«Lavad los malditos platos sin que os lo tengamos que pedir»
«¿Cuatro meses de baja paternal? Menuda p... les van a hacer a muchos». Este comentario me lo hizo un amigo, buen conocedor, visto ... está, de sus congéneres. Y no porque tenga hijos. Sino porque tiene ojos. Le dio la razón, no de palabra, sí con hechos, otro colega. Este último era de los 'afortunados' a los que les pilló la ampliación del permiso por hijos, ocho semanas ya, con previsión de que sean dieciséis dentro de dos años. «Me ha dicho que va a ir trabajar antes, que a ver qué va a hacer dos meses en casa. Y, hombre, tiene razón. Es que tanto tiempo...». Eso me lo dijo su mujer.
Daban ganas de sugerirle un pequeño listado de tareas que hacer en esos dos meses. No lo hicimos -la sugerencia- ni las hizo él -las tareas-. Pero se ve que hace otras, porque no es la primera vez que ella comenta que «le ayuda» en casa. En esto también están de acuerdo. Los dos creen que él «ayuda», dando por hecho ambos que él está haciendo una labor que le corresponde solo a ella. Por una cuestión de género, claro, porque ambos trabajan y tienen el tiempo contado y esas mismas tareas en las que él «ayuda» son las que ella «hace». Léase la compra, bañar al bebé o limpiar las ventanas, que aunque se haga de ciento en viento hay que hacerlo.
Si de verdad queremos aspirar a una igualdad real no puede haber hombres que «ayuden». Tiene que haber hombres que «hagan», igual que «hacen» las mujeres. Hombres de esos al que un artista muy conocido llamaba hace treinta años en una entrevista por la tele «blandengues». Se refería a «ese hombre de la bolsa de la compra, del carrito del niño...». El vídeo entero está en YouTube.
Que nadie se alarme que no hay riesgo de invasión de blandengues. Siguen siendo minoría absoluta. Las estadísticas cifran en torno al 20% el porcentaje de hombres que comparten en igualdad las tareas en casa. Pero para calcular este porcentaje no hacen falta estadísticas. Basta con ir una mañana al pediatra, a la salida del colegio, al parque...
Basta con que nos hagamos una serie de preguntas: ¿Quién hace el puré para los niños? ¿quién lava la batas del colegio? ¿quién prepara las maletas para ir de vacaciones? Pero si hasta hay alguna que confiesa que prepara hasta el equipaje del marido. Tenía que meterle solo bañadores y chancletas para ir a Alaska...
Hace unos meses una bloguera australiana generó cierto ruido con un post en el que hablaba de esto del reparto de tareas. Se quejaba con unos amigos de que sobre ella recaía toda la responsabilidad de la casa y los niños y esos amigos le aconsejaron que «hiciera listas» de tareas a su marido. «Si quieres ayuda, necesitas ser específica, no te va a leer la mente». Igual con la traducción hemos perdido algún detalle, pero casi mejor porque hay muy poco que añadir a esto. Ella, harta del marido y de los amigos, acabó por escribir algo así: «Lavad los jodidos platos sin que os lo tengamos que pedir. Es vuestro trabajo». El post se ha compartido casi 200.000 veces. Y bien podría haberlo escrito una bloguera de Albacete porque el panorama se ve que es igual aquí que en nuestras antípodas.
Educadores y psicólogos insisten sin que se les haga mucho caso en la importancia de que los niños vean que en casa que aita y ama son iguales. Es, dicen, la mejor manera de atajar futuros comportamientos machistas, que asoman «en torno a los 15 años», calcula la psicóloga Vanesa Fernández. Antes incluso, aunque esos niños no sepan poner nombre a su comportamiento. Lo puso en evidencia hace un tiempo un anuncio de unas zapatillas de deporte. Hicieron un experimento con niños a los que se les pedía que corrieran «como una chica». Y ellos se ponían a correr «como un pato», «haciendo el tonto», «moviendo los brazos de manera ridícula»...
Eso que cala a los 6 u 8 años, que es la edad que tenían los chavales del anuncio, a los 14 es otra cosa mucho peor. Cuenta la psicóloga que ha escuchado decir a más de una chaval que «mamá es tonta. Y lo dicen porque lo oyen en casa». El ejemplo, insiste, es fundamental. Y decirle al niño: 'Que te ayude papá con las matemáticas, que yo tengo que hacer la cena' no es un buen ejemplo». Tampoco decirle a papá que 'ayude' con la cena, claro. Vamos a copiar de la australiana. «¡Haz la maldita cena sin que te lo tenga que decir!».
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