Ha entrado el otoño, aunque el viento sur nos mantenga cerca de las sensaciones del verano. Enseguida comenzarán a venderse castañas en puestos ambulantes; las ... hojas de los tilos han cedido ya. La semana que viene, además, cambiarán la hora, algo que ha dejado de interesarnos, al parecer. No da la impresión de que vayamos a enfangarnos en la tradicional polémica en relación al mantenimiento del sistema dual. Hay que recordar que en 2019, antes de la pandemia, de la guerra y de la inflación, el asunto del cambio de hora se volvió muy principal. Parece que ha pasado un siglo desde aquellos rifirrafes entre los que prefieren seguir como estamos y los que prefieren que no haya que cambiar nunca la hora. Qué jóvenes y qué ingenuos éramos.
A mí me gustan los días largos del verano, creo que me siento más vital cuando a las diez de la noche aún es de día; pero la contrapartida de mantener este horario es que amanece muy tarde. A las ocho de la mañana hay que desayunar con las luces de la cocina encendidas. Últimamente, en más de una ocasión, me ha sobrevenido un agobio inespecífico que se sustanciaba después, al mirar por la ventana: ¿y si no amanece? ¿Y si hoy fuera el primer día en el que no amanece? La angustia que experimento es fuerte y no cede hasta que el alba empieza a abrirse camino en el cielo. Imagino que no se trata de algo que me pase solo a mí.
Venimos de aplaudir las puestas de sol en Ibiza, en Conil de la Frontera o en Cabo Fisterra. Esta costumbre tan rara, la de hacer saber al sol que, desde nuestro punto de vista, ha maniobrado bien, me resulta fascinante. Siempre siento un punto de incomodidad si me veo envuelta en esas circunstancias tan contemporáneas, amenizadas normalmente por alguna canción de buen rollito a la guitarra.
Yo, puestos a tener que aplaudir, aplaudiría al sol ahora, en octubre, cuando por fin se decide a salir; ahora, cuando la logística de la mañana se pone en marcha sin que la acompañe la luz natural; ahora, cuando su aparición aleja mi temor a que nos quedemos a oscuras para siempre, atrapados en una noche abismal; ahora, cuando sale el sol y nos tranquiliza a los impacientes y a los incrédulos, yo le ofrecería una sentida y cerrada ovación.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión