Hay una paradoja inherente al poder. Y es que los poderosos viven muertos de miedo, pese a su aparente dominio y 'auctoritas'. Miedo a ser ... destronados, a la pérdida de confianza de sus electores, a la insurrección de las masas, a la traición de sus secuaces, a la sublevación de los generales a su mando, a no controlar la línea editorial de los medios o a los jueces que amenazan darles caza… Los hay que hacen del miedo que son capaces de inocular en otros su seguro de vida, presentándose a sí mismos como «la opción menos mala», pero a menudo eso les lleva a incurrir en un exceso de confianza, creyéndose impunes, lo que puede resultar letal a la larga pues, como dijo Lincoln, «se puede engañar a algunos durante algún tiempo, pero no puedes engañar a todos eternamente».
Algo de esa paranoia se observa ya en Pedro Sánchez, alrededor del cual sus ministros, ministras, socios de gobierno y leales huestes de tertulianos opinantes, mantienen aún prietas las filas. Más prietas, si cabe, a medida que se estrecha el cerco de la justicia en torno a él por los presuntos casos de corrupción que se atribuyen a sus familiares. Pero quizá llegue un día en el que ese salvavidas protector pinche, como empieza a pinchar ya el apoyo de sus aliados de investidura, y se diluya a la velocidad con que una gota de aceite repele el agua.
Aunque muy tímidamente, los signos de quiebra de confianza se han ido haciendo cada vez más evidentes. De ahí la regañina sobre «la ética y la estética» del diputado del PNV, Aitor Esteban, o la valoración de EH Bildu tras conocerse que el juez Peinado llamará a declarar al presidente en el caso que instruye sobre su mujer, apreciando en ello «lawfare», pero matizando que «cabe un reproche moral» a la forma de proceder de los Sánchez-Gómez. Por lo que no es de extrañar que el Gobierno buscara reunirse con ambos partidos, con la excusa de sondear su apoyo a las medidas de regeneración democrática, para intentar «recuperar la sintonía», al menos de una parte del bloque de investidura, ante la actitud cada vez más reacia de Junts, horas antes del macropleno celebrado ayer en el Congreso, donde debía darse luz verde al debate de una serie de asuntos que determinarán la estabilidad y continuidad de la legislatura: como la viabilidad del techo de gasto o las medidas anticrisis, a expensas de que se resuelva lo de Cataluña, que será lo que la sentencie o la salve.
No se sabe de qué más se habló en esa reunión con las formaciones vascas (¿acaso de la próxima visita oficial de Sánchez a Pradales para 'refrescar' lo firmado, calendarizado y hasta ahora incumplido en torno a las transferencias pendientes del Estatuto?), pero ayer volvimos a ver cierta discrepancia (y más de un reproche) en algunos discursos y falta de unanimidad en las votaciones. La debilidad del Gobierno es palmaria. Por lo que el presidente ha decidido 'reengrasar' los ejes de sus alianzas en Euskadi y Cataluña con un gesto institucional al más alto nivel, cueste lo que cueste. El precio es lo de menos para un mal pagador reincidente.
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