Donde esté el Guernica de Picasso
No es por dar ideas, pero ¿se imaginan si el PNV, en lugar de pedirle a Sánchez el palacete de París, le hubiera pedido el ... Guernica de Picasso? A lo mejor lo hicieron y me estoy pasando de listo. Quizás era esa la carta oculta en la manga para colocar un Guggenheim 2 en el Urdaibai, con el cuadro de Picasso dentro. ¿Quién se hubiera podido resistir a la obra más representativa y universal de la pintura contemporánea? Desde luego el patronato de la fundación en Nueva York seguro que no. El cuadro, cuando fue tasado, previo a su envío definitivo a España en 1981, fue valorado en 4.000 millones de pesetas de la época. Pensemos que en el mundo del arte todo está revalorizándose continuamente y ese cuadro ahora no me quiero ni imaginar lo que valdrá. El palacete de París no le llegaría, desde luego, ni a la suela de los zapatos, en cuanto a precio me refiero. Donde esté el Guernica de Picasso que se quite el palacete. Pero ya a lo hecho pecho y más vale pájaro en mano que pensar en «un sueño», como lo calificó Aitor Esteban el 26 de abril pasado, cuando lo volvió a invocar en la conmemoración del bombardeo.
Ahora vendrá Volodimir Zelensky que quiere ver el Guernica en persona. Y es que cuando dio aquella videoconferencia, ante el Congreso y el Senado reunidos en abril de 2022, mencionó el bombardeo de Gernika en 1937 como algo que afectó a todos los españoles. Le acompañará el presidente Sánchez, que parece que está quedando solo para actos de lucimiento, sean conmemoraciones, visitas al extranjero o, como él mismo proclama, para ser el presidente que más veces se somete a control parlamentario, quizás porque ya no le quede otra cosa mejor que hacer.
Y serán tres las visiones distintas sobre el cuadro que tendremos ocasión de comprobar cuando la visita del líder ucraniano se produzca. La del nacionalismo vasco, que de nuevo dirá que donde mejor debería estar es aquí, insistiendo en un mural sobre el que el pueblo vasco, en interpretación sui generis del nacionalismo, ha levantado una memoria colectiva de doliente opresión. La de Pedro Sánchez, que contrapondrá a Picasso con la ultraderecha, y que querría verse convertido en personaje del cuadro, con la mirada perdida mirando hacia arriba, implorando que cese el bombardeo mediático sobre él y su entorno, más el desplante de Junts. Y, por último, la del presidente de Ucrania, para quien el cuadro es una expresión genuinamente española del horror de la guerra y que actuó como catalizador de la reconciliación y la concordia al principio de la Transición, cuando llegó a Madrid el 10 de septiembre de 1981, con el impulso decisivo del rey Juan Carlos, a quien el albacea testamentario de Picasso, Roland Dumas, consideró la verdadera garantía de que España, tras la dictadura, entraba en una democracia plena, homologable con cualquier otra del Occidente europeo.
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