¿Por qué los problemas no existen para nuestros dirigentes?
Análisis ·
En qué momento ha ocurrido que muchos servidores públicos, ante un problema, tengan antes el reflejo de negarlo que de resolverloEstán vistosos los énfasis institucionales por mantener alta la moral del personal, por pretender hacer ver que todo va bien siempre. Despreocúpese, ciudadano. Recuerda esto ... un poco al 'no problem, my friend' que le dicen al turista los nativos de países remotos justo antes del desastre. Y hala, en beneficio del sosiego emocional del pueblo, o más bien de la tranquilidad ceporra, a cubrir cada contratiempo con fardos de autocomplacencia y con ese lenguaje hueco, burocrático, giboso. El politiquistaní. En qué momento ha ocurrido que una proporción reseñable de los servidores públicos, cuyo cometido mensualmente retribuido es mejorar algo la vida de la gente, ha perfeccionado un automatismo singular: cuando se les plantea un problema, su reacción instintiva, el click mental, el primer impulso, es negarlo. Resolver el problema no, negarlo. O quitarle importancia. O compararnos con otros que están peor, pobrecillos.
Lo de la seguridad en Bilbao en los últimos años es ejemplo sonoro y recurrente: frente a la evidencia científica y la preocupación social demoscópicamente contrastada, el argumento institucional es que en otras ciudades hay más delitos y que no hay que generar alarma social removiendo el tema. Que eso es hablar mal de Bilbao. Que qué van a decir los turistas. Que mejor hablar de cosas bonitas. La reflexión, este manto de indolencia, se aplica también a las cosas pequeñas, del día a día; esta actitud, la del monete que se tapa los ojos, es frecuente. No problem, my friend. Pero si no hay 'problem', no hay 'solution'.
Lo que ya es otro nivel es lo de la Consejería de Educación del Gobierno vasco. Malísimos los datos que les han salido en el diagnóstico de cómo van los estudiantes de Segundo de la ESO, momento crucial en su trayectoria académica. Las puntuaciones de 2023 supusieron el mínimo histórico en todas las competencias salvo euskera; y el euskera resistió por los pelos. Tan malos fueron los resultados que no se hicieron públicos en su momento y se han sacado esta semana, con un año de retraso. Pero han salido junto con otro estudio, también bienal, aunque muy diferente en metodología y objeto. Se mezclan ambos, se retuercen un poco y, hop, sale la conclusión de que las cosas van mejor en castellano. En realidad, del análisis oficial, después de pasar por cocina, no se entiende casi nada. De cultura, literatura y tal, ni hablamos.
El escándalo es grande entre los expertos por la triquiñuela, la maniobra de despiste, la argucia extraña y la flojera metodológica. Pero qué importa eso si la gente puede quedarse tranquila, seguir confiando en la infalibilidad del sistema y en la supremacía de la gestión local.
Si acaso, asombra que quienes se encargan de la educación se empleen de estos modos: como negándoles de antemano a los que vienen luego, a los jóvenes, las herramientas para arreglar el estropicio que les van a dejar. Negándoles una educación eficaz y luego escurriendo el bulto. Hasta la comprensión lectora merma.
Es curioso también que ellas, las personas dirigentes, se pongan muy serias con las fake news y quieran formar al personal para distinguir lo cierto de lo falso. Con esa relación tan confusa que tienen ellas con la realidad. A no ser, y esto estaría bien, que ese análisis de competencias estudiantiles y la interpretación pública que hacen de él formen parte de un ejercicio innovador, rupturista, casi cinematográfico, del tipo: 'Fake news y percepción social inducida. Ejercicio práctico'.
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