Las mascarillas desechables del covid se han convertido en una «bomba de relojería» para nuestra salud
Su degradación en vertederos, zonas verdes, ríos y mares libera al medio ambiente microplásticos y disruptores endocrinos con capacidad para afectar a nuestro sistema hormonal, según un estudio de la Universidad británica de Coventry
Han pasado cinco años desde que el covid irrumpió en nuestras vidas y con él la necesidad de llevar mascarillas. En aquellos momentos, estábamos más ... a sobrevivir a un virus desconocido y letal que a otros asuntos, como qué hacer con ellas cuando las desechábamos. Sin embargo, un lustro después empezamos a ver las consecuencias de esa gestión de residuos. Aquellas mascarillas quirúrgicas y FFP2 se han convertido en una amenaza química.
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Esta es la conclusión principal de un estudio de dos investigadores de la Universidad de Coventry, en Reino Unido. Y que recoge el guante que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó en 2022 cuando alertó en un informe sobre el gran aumento de residuos sanitarios causado por el coronavirus y su impacto medioambiental.
Anna Bogush e Ivan Kourtchev, autores del trabajo, recientemente publicado en la revista 'Environmental Pollution', se centraron en la basura que generamos los ciudadanos en nuestra rutina habitual de aquellos días, que no es menor. Estimaron que durante el pico de la pandemia, usamos 129.000 millones de mascarillas desechables cada mes en todo el mundo. ¿Y dónde están ahora? Pues a nuestro alrededor, contaminando nuestro ambiente y «poniendo en riesgo nuestra salud».
Las cifras de la 'basura Covid' de la OMS
87.000 toneladas
de EPI se compraron entre marzo de 2020 y 2021 para los centros hospitalarios que han acabado en los vertederos. Aunque los residuos hospitalarios son tratados de manera especial, eso no quiere decir que se puedan reciclar para evitar la contaminación.
140 millones
de kits se enviaron durante el mismo periodo de tiempo para poder diagnosticar y atender a los enfermos. Generaron 2.600 toneladas de residuos no infecciosos, sobre todo plástico, y 731.0000 litros de desechos químicos (un tercio de una piscina olímipica).
144.000 toneladas
de basura adicional en forma de jeringas, agujas y contenedores de seguridad se generaron al suministrar las 8.000 millones de dosis de vacunas con las que se consiguió frenar y erradicar la pandemia.
Muchas las encontramos todavía hoy en cunetas y parajes a los que han llegado después de que sus usuarios las tiraran inadecuadamente. El resto, reposan en vertederos, tras pasar por un sistema de reciclaje de residuos que no supo muy bien qué hacer con ellas. En ambos casos han empezado ya a degradarse... y una parte de los materiales con los que están hechas, a contaminar suelos, ríos, playas y mares. De ahí que los científicos las hayan calificado como una «bomba de relojería química».
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Microplásticos de los más pequeños
La idea de Bogush y Kourtchev era determinar cuántos microplásticos liberaban las mascarillas en agua estancada. Para ello, compraron varias y las dejaron 24 horas metidas en 150 mililitros de agua purificada que luego filtraron. Vieron que todas liberaron partículas de diferentes tamaños, «sobre todo por debajo de las 100 micras», que son las más difíciles de atrapar puesto que pertenecen a lo que los científicos llaman categoría pequeña.
Esto contribuye a acrecentar todavía más la contaminación por este material que ya existe. En el mar hay 31 millones de toneladas microplásticos a las que hay que sumar otras 109 en los ríos, según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Un material que no solo se deposita en el fondo o flota en el agua, si no que acaba en la cadena trófica y en los peces que luego forman parte de la dieta de los humanos. Se calcula que comemos el equivalente a una tarjeta de crédito cada semana. Y científicos de la Universidad de Nuevo México han encontrado restos en placentas y cerebros humanos sin poder determinar aún las consecuencias de ello para nuestra salud.
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«No lo podemos ignorar»
Otro dato
214 kilos
de bisfenol B han acabado en el medio ambiente a causa de la degradación de las mascarillas desechables que se utilizaron durante la pandemia. A eso hay que añadir su descomposición en microplásticos que contaminan ríos y mares.
Pero lo que los investigadores británicos no esperaban era que también destilaran bisfenol B (o no tanto como han averiguado). En un cálculo rápido, consideran que acabaron en el medio ambiente entre 128 y 214 kilos de esta sustancia solo con las mascarillas del pico de la pandemia. Y el problema que se presenta es que forma parte de lo que se llaman disruptores endocrinos, es decir, son capaces de interferir y modificar el sistema hormonal de los humanos y de los animales que los han absorbido. Imitan, en este caso, a los estrógenos femeninos.
«Este estudio subraya la necesidad urgente de repensar cómo producimos, usamos y desechamos las mascarillas faciales», explicó Bogush, que desarrolla su trabajo en el Centro de Agroecología, Agua y Resiliencia de la Universidad de Coventry, en declaraciones al diario británico 'The Guardian'. «No podemos ignorar este coste ambiental, sobre todo cuando sabemos que los microplásticos y las sustancias químicas que liberan pueden afectar negativamente tanto a las personas como a los ecosistemas», concluyó. Y lanzó un nuevo reto: «Es fundamental que apoyemos el desarrollo de alternativas más sostenibles y tomemos decisiones informadas para proteger nuestra salud y el medio ambiente».
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