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«Han matado a Máximo»

benito aguirre gonzález

Director del Centro Penitenciario de Zaballa

Lunes, 19 de octubre 2020, 23:50

Recuerdo aquella llamada. Han pasado sólo 20 años. Poco tiempo como para poder olvidar. El teléfono sonó a primera hora de la mañana. Del otro ... lado alguien dijo «han matado a Máximo». Y otras cosas que en ese momento podía oír, pero no podía escuchar: «Bomba lapa, bajos del coche, cuerpo destrozado… ¿Me estás escuchando? ... ¿Sigues ahí?».

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Máximo Casado Carrera fue asesinado por la organización terrorista ETA el día 22 de octubre del año 2000. Los terroristas adosaron una bomba lapa a los bajos de su coche, que utilizaba diariamente para desplazarse a su centro de trabajo. Solía acompañarle durante una parte del trayecto su esposa, Conchi. Aquel día, cosas del azar, viajaba solo.

Sabemos, pues, cómo murió. Pero ¿sabemos cómo vivió?

Máximo fue trabajador penitenciario. Era mi compañero de trabajo… Y mi amigo. Creo que yo también era su amigo, aunque no lo puedo asegurar. Exigía de los demás lo mismo que él era capaz de ofrecer, que era mucho, y resultaba difícil estar a su nivel.

«La dignidad debe estar varios peldaños por encima del miedo». Así definió José María Calleja, periodista y escritor, la actitud de todas aquellas personas que optaron por rechazar el chantaje físico y emocional practicado desde un entorno profundamente hostil, bajo las formas del desprecio, la humillación, el insulto, la coacción, la amenaza de muerte y, finalmente, el asesinato. Cada una de estas personas, a veces de forma inconsciente, desarrollaron una suerte de resistencia ciudadana frente al terror. Máximo fue una de estas personas. Colocó la dignidad en el peldaño más alto en su escala de valores y ahí la mantuvo, inamovible a costa de lo que fuere, incluso de su vida.

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Si la valentía es aquella cualidad humana que permite superar las limitaciones que ofrece la sensación del miedo, podría decirse que Máximo no fue una persona valiente. Nunca tuvo miedo. Esta palabra no formaba parte de su diccionario. Siempre rechazó cualquier esfuerzo por parte de los que intentábamos protegerle, para inocularle una pequeña dosis de ese miedo que nosotros sí sentíamos, para generar en su ánimo una mínima respuesta de prevención. La suficiente para que tuviera alguna opción de sobrevivir. La respuesta siempre fue la misma: mirada fija, sonrisa socarrona y un comentario: «Venga, vamos a hablar de cosas importantes».

Manuel Reyes Mate, filósofo, dijo que «es mucho lo que muere cuando se mata... Verdad sacrificada, justicia ajusticiada, represión de buenos sentimientos, transformación de actos compasivos en otros de odio, claudicación de argumentos racionales a manos de simplezas emocionales».

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Es cierto que fueron muchas las cosas que murieron cuando mataron a Máximo. El mundo ha sido peor desde entonces.

Tristeza, dolor, incomprensión, hastío… Estas sensaciones vinieron a mí aquel día. Y lo hicieron para quedarse.

Odio, rabia, venganza... Estas sensaciones, si algún día vinieron, en algún momento se fueron. Cuando Máximo me dijo: «Venga, vamos a hablar de cosas importantes».

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