Miles de personas en el aeropuerto, en la estación, en la romería...
La jornada del 22 de abril de 2019, Lunes de Pascua, fue un día de turismo, de viajes y de debate electoral
CARLOS BENITO
Miércoles, 22 de abril 2020, 02:03
Esto de ir repasando en los periódicos las cosas que hacíamos el año pasado puede resultar un poco cruel, igual que los recuerdos de vacaciones que Facebook se obstina en mostrarnos el día que más trabajo tenemos. Pero el caso es que, cuando llegamos al 22 de abril de 2019, la hemeroteca empieza a parecernos una obra de ciencia ficción y casi la contemplamos con más fascinación que envidia: nos presenta un mundo tan alejado de todo esto que estamos experimentando que, en fin, uno se maravilla al ver cómo vivían esas criaturas que éramos nosotros, con qué alegría tumultuosa nos movíamos de aquí para allá. Ocurre que el 22 de abril era Lunes de Pascua, una jornada especialmente propensa a las aglomeraciones en lugares públicos: la costumbre de reunirse caracterizó a la especie humana (y, en concreto, a la subespecie vizcaína) hasta cierto día de marzo de 2020, y EL CORREO lo recogía en unas páginas que hoy repasamos con una confusa mezcla de desvalimiento y esperanza.
Para empezar, el Lunes de Pascua es un día de tradicional agitación en el aeropuerto. De hecho, fue durante mucho tiempo la fecha de mayor movimiento en Loiu (a ver, por cierto, cuál marca el récord este año), y el año pasado sumó 168 vuelos con una capacidad total de 25.000 plazas. Por ahí andaba la gente, yéndose y viniendo: los pasajeros hablaban de tapas en Sevilla, de canales venecianos o de compras en Londres, mientras hormigueaban con sus maletas por el recinto. Otro tanto ocurría en la Termibus provisional, por donde pasaron siete mil autobuses.
De la multitud al burro solitario
En Santurtzi, celebraban la romería de Cornites: las fotos mostraban un día espléndido, animadísimo, con miles de personas disfrutando de la caminata y el tradicional bollo, mientras que la crónica de hace un par de semanas estaba ilustrada con la imagen de un burro, muy guapo pero un poco deprimente en su soledad. Aquel 22 de abril, el Guggenheim abría pese a ser lunes, para atender a la gran afluencia de visitantes ansiosos de ver la exhibiciones 'Una mirada atrás' y 'Lo indescriptible'. Con esta obsesión por la pandemia, hoy hasta leemos los títulos como si fuesen mensajes en clave sobre lo que se nos venía encima: miren, miren, en el Azkuna Zentroa había una muestra sobre 'Videojuegos de fantasía y terror' (y uno piensa, de manera refleja, que mucho más miedo da todo esto) y en el Coppola actuaba aquel día el cantautor burgalés Daniel Guantes (y uno aplaude instintivamente la profilaxis de su apellido).
Por la noche, siete millones de españoles se sentaron ante sus televisores para seguir el debate entre los cuatro candidatos a la presidencia. Hablaron de política territorial, de pactos postelectorales... Esas preocupaciones del viejo mundo. Albert Rivera, que ahora estará teletrabajando como abogado, montó un tenderete de campaña con un montón de objetos y abrió su minuto final con aquella frase de la que tanto nos reímos entonces, pero que tan válida resulta ahora mismo: «¿Lo escuchan? Es el silencio».