Mucho partido
Septiembre guarda un especial significado para el PNV. Desde que San Miguel de Aralar acogiera en 1977 el primer Alderdi Eguna, la militancia jeltzale se ... ha dado un baño de multitudes cada año de los que han mediado hasta el presente, salvo en 2020 por causa de la pandemia del covid-19.
Décadas atrás no resultaba excepcional que decenas de miles de personas se reunieran para expresar determinada devoción política. Era menos usual que lo hicieran a través de una jornada que aunara lo festivo con lo reivindicativo. El compromiso militante bullía en los años que siguieron al restablecimiento de la democracia, y el PNV demostró desde primera hora su comunión con una mayoría bien articulada de la sociedad vasca.
Lo realmente meritorio, sólo explicable por el ser y el hacer que conforman una cultura política, ha sido sostener ese poderío hasta ahora. Cuando muchos de los grandes tótems políticos europeos corren el riesgo de derrumbe, como el SPD alemán; o son ya un polvoriento recuerdo del pasado, al modo de la DC italiana o de los gaullistas franceses, la hazaña jeltzale cobra tintes sobresalientes.
Este año la jornada llega precedida por la consecución formal de un anhelo de larguísimo recorrido: la recuperación del icónico inmueble de la Avenida Marceau de París, expoliado en su día por la siniestra conjunción nazi-franquista. La de los dirigentes del PNV en el edificio es una imagen poderosa, que atestigua una trayectoria de bastante más de un siglo defendiendo la democracia incluso en circunstancias dramáticas.
El Alderdi Eguna de este año llega con el reciente estreno de Aitor Esteban en la presidencia del EBB. Perfecto conocedor como es de cada uno de los poros de su partido, el líder jeltzale enfatizará a buen seguro lo que une al conjunto de la militancia, lo que suma en un proyecto que ha articulado Euskadi hasta el punto de no poder entenderse el país sin su concurso.
Frente a los nubarrones que acechan por doquier, las del extremismo incubador de las pestes del siglo XX, el PNV reivindica el cauce central de un humanismo progresista como antídoto para neutralizar todo tipo de polarización apocalíptica y cohesionar la sociedad.
Una trayectoria apegada a la voluntad popular y unas apuestas históricas en las que reconocerse de generación en generación, incompatibles con veleidades totalitarias y violentas, han acrisolado una posición política ventajosa que no es fruto del azar.
En Euskadi sólo tienen enfrente a quienes ya antes de la transición consideraban viejo, trasnochado y caduco el ideario jeltzale. Los visionarios que se iban a comer el mundo a dentelladas siguen afanándose en ser alternativa medio siglo después, disimulando a duras penas su apego de siempre por los dinosaurios ideológicos, los que oprimen y empobrecen a sus pueblos.
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