Un llavero para protegerse de ETA
En los años 80, el Ministerio del Interior recurrió a estrategias desesperadas para poner en alerta a policías y guardias civiles ante la ofensiva de la banda con bombas lapa
Hay ideas que solo se entienden desde la desesperación. Entre 1988 y 1989 el Ministerio del Interior comenzó a repartir entre los guardias civiles y ... policías destinados en el País Vasco un pequeño llavero bañado en plata para que lo utilizasen en su vehículo. El mensaje que se podía leer en ese pequeño objeto era el siguiente: «Revisa tu coche. Puede salvar tu vida». En el reverso aparecía la frase: «Además de proteger a los demás, protégete a ti mismo». Se trataba de un intento angustioso para impedir las muertes y mutilaciones de agentes por la explosión de bombas lapas colocadas en sus coches por ETA y que estallaban sin que las víctimas las detectasen.
Entre 1983, año del primer atentado con este tipo de trampa, y 1988, fecha en la que se comenzó a repartir el llavero, ETA había asesinado a dos personas con bombas lapa y otros once habían sufrido terribles mutilaciones por la detonación de explosivos adheridos a sus vehículos. Con el paso de los años, la banda terrorista llegaría a matar a 31 personas mediante este procedimiento e hirió a decenas. Algunas de sus víctimas se convirtieron en emblemáticas, como la niña Irene Villa, quien en 1991, con 12 años, perdió las piernas y los dedos de una mano por la explosión de un paquete bomba colocado en el coche de su madre, funcionaria de la Dirección General de Policía, en Madrid. La progenitora perdió una brazo y una pierna. En último atentado de ETA en España, también fue cometido por un dispositivo de este tipo. El 30 de julio de 2009, los guardias civiles Carlos Sáenz y Diego Salvá fallecían en la localidad mallorquina de Calviá por la explosión de un artefacto de este tipo colocado en los bajos de su coche.
Las bombas lapa de ETA tenían muchos requisitos que los terroristas necesitaban para ser eficaces. Para empezar, el riesgo que corrían los etarras era mínimo, ya que las podían colocar en cualquier momento y desaparecer para evitar ser detenidos. Además, los asesinos fueron mejorando la tecnología de sus dispositivos para convertirlos en más letales. Los diseños iniciales necesitaban un sedal conectado a la rueda para que, al ponerse en marcha, activasen el detonador. La banda creó mas tarde unos dispositivos de mercurio que se activaban con el mínimo movimiento del vehículo. Posteriormente, ETA también mejoró la forma de esconder el artefacto explosivo -que tenía el tamaño de un tetrabrik de leche- para que ni siquiera pudieran ser detectado en un rápido examen de los bajos del automóvil, como sí sucedía con los primeros modelos.
Llavero en el suelo
El premio Nobel de Literatura, José Saramago, hizo una referencia en sus diarios -publicados en 2011- al asesinato del policía nacional Eduardo Antonio Puelles, quien falleció en Arrigoriaga en junio de 2009 al estallar un artefacto colocado en su vehículo. En su escrito utilizó una frase que resume el diabólico mecanismo que rodea a este tipo de explosivos. «Le mataron con el casi siempre infalible proceso de la bomba lapa colocada en la parte inferior de los coches». Saramago emplea el término «infalible» porque se trataba de un sistema aparentemente sencillo pero que cuenta a su favor con el factor humano. Las víctimas no habían mirado debajo de su coche por cuestiones tan simples como el cansancio, el despiste, un descuido. El mismo tipo de distracción que a veces lleva a olvidar las llaves de casa, la cartera o el teléfono móvil era la que jugaba a favor de los terroristas para conseguir cometer este tipo de atentados.
Y para evitar esos descuidos es para lo que se creó ese llavero. Su uso se generalizó poco tiempo después de repartirse entre policías nacionales y guardias civiles pero más tarde comenzó a reforzarse esa necesidad de autoprotección con cursos periódicos para todos los agentes destinados en el País Vasco. Dirigidos, en especial, a los recién llegados. Al llavero se le comenzó a dar un nuevo uso más allá del mero recordatorio de examinar los bajos del vehículo. «Les decíamos a los agentes que, en aquellos lugares en los que no tenían suficiente discreción para mirar debajo del coche, tirasen el llavero al suelo y aprovechasen el momento en el que se agachaban a recogerlo para examinar los bajos de su vehículo», recuerda un veterano policía que aún lo conserva.
La decisión de encargar los llaveros y repartirlos había sido aprobada por el entonces director de la Seguridad del Estado, Rafael Vera, quien en los años 90 sería condenado por su relación con los GAL y la 'guerra sucia'. El dirigente socialista acudía de forma periódica a Euskadi para celebrar reuniones con los principales mandos de la lucha contra ETA de la Guardia Civil y la Policía Nacional en las que se coordinaba la labor de ambos cuerpos. Según un mando que asistió al encuentro en el que apareció por primera vez una referencia al llavero, en esas sesiones de trabajo se pedían en ocasiones ideas para socializar la necesidad de protegerse ante los terroristas. En ese momento, las fuerzas de seguridad estaban comenzando a reaccionar ante una banda que solo en el año 1980, por ejemplo, cometió 395 acciones en las que fueron asesinadas 132 personas y 20 secuestradas.
En esos encuentros fue también en los que se decidió aplicar una estrategia que con el tiempo se convirtió en cotidiana, pero que entonces parecía una innovación trascendental. El Ministerio del Interior comenzó a colocar en lugares públicos carteles con las fotografías de los terroristas más buscados para solicitar la colaboración ciudadana. Hasta algo tan normal era revolucionario en aquellos años desesperados.
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