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Josu Elespe posa en San Sebastián, ciudad a la que se trasladó la familia un año después del atentado que acabó con la vida de su padre en Lasarte. Nagore Iraola

«La Ertzaintza nos comunicó que mi padre iba a tener escolta el mismo día que ETA le asesinó»

«Si los que le mataron se arrepintieran, yo lo aceptaría», asegura en el décimo aniversario del atentado

Lorena Gil

Miércoles, 18 de abril 2018

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Josu Elespe se convirtió en padre a principios de 2010. Habla de su pequeña y se le ilumina el rostro. Ha sido «una alegría» para toda la familia, un «regalo». Mireia apunta con su dedo al cielo cada vez que le preguntan por su aitona, Froilán Elespe. El 20 de marzo de 2011 se cumplieron diez años desde que ETA asesinara al que fuera primer teniente de alcalde del PSE en el municipio guipuzcoano de Lasarte, y su hijo menor -tiene dos- quiere que Mireia sepa algún día «quién fue su abuelo», «sin odios ni rencores». Josu tiene una «espina clavada»: que su padre no haya podido conocer a su nieta, «con lo que le gustaban los niños». La noche en la que su mujer se puso de parto «estaba tan nervioso que, después de estar dando vueltas por los pasillos del hospital, salí a la calle a fumarme un cigarrillo y acabé llorando. La mezcla de sentimientos era tremenda», se sincera con este periódico.

Josu no «idealiza» a su padre, «lo admiro como ser humano y como profesional». «Era una persona tolerante, que te aconsejaba, pero también te dejaba equivocarte. Extrovertido y humilde, muy de pueblo», le describe. Froilán Elespe, natural de Rentería, se encontraba tomando un aperitivo en la barra del bar Sasoeta, en la plaza Urko de Lasarte, cuando un etarra entró en el establecimiento y le descerrajó dos disparos en la cabeza. Tenía cincuenta y cuatro años, mujer y dos hijos. Josu reconoce que no se planteó que la banda terrorista pudiera matar a su padre, «hasta un mes antes» de que se tornara en una realidad. El atentado contra Iñaki Dubreuil fue el que encendió las alarmas, pero nunca le emplazaron a abandonar la política. «Mi padre no vivía con miedo y tú tiendes a engañarte», reconoce.

Froilán ocultó a su familia que el partido le quería poner escolta. «Era muy reservado, de los que dicen 'yo me lo guiso, yo me lo como', y a no ser que se viera muy agobiado, no lo soltaba», señala. «El mismo día que lo asesinaron había un mensaje de la Ertzaintza en el contestador de casa en el que le informaban de que la próxima escolta era para él», revela.

La mañana del atentado, Josu salió de casa para dirigirse al trabajo, en Ataun, sin poder despedirse de su padre. «Recuerdo que estaba en la ducha y me marché porque tenía prisa», evoca. Un día cualquiera. Pasadas las tres menos cuarto de la tarde le sonó el móvil. «Era un amigo, que me dijo que había pasado algo en Lasarte, pero que no sabía más», rememora. Josu llamó hasta en tres ocasiones a su casa, pero no obtuvo respuesta. Fue entonces cuando otro amigo le telefoneó y le confirmó la trágica noticia. Sin perder un segundo, cogió el coche y puso rumbo a Lasarte. «Me enteré por la radio de lo que había pasado e incluso rocé el coche con la mediana de la velocidad a la que iba», reconoce.

Elespe se encontró con un municipio «acordonado» y con su domicilio «repleto de gente». Su hermano mayor estaba por entonces en Escocia y, con solo 25 años, le tocó «coger las riendas» de la situación. «Tenía claro que quería que las cosas se hicieran a nuestra manera, a la de mi padre. Pensé que ya tendría tiempo de llorar», expresa. Y lo tuvo. Durante los primeros años tras el atentado se convirtió en un joven «amargado» que necesitaba salir de Lasarte para evadirse de la realidad. «Estaba desorientado, perdido, no sabía qué iba a hacer con mi vida», explica. El apoyo de la familia, los amigos y de su novia, que hoy en día en su mujer, le ayudaron a salir adelante. «No me quería casar y mira... Ella estuvo siempre a mi lado en el peor momento de mi vida y nunca se lo agradeceré lo suficiente. Conozco a muchas personas que no fueron capaces de aguantar algo así», afirma.

Los hijos de Froilán colocaron en su lápida un banderín de la Real Sociedad, que conserva a día de hoy. «Es una pasión que nos unía. A los ocho años ya era socio e íbamos los tres juntos al campo de fútbol. No importaba si ganaba o perdía, era algo que compartíamos». Josu espera ahora a que su hija sea algo más mayor para continuar con la tradición familiar. «Me gustaría ser como mi padre», afirma emocionado.

«Cuestionamiento ético»

Al año del atentado, los Elespe dejaron Lasarte y trasladaron su residencia a San Sebastián. «Un gran acierto», valora Josu. «No es que fuera un pueblo problemático, sino que todo eran recuerdos», explica. Han pasado diez años desde que ETA acabara con la vida del concejal socialista y Josu, que «siempre» tendrá presente cómo mataron a su padre, asegura haber «conseguido seguir adelante» con su vida y tener «el corazón libre de odios». Es consciente de que su madre «nunca superará» la brutal pérdida de su marido. «Tenía cincuenta años y la vida hecha junto a mi padre», apunta. La pequeña Mireia es la niña de sus ojos. «Incluso cuando la ve se acuerda de él», añade. «Está encantada».

La familia de Froilán Elespe, aficionado a jugar a las cartas y a ir de poteo, reconoce que hay víctimas que se sienten mejor uniéndose a «asociaciones o a la vida política», pero ellos prefirieron quedarse «al margen».

- En el primer aniversario del asesinato de su padre criticó la utilización de unos políticos y la ignorancia de otros hacia las víctimas. ¿Han cambiado las cosas en estos diez años?

- Afortunadamente, sí. Nunca olvidaré, por ejemplo, que Aznar (entonces presidente del Gobierno) no viniera al funeral ni a la misa y nunca se interesara por nosotros. También me alegro de que el PNV, que nunca se ha sentido cómodo con las víctimas, haya empezado a cambiar, sobre todo gracias a Josu Jon Imaz y a Izaskun Bilbao.

Los Elespe están, al igual que el resto de los damnificados por el terrorismo, pendientes de los acontecimientos que rodean a ETA y su entorno. A la espera de que se produzca ese «final definitivo». Josu reconoce que el «alto el fuego» decretado por la banda le «alegró», pero, al mismo tiempo, no esconde su escepticismo. Y es que echa en falta un «cuestionamiento ético», que hace extensivo a la izquierda abertzale y a su nueva marca, Sortu. «Hay que rechazar la violencia de ETA que ha habido, no solo «si la hubiera»», sostiene.

Josu tiene sus dudas acerca de si quienes han apoyado durante años las acciones de la organización terrorista lograrán «desfanatizarse algún día». «Arrepentirse de lo que han hecho a nivel general es algo imposible, quizá de forma particular... Hacerlo significaría reconocer que el daño que han hecho no ha servido para nada», apunta. Su visión, hasta la fecha, es la de una declaración «con la boca pequeña» cuyo objetivo no es otro que concurrir a las elecciones de mayo. «Son conscientes de que si no les legalizan desaparecen y con ellos su chiringuito. Pero los que deberían haber rechazado la violencia actual de ETA son Rufi Etxeberria y Arnaldo Otegi», apostilla.

La familia del que fuera concejal de Lasarte espera, diez años después, que los etarras que participaron en el asesinato se sienten en la Audiencia Nacional para ser juzgados. Entre ellos, Aitzol Iriondo, «Gurbitz», presunto exjefe del aparato militar de ETA, preso en la actualidad en Francia. Josu y su hermano no descartan viajar a Madrid el día en el que se produzca su entrega a las autoridades españolas. «Si alguna vez los asesinos de mi padre me dicen que se arrepienten de lo que hicieron, lo aceptaría. Dejar de odiarles ha sido mi reconciliación particular», concluye.

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