de almacenamiento de cada producto, la manipulación dentro de la cadena de suministro hasta que el producto llega a las manos del cliente o los recursos imprescindibles para mantenerlo, hasta el transporte o los impuestos».
Por eso, dentro del capítulo de alimentación hay artículos con márgenes muy altos porque, además, cada uno de los intermediarios debe cubrirse ante la posibilidad de que el producto se deteriore si no lo coloca con rapidez. Otros tienen márgenes estrechos, como los no perecederos, porque no corren riesgo de caducar ni requieren condiciones especiales de transporte, manipulación o almacenaje. Es el caso de las conservas y las legumbres.
Margen para el recorte
¿Qué pasa en otros sectores? ¿Cómo es posible que muchas tiendas hayan realizado rebajas del 60% tras la Navidad? Por supuesto, no lo han hecho perdiendo dinero. Es más, la legislación española prohíbe expresamente vender un producto por debajo del precio que el comerciante ha pagado. «Cuanto más alejado está el producto de las necesidades básicas, mayores son los márgenes», explica Fernando Sánchez Suárez, director del Centro Innova en Producción-Distribución. Y, con el conocimiento que le da haber trabajado en el sector comercial y dedicarse ahora al estudio del mismo, comenta como hay sectores, y el de la ropa de moda es uno de ellos, que tienen márgenes que habitualmente se sitúan entre el 1.000 y el 2.000%, aunque no es raro que superen incluso ese abanico.
En el caso concreto de la tienda que pone el producto a disposición del cliente final, el precio puede llegar a multiplicarse por tres desde el último intermediario hasta el escaparate. De esa manera se explica que un artículo se venda a la mitad de precio, e incluso menos cuando llegan las rebajas, y que todos los agentes que han intervenido en su producción y distribución ganen dinero en la operación.
Son estos márgenes tan elevados los que han hecho posible un recorte tan drástico del IPC. Desde dentro del sector comercial, Díaz explica que Eroski trabaja ya hace tiempo en fórmulas como la reducción de costes de envases y el trabajo conjunto con proveedores, encaminado a mejorar la eficacia de las líneas de producción y suministro, y poder así abaratar los precios. Una de las estrategias más comunes ha sido la potenciación de las 'marcas blancas', lo que, como dice Fernando Sánchez, supone otra forma de reducir los precios.
Deflación inexistente
Los precios bajan, por tanto, aunque muchos de los que forman la cesta diaria de la compra sigan subiendo. Recuerden el chiste del pollo. Pero, ¿estamos de verdad a las puertas de la deflación? De ser así, el escenario económico sería aún más grave del que dibujaban hasta ahora los expertos.
La experiencia de Japón, donde vivieron un período de 16 años seguidos de deflación -si bien fue en términos numéricos muy pequeña, nada que ver con la brutal caída de precios de hasta el 25% anual en ese mismo país durante la crisis de los treinta- es aleccionadora. Cuando las compras bajan, los precios descienden, lo que produce a su vez nuevos recortes de la demanda ante la expectativa de poder comprar en un futuro próximo aún más barato, y eso genera paro, por tanto menos demanda, menos inversión... y así hasta el desastre.
En el caso español, los especialistas se resisten a hablar de deflación. Prefieren interpretar lo que está sucediendo como un «ajuste» después de una temporada larga de subidas que, como dice Martínez Lázaro, no se pueden explicar por los incrementos salariales ni los aumentos de las materias primas. En general, desde hace unos años la vida es más barata en Alemania que en buena parte de España, recuerda, lo que no tiene ningún sentido dado el nivel salarial de uno y otro país. «Aquí no hay un problema de demanda --explica-. Las rebajas han ido muy bien porque los precios han descendido más de lo habitual y la gente se ha lanzado a comprar. Lo que va a suceder es que habrá un ajuste de tarifas importante y eso será muy sano, porque nos hará recuperar competitividad».
Quizá lo que está pasando en España en materia de precios no sea más que la vuelta a la normalidad desde una situación anormal, a la que a fuerza de tiempo el ciudadano había ido acostumbrándose. Como reiteran los expertos, no hay ninguna razón económica para que una vivienda sea más cara en cualquier barrio periférico de muchas capitales españolas que en el centro de una gran ciudad europea. Y ya se había llegado a eso. Ahora sólo falta que el recorte de los precios alcance también a la cesta de la compra cotidiana. Entonces, el chiste del pollo sería eso, un chiste, y no una fotografía del IPC.