Monedas de oro falsas en el Duranguesado
Izurtza, 1882. ·
La investigación de una red que operaba en varias provincias llevó a la Guardia Civil hasta un molinero, al que después asesinaron en la cárcelLas apariciones de la Bizkaia rural en las crónicas de sucesos de antaño solían deberse a brutales estallidos de violencia: un asesinato en algún caserío, una disputa de lindes que acababa a garrotazos, alguna cuchillada a la salida de una taberna... Pero, en 1882, la investigación de un delito más sofisticado condujo a la Guardia Civil, de manera un tanto inesperada, hasta un molino de Izurtza. Allí se escondía el corazón de una red de falsificadores de moneda (o, como decían en aquella época, una «sociedad de monederos») cuyos tentáculos se extendían por distintos puntos de Euskadi, Navarra y La Rioja. El caso, que obligó a movilizar a un buen número de agentes del instituto armado, desembocaría finalmente en un crimen aderezado con su propia leyenda.
Las pesquisas arrancaron en la primavera de 1882, cuando se atrapó a dos sujetos que trataban de pasar monedas falsas en distintos pueblos de Bizkaia. Se trataba de Domingo Milicua, de Abadiño, y Pedro Langoiti, de Izurtza, a quienes se les requisaron unos 3.000 reales en oro y plata que en realidad eran falsificaciones manufacturadas con otro metal. Según detallaba el corresponsal de 'El Noticiero Bilbaíno' en el Duranguesado, el sargento de la Guardia Civil logró descubrir «por medio de una confidencia» que el dinero procedía de una fábrica clandestina situada en algún punto del territorio, pero aquellas revelaciones no pasaban de ser noticias «oscuras» que no permitían concretar la ubicación exacta de las instalaciones.
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Los encargados de la investigación averiguaron que «un inteligente grabador» afincado en aquel momento en Pamplona, pero residente con anterioridad en Durango, se había encargado de construir «varias matrices o cuños» para dar forma a las monedas. Para entonces ya habían pasado los meses: los guardias se desplazaron a la capital navarra el 11 de julio y, según recogió el diario, no pudieron hacer nada porque aquel día se celebraba la última corrida de toros de los sanfermines. El 12 por la mañana apresaron a su sospechoso, Genaro Aramburu, tras encontrar en su poder ocho troqueles de moneda.
La investigación continuó en San Sebastián y Alsasua antes de volver al Duranguesado. El 18 de julio se arrestó a Francisco Basterreche, molinero de Izurtza, como responsable de fabricar la moneda. En su propiedad se encontró «la maquinaria completa», así como dieciséis troqueles correspondientes a distintos tipos de monedas y entre trescientas y cuatrocientas piezas de oro y plata, todas ellas falsas. La operación de la Guardia Civil no acabó ahí: se practicó una detención en los baños de Elorrio (de un bilbaíno de «buena posición») y otra en el pueblo riojano de Quel (de un reincidente que poseía «infinidad de ingredientes y efectos para la fabricación de moneda») y se intervino también en Eibar, Puente La Reina, Estella, Etxarri-Aranatz...
Fue aquel un delito que pervivió en la memoria de la comarca. En 1966, cuando habían transcurrido más de 75 años, un reportaje en EL CORREO corroboraba aquella historia que muchos tenían ya por ficción. «Cuando el mazo del molino descargaba, cada determinados minutos, su sonoro golpetazo, ellos descargaban también el hachazo del troquel, con lo que evitaban, a los oídos de los posibles curiosos, cualquier ruido que no pudieran entender por 'natural'», relataba en aquel texto el corresponsal Arba. Según explicaba, los falsificadores utilizaban en su negocio «metal pobre» y, al parecer, llegaron a robar la campana de la ermita de Santo Tomás para reciclarla en monedas. Arba aclaraba también que el molino en cuestión fue después fábrica de papel y acabó como explotación agrícola: el propietario en aquel momento, Marcos Aguirre, le comentaba que en alguna ocasión se había encontrado recortes de metal que quedaron como vestigios de aquella remota empresa clandestina.
El truco del reloj adelantado
¿Y el crimen? Ocurrió dos años después, en agosto de 1884. El molinero seguía preso en la cárcel de Durango cuando se escuchó una voz que le llamaba desde fuera. Eran las once de la noche y ya se había acostado, pero los compañeros de celda le alertaron: «Patxi, ¡te llaman!». El molinero se despertó: «Aplicó el oído y debió percibir alguna voz de afuera, porque se levantó y asomó a la reja del calabozo. En el momento de asomarse sonó un disparo y cayó muerto con quince postas clavadas en el cuerpo», relató 'La Correspondencia'. A la mañana siguiente, se encontró en el foso de la cárcel una escalera apoyada en el muro.
Un delito frecuente
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En 1886 se desarticuló en Bilbao otra red de falsificadores que acuñaba monedas falsas de peseta. El inspector jefe de Orden Público, Dionisio Sáez, tuvo que permanecer hora y media escondido en un retrete para atrapar al principal sospechoso.
También a aquello se refería Arba en el reportaje de 1966. Y contaba, de hecho, pormenores que no aparecieron en las escuetas crónicas originales: quizá se habían preservado en los relatos orales del suceso o quizá eran adornos fantásticos surgidos de la imaginación popular, porque lo cierto es que tienen cierto aire a argumento de Agatha Christie. Según aquella historia, fue uno de los cómplices del molinero quien lo mató en prisión, y adelantó una hora el reloj del bar de Abadiño para engañar a los demás parroquianos y disponer de coartada para el momento del crimen.