«Siempre llevo la mochilita»
ISABEL URRUTIA
Domingo, 10 de agosto 2008, 05:06
Como buen actor, Jesús Cabrero (Madrid, 1965) no coge vacaciones, «que eso significa que estás en paro». A lo sumo, un intermedio entre proyecto y proyecto, con el móvil siempre a mano. Y se le ve feliz de la vida, «con ganas de seguir en esto hasta el final». Ni se aburre ni se deprime; toma impulso y para arriba...
Lo suyo es coger velocidad: ahora que su personaje en la serie 'Amar en tiempos revueltos' (TVE-1) está a punto de despedirse («el final quedará abierto...»), ya está listo para presentar el martes en el teatro Principal de San Sebastián la obra 'Mentiras, incienso y mirra', de Antonio Albert y Juan Luis Iborra. «Es una historia sobre unos amigos. Con un mensaje clarísimo: ¡Menos mal que hay gente que nos acepta, a pesar de lo tontos que somos!».
-Usted es un hombre de altura.
-¿Lo dice por la estatura? Mido 1,84, aunque, bueno, la última vez me bajaron a 1,83. No sé... ¿Me estaré encogiendo?
-Lo decía por Iberia.
-(Risas.) Ah, vale. Sí, fui técnico de mantenimiento hasta los 27 años.
-Y antes había volado de aquí para allá.
-Pues sí. Era delineante industrial, había empezado Ingeniería, tenía estudios de Arte y estaba haciendo Publicidad. Total, que al final...
-... de golpe y porrazo, el teatro le apeó de todo eso.
-De una vez y para siempre. Fue por mi hermana y mi cuñado. Tenían un grupo, daban clases y me animé a subir a un escenario. Y, ay, ay, tuve un subidón tremendo. ¿Dónde me estoy metiendo?, ¿dónde me estoy metiendo? No dejaba de preguntarme eso. ¡Me enganchó sin remedio! Y así, hasta hoy.
-Ahora tiene 43 años.
-Correcto.
-¿Cómo lo lleva?
-Pues estoy.... de puta madre, con perdón.
-Vamos, que no pierde puntos cuando se quita la camiseta.
-Quizás esté más flaco porque estoy de gira; te saltas algunas comidas, no duermes tus horas y todo es muy agotador. Por lo demás, me encuentro mejor que nunca.
-¿Sigue siendo un manitas?
-Siempre he tenido facilidad para hacer cosas de la nada. ¡Si hasta llevo una mochilita! Los amigos siempre me dicen lo mismo cuando me ven con ella: «Coño, ¡sanéala!». Y nada, nada, la dejo como está porque, tarde o temprano, sé que voy a usar algo. Que si un trozo de alambre, un rollo de celo, un imperdible...
-Y, aparte de eso, ¿qué más le gustaría que no faltara nunca en esa mochilita?
-Mmmm... Las ganas de ir a más. De sobrevivir. De ofrecer. De dar al necesitado porque algún día, quizás, voy a ser yo el que pida. No quiero que me falte nunca ese poquito de humanidad.
-De sus colegas, ¿quién le ha dado la mejor lección?
-Mucha gente. Me acuerdo sobre todo de Tito García, un actor ya fallecido. Igual ni le suena, ¿no?
-A bote pronto, no sabría...
-Fue un secundario maravilloso. Trabajó en muchísimos 'spaghetti-westerns' y en tantas cosas... Era un hombre grandote y con bigote. Pues bien, él me enseñó humildad, muchísima humildad, y también a amar nuestra profesión y a dejarse llevar por ella. ¡Un gran tipo! Y pensar que, cuando murió hace unos pocos años, casi nadie se enteró...
-Y, usted, ¿cómo lleva la fama?
-Se puede vivir como un precio o como una recompensa. Yo la vivo como el precio que debes pagar. Pero, bueno, en el noventa y nueve por ciento de los casos no es desagradable. Eso sí, yo sólo hago teatro en horario laboral. Fuera de él, soy un hombre muy normal, con sus días buenos y sus días malos. ¡Que los actores no tenemos el cuento hecho!
-Las 'fans' se alegrarán al ver que no se peina como en la serie 'Amar en tiempos revueltos'.
-(Risas.) Ya, no es el peinado de mi vida. Supongo que de niño me peinarían así, con la raya a un lado, pero claro, entonces tenía más pelo.
-Además de ese corte, ¿qué evita a toda costa?
-Hacer daño. No lo soporto. Puedo tener un pronto, enfadarme y tal, pero a los cinco segundos ya me estoy disculpando. Tengo un inmenso respeto hacia los sentimientos ajenos y hacia la vida de los demás en general. Si alguien lo está pasando mal y se me despierta la ternura, yo me voy detrás enseguida... No lo puedo evitar.