
La bronca en Bilbao que empezó con unas castañas y acabó con un soldado muerto
Bilbao, 1891. ·
Después de que tres militares faltones insultaran a la humilde vendedora, se desencadenó una batalla campal con bayonetas, tiros de revólver y un muertoSecciones
Servicios
Destacamos
Edición
Bilbao, 1891. ·
Después de que tres militares faltones insultaran a la humilde vendedora, se desencadenó una batalla campal con bayonetas, tiros de revólver y un muertoEl suceso de la calle Tiboli de Bilbao es uno de esos dramas desproporcionados, ilógicos, que casi dan la impresión de que alguna providencia traviesa y con debilidad por la tragedia había decidido de antemano un desenlace desgraciado. Cuando las autoridades empezaron a investigar qué había sucedido allí para que un soldado acabase muerto de un tiro, por fuerza tuvieron que asombrarse de lo rápido que se inflaman las pasiones humanas y de la facilidad con la que una tontería puede derivar en una situación irreparable. Aunque seguro que, entre los testigos de aquella batalla campal, tampoco faltó el comentario de que el militar se lo había buscado.
Eran las cuatro y media de la tarde del día de Todos los Santos de 1891, que cayó en domingo. Tomasa Fernández, de 54 años, atendía en la calle Tiboli su humilde puesto de castañas, al que acudieron tres soldados del regimiento de infantería de Garellano, recién salidos de una taberna cercana. Le pidieron veinte céntimos de castañas, pero solo le pagaron diez, y además empezaron a faltar a la pobre mujer a cuenta de su vello facial: que si no se había afeitado esa semana, que si ellos podían ponerla en contacto con un buen barbero... Dos de los soldados (el salmantino José Hidalgo y el abulense Pablo San Segundo) se alejaron del tenderete, pero el tercero (Isidro García, de 24 años y procedente también de Salamanca, más en concreto de Béjar) continuó con sus chanzas e insistió en que la castañera le vendiese otros veinte céntimos de su mercancía.
Noticia relacionada
Ahí la cosa empezó a complicarse, en un veloz encadenamiento de intervenciones y disputas cada vez más cruentas. El primero en meter baza fue Hipólito Sanz, un joven jornalero que había asistido con estupor a toda la escena. Hipólito le echó valor y reconvino a los soldados por su insolencia con una mujer que simplemente trataba de ganarse la vida. «El García le amenazó y desafió, trabándose así de palabras y llegando después a las manos, y además el Hidalgo y San Segundo, que al ver esto volvieron, apoyaron a su compañero empleando las bayonetas desenvainadas», explicó 'El Noticiero Bilbaíno', basándose en el relato del ministerio público. El jornalero se llevó una herida punzante en el muslo izquierdo y una contusión en la cabeza.
También uno de los soldados, José Hidalgo, recibió un pinchazo en una mano, aunque no se llegó a saber quién se lo había infligido. «Durante la refriega debieron de intervenir otros paisanos en defensa del Sanz», hacía cábalas el diario. El caso es que en plena reyerta apareció Sotero Ruiz, un guardia municipal de 45 años, nacido en Poza de la Sal (Burgos), que iba de camino al matadero cuando se topó con el tremendo alboroto. Lucía «el uniforme, insignias y armas propias de su cargo», pero los soldados, lejos de hacer caso a las órdenes con las que intentaba poner paz, le acometieron violentamente con las bayonetas. Incluso le atravesaron la levita en un lance que, afortunadamente, fue a estrellarse contra el reloj de bolsillo del policía.
El siguiente en sumarse al lío fue Francisco Corcuera, un carretero de 30 años que trató de auxiliar al municipal en apuros. Como era de esperar, la agresividad de los soldados se volvió de inmediato contra él: momentos después escapaba a la carrera, perseguido por unos ofuscados Isidro y José. «Alcanzándole, le causaron con las bayonetas una herida punzante en la cara posterior externa del brazo izquierdo y dos en el hueco axilar», detalló el periódico. El municipal Sotero acudió a toda prisa en su ayuda («¡mátalos!», cuentan que le gritaba la gente) y, cuando los militares trataron de nuevo de atacarle, hizo fuego dos veces con su revólver. Una bala acertó a Isidro García en el vientre, le perforó los intestinos y le provocó una peritonitis que acabó con su vida dos días más tarde. La otra penetró en el brazo izquierdo de José Hidalgo.
El juicio, celebrado en junio de 1893, despertó gran interés entre los bilbaínos. «En el atrio de la Audiencia y en la calle de doña María Muñoz se habían estacionado multitud de personas, a las cuales tenía que contener la guardia civil. En la sala, el público era numerosísimo», reflejó el cronista de 'El Noticiero', que hizo constar la presencia de numerosos militares, así como de «varias señoras y señoritas» que ocupaban los asientos de preferencia, en jornadas de un calor «sofocante» que llegó a provocar algún desmayo. Al municipal se le acusaba de homicidio y a los dos soldados supervivientes, de atentado contra la autoridad. Además de los implicados en los hechos, declararon peritos armeros y peritos sastres (acerca del bayonetazo en la levita del municipal) e incluso el tribunal se trasladó a la calle Tiboli para realizar, en compañía de los acusados y de unos cuantos testigos, una inspección ocular de los escenarios del altercado.
El jurado popular entendió que el policía municipal había actuado en legítima defensa y el único condenado fue finalmente uno de los soldados, José Hidalgo. Le cayeron cuatro años, dos meses y un día de cárcel, pero un real decreto redujo posteriormente su pena a un año de prisión.
Sotero Ruiz, el municipal acusado de homicidio, llevaba cuatro años en la guardia urbana de Bilbao, pero contaba con experiencia previa: había prestado sus servicios en Barcelona, como guardia a caballo y también como agente de la 'ronda secreta'.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.