El mejor actor del mundo
Hay gente desconocida que merecería un Oscar
Jon Uriarte
Sábado, 8 de marzo 2025, 01:57
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Jon Uriarte
Sábado, 8 de marzo 2025, 01:57
«Mi contacto decía que era un noble caído en desgracia». Así arrancó su relato un amigo periodista bregado en mil vidas. Unas propias, otras ... ajenas. Por eso se jactaba, hablo en pasado, de poder detectar a un farsante al instante. Hasta hace unos días. Estaba mi colega por la ciudad francesa de Reims, cuando se topó con un tipo que aseguraba conocer a un Conde de las Ardenas, miembro de una familia lorenesa y descendiente de los mismísimos Carolingios. Por si fuera poco, el aristócrata había conocido a Robert de la Rochefoucauld, noble que se unió a la Resistencia. No hace falta que les diga el interés que suscitó en él teniendo en cuenta, además, que es un apasionado de temas de la II Guerra Mundial. De hecho estaba precisamente por allí para recabar información sobre los paralelismos de la Europa actual con la previa a aquella contienda. Así que decidió quedar con el conde.
No fue en un castillo, ni en un palacio. Sino en un lugar llamado Café du Palais. En una de sus pequeñas mesas, y con una espalda recta que evitaba apoyarse en el cuero del banco, les aguardaba con aire de otro tiempo. Era mayor, flaco y mantenía cierto estilo. Navegaba entre dueño de una tienda de antigüedades y hermano feo de David Niven. Llevaba bastón, aunque era más un adorno. Como el pañuelo del cuello, hecho de una cachemira que, por su aspecto, podría haber conocido a Napoleón. Mi amigo habla un correcto francés que ejercitó de mozo en Biarritz.
«Lamento tener que recibirles en este lugar», se excusó el noble, añadiendo que el café era excelente y la comida digna. Según les contó, vivía en el Hotel Domaine Les Crayères, desde que cayó en desgracia. Todo empezó cuando los nazis ocuparon el castillo familiar de las Ardenas. Aprovechando el relato, le pidió detalles. «Tenía 16 años, la misma edad que Robert». El periodista aceptó la cifra pese a que eso suponía que debía rondar los 99 años. Pidieron algo para comer y el anciano prosiguió. «Al no lograr escapar, algunos decidieron emparedarse junto al champán hasta que todo pasara. Yo me negué a esconderme». Es una historia repetida, mi tío Jean Sogny lo vivió en primera persona, así que al periodista le resultó creíble. También el resto de las revelaciones del Conde. Así llegaron a sus días en la Resistencia. Para entonces mi colega se había tomado un coñac, Hennessy por supuesto, y el aristócrata y su amigo dos. Era la hora de retirarse. Quedaron más veces. Pero con tres máximas. Siempre la hora del almuerzo, nunca en el mismo café y pagaba el periodista.
La última tarde que los vio fue en la que mi amigo, siendo infiel a sus principios, les adelantó un dinero que no me quiere confesar. La idea era comprar unas cartas cruzadas entre Robert de la Rochefoucauld y el Conde. Según decía, contenían información sobre los aristócratas afines y contrarios a los nazis. Quedaron para el día siguiente. No volvió a verlos. En ese momento del relato mi amigo mencionó, por primera vez, el nombre del contacto. «Se llamaba Armand. Decía ser Armenio y hablaba francés, inglés y español». Un escalofrío recorrió mi cuerpo. «¿No sería un tipo calvo, de unos sesentaitantos, de 165 cm de altura y que siempre lleva gafas de sol exageradamente grandes?», pregunté. «Pues sí», respondió sorprendido. Me eché a reír. Era el mismo tipo que nos timó en 2003, todavía nos reímos porque dolió más en el orgullo que en el bolsillo, cuando decía llamarse Arman y era productor de cine. Años más tarde timó a otro conocido que trabajaba en Buenos Aires, haciéndose pasar por Armando, chófer de un alto cargo gubernamental. Era un crack. Lo más cercano a la verdad fue lo de productor estadounidense. Conocía a estrellas de Hollywood, de hecho nos presentó a Mark Wahlberg en el Festival de San Sebastián, pero no producía nada. Lo conocía porque frecuentaban el mismo gimnasio. Lo que me lleva a una reflexión.
Eso de los Oscar está mal repartido. Si alguien se merece el premio al mejor actor es Arman, o como se llame ahora, y el Conde que lo acompañaba en Reims. Al final ni era aristócrata, ni había vivido en un castillo. De hecho no tenía la edad que decía. Se lo contó días después un camarero del Café du Palais que le reconoció. Era un experto en meter sablazos. Por eso jamás volvía al mismo lugar. Ni él ni su calvo, timador y misterioso amigo Armand.
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